Hoy es 4 de octubre
VALÈNCIA. Similar a aquello de que el humor es el resultado de la tragedia más el tiempo, hay otro axioma que señala que para obtener talento deberás situar a un argentino en el corazón de una crisis. De ahí la relación bastante umbilical entre las mejores épocas del cine argentino y sus fases de mayor carestía. Como si uno, ante el obstáculo de no poder vivir con cierta holgura, acaba condenado a la genialidad. “No teman por los argentinos. Nacieron para sobrevivir a cualquier catástrofe”, suele señalar Enric González, amenazando.
Con Soler y Gayà -la dupla que como todos sabíamos iba a abandonar el Valencia este verano por cuarta temporada consecutiva- ocurre que parecen nacidos de esa misma costilla. Son una noticia fatídica para todos los diáconos de la amargura que, confundiendo el abismo con el desapego, prometen ‘dejarse’ del Valencia y abonarse a alguna droga más llevadera. Porque enganchan, sujetan el imperio con sus bíceps e impiden que se venga abajo ante la enésima prueba de resistencia.
En el ojo del huracán es donde se conforma la mayor de las calmas, avisa la meteorología. Y allí parecen haber ido a parar uno y otro. Se han pasado todas las pantallas al punto de que el ruido es un sonido periférico. Dominan las llamaradas con las manos. Lo tuvieron muy fácil estos años para dejarse llevar por la corriente y ser unos cretinos de los que anteponen su frustración sobre el interés común, pero eligieron estar en su sitio. No importunar, tratar de aportar.
Escucharon sin parar que para consolidarse en la élite hay que traspasar la línea y pirarse bien lejos. Alejarse de este incendio. Borrarse de tierra tóxica. Contra todo sermón, han llegado sin moverse, quedándose. A veces permanecer también es la pista más directa al reconocimiento. La mayor de las rebeldías.
Gayà y Soler son un antídoto frente a la creencia al galope que evacúa a los clubes de sus entornos locales, entendiendo que ya no no necesitan ningún sitio en el que arraigar, sino que pueden ocupar cualquier lugar del mundo porque Qatar está en Saint Germain y Abu Dabi, Manchester y Sampedor pertenecen a la misma provincia. Demuestran que el factor territorial no es un tan solo una excusita identitaria con la que abanderar causas perdidas, sino una variable productiva de primer orden: ¿tendría este Valencia dos jugadores como Gayà y Soler si no fueran de su misma ciudad?, ¿seguirían Soler y Gayà en este club si no fuera el de su mismo territorio?
Este reconocimiento, cada vez más amplio, en torno a los dos de Paterna tiene mucho que ver con la particularización de tomar al club como un sujeto propio y no como un objeto circunstancial a partir del cual expandir el beneficio. Es desde ahí desde donde se han responsabilizando. Han desarrollado una intensa capacidad de abstracción, ajenos a las dinámicas generales. Son mejores, más maduros, probablemente porque han sobrevivido a circunstancias peores. Se han visto ante problemas que otros ni tan siquiera imaginan.
Es todo muy extraño. Contar con Gayà y Soler en un mismo equipo, al mismo tiempo, supone un gran momento en un mal tiempo. El éxito de una gestión intensiva en producto local, justo en un ciclo de deslocalización sin freno. Al igual que la generación del 86 es recordada como aquella que no se escondió, es probable que los dos canteranos pasen en 20 años como quienes se echaron a las espaldas a un club cuando todo marchaba a la deriva. Una historia de terror que, si por alguna casualidad improbable acabara en final feliz, tendría mucho que agradecer a este par de personas aparentemente normales.