Si el Valencia pierde la humildad, lo perderá todo. Si hace de esa humildad su bandera, tendrá mucho terreno más que conquistado. Ya se sabe: cada vez que subas un escalón de triunfo, sube dos de humildad.
VALÈNCIA. De habitual en las páginas de sucesos a club competitivo. De casa de los líos a hogar de equipo serio. De chascarrillo de oficina a apuesta segura.
De disparate diario a puro sentido común. Tras dos temporadas nefastas,
donde todo lo que era susceptible de salir mal, empeoraba, el Valencia CF
ha encontrado el rumbo de un barco que tenía más agujeros que el Prestige.
Ha vuelto a su hábitat natural, estar entre los primeros de la Liga; ha
recuperado su autoestima, convenciéndose de que puede pelear contra los
mejores con sus armas; y ha logrado que su afición, tan exigente como fiel,
haya pasado de lamentarse por una gestión calamitosa a hablar únicamente de
fútbol. Alemany y Marcelino mediante, grandes artífices del cambio.
Mestalla, en apenas meses, ha pasado de sufrir un permanente estado de
mediocridad a decretar el estado de felicidad. Eso se consiguió a base de
trabajo, de una buena gestión de recursos humanos y sobre todas las cosas,
gracias a una humildad que le hizo usar el pasado como un trampolín y no
como un sofá. Sin ínfulas y con humildad, el VCF ha crecido más de lo
esperado.
Si la Copa era la ilusión, la Liga es el pan nuestro de cada día. Y como
Marcelino es el pastor de un valencianismo que sabe que, con él, nada les
falta, la tarea pasa por mantener esa humildad en la recta final de
temporada. Al VCF le restan 15 finales para alcanzar un objetivo por el
que, hace unos meses, nadie hubiese apostado un euro: jugar la próxima
Champions. Y para seguir dando los pasos adecuados en esa dirección, el
Valencia CF debe seguir creciendo. Ya ha dado un estirón notable. Tiene
seriedad en los despachos, un entrenador fiable, una plantilla convencida y
un patrón de juego que todos conocen de memoria. Virtudes adornadas por un
compromiso indiscutible entre jugadores y cuerpo técnico, y por el apoyo
inestimable de una afición que, por fin, disfruta de un equipo que se ha
puesto a la altura de la grada... Ya no se habla de guerras intestinas, ni
de la compra del club, ni de los líos judiciales, ni siquiera de
truculentos episodios de secuestros. Ahora se habla de fútbol, de
alineaciones, de plantillas, de fichajes y de rendimiento. Fácil de decir,
difícil de hacer. Eso se ha logrado con humildad. Con la de un equipo que
sabía que estaba en el infierno y peleó por salir a la luz.
Mestalla ambiciona finales, pelear títulos y recuperar grandeza de tiempos
pretéritos. Eso sí, conviene poner pies en tierra y no en pared. El
Valencia ha conseguido lo más difícil, salir del socavón de mediocridad en
el que se había instalado, para recuperar su espíritu competitivo. Ahora la
asignatura pendiente es consolidar ese estatus. Un equipo grande no se
construye de la noche a la mañana y un campeón no es una sopa instantánea,
sino que es parte de un proceso, de una progresión constante compuesta por
diferentes etapas. La primera meta del VCF de Marcelino era salir del pozo
de vulgaridad en el que vivía un club histórico convertido en sociedad
histérica. Prueba superada. La segunda meta del VCF de Marcelino era
potenciar sus virtudes y esconder sus defectos para competir contra los
grandes. Prueba superada. Y la tercera fase, la tercera meta del VCF,
consiste en consolidar su estatus y seguir construyendo un equipo aún más
potente, para acercarse definitivamente a los grandes, para pelearles los
títulos. Esa prueba es la que falta por superar. Y eso, sin humildad, será
un imposible.
No hay virtud más imprescindible, en la vida y en el deporte, que la
humildad. Nadie sale campeón sin ella y ningún equipo alcanza objetivos sin
impregnarse en su esencia. La humildad que debe ser inolvidable para un
vestuario que, sin ella, corre riesgo de morir de éxito. Esa humildad a la
que apela Marcelino cuando muchos dan por ganado algo que nunca lo está,
porque los demás también juegan y pelean con sus armas. Esa humildad que se
destilaba a comienzos de temporada, que se ha perdido en alguna ocasión y
que no se puede volver a extraviar por el camino. Queda un mundo todavía
por delante y si el VCF quiere estar donde su historia exige, no puede
perder la humildad. Nada está escrito, nada está ganado, nadie le va a
regalar nada y todo va a costarle un mundo. El Valencia todavía no es
equipo de Champions, todavía no ha vuelto donde merece y aún tendrá que
luchar más si cabe de lo que lo ha hecho para rematar la faena que comenzó
en verano. Si el Valencia pierde la humildad, lo perderá todo. Si hace de
esa humildad su bandera, tendrá mucho terreno más que conquistado. Ya se
sabe: cada vez que subas un escalón de triunfo, sube dos de humildad.