MADRID. El que hasta hace poco era el tercer equipo de España según la clasificación de puntuación de la Liga visitó ayer en el Vicente Calderón al actual tercer equipo de la clasificación rendido, arrodillado y totalmente a merced de lo que los colchoneros decidieran hacer con el partido desde el minuto uno. Un tímido remate a portería del italiano Zaza, cuando los rojiblancos ya tenían dos goles de ventaja fue el triste bagaje ofensivo del Valencia que entrena Voro ante un rival que tuvo dos días menos de descanso que los valencianistas para encarar el partido.
Fueron tres, pero bien pudieron ser la media docena porque los atléticos dispusieron de al menos otras cuatro o cinco ocasiones de gol ante Alves que no aprovecharon. El delegado, hoy entrenador, advirtió en la previa que el equipo debía como mínimo competir desde el primer hasta el último minuto. Sin embargo, el equipo decidió pasearse del primer al último minuto ante un conjunto rojiblanco que basa sus éxitos en la intensidad, sacrificio y pelea de sus futbolistas.
Ya en el primer minuto se vio la diferencia de intensidad con la que ambos equipos encararon el partido cuando Carrasco se coló hasta la cocina y dio el primer susto. De los once futbolistas que salieron de inicio, sólo el empuje de Enzo, la pelea de Zaza y la seriedad de Gayá se salvaron de la lamentable actuación de los valencianistas.
El Atlético tuvo claro en todo momento el partido que quería jugar y se notó que había estudiado muy bien al Valencia. Los locales se replegaron desde el inicio dejando que Parejo recibiera para presionarle buscando su error. A penas ocho minutos de partido, cuando la estrategia rojiblanca tuvo premio. El diez valencianista perdió un balón en el centro de campo, Koke cabalgó hasta tres cuartos de campo para poner un balón perfecto entre líneas a Griezmann y el francés, definió a la perfección cruzando ante Alves. Por si había alguna duda, ese gol dejó bien claro que el partido iba a ser indio.
Para el valencianista, debió ser impotente, frustrante y muy doloroso, comprobar a través de la pantalla, o algunos incluso desde el propio estadio, como su Valencia es hoy, un equipo tan pequeño que es incapaz de mirarle a los ojos a un Atlético de Madrid que hasta hace unas pocas temporadas, tenía unos objetivos menores a los blanquinegros. Puede que el Valencia lo intentase como dijo Voro, pero la sensación que quedó es que había un equipo que jugaba a una velocidad y otro ni siquiera era capaz de arrancar.
Tras el gol de Griezmann, el Atlético se dedicó a contemporizar, a jugar con el reloj, sabedor de que mataría el partido en el momento en que pisase el acelerador. Los treinta y cinco minutos desde el gol hasta el descanso, el Valencia no fue capaz ni de saber como vestía Oblak.
Después de una primera parte tan decepcionante, miles de valencianistas hubieran pagado por saber las palabras que Voro les dijo a sus jugadores en el descanso. En principio, el marcador era muy corto y se podría haber intentado puntuar en la última visita al histórico Calderón. Las palabras de Voro a su vestuario quedarán ahí dentro, pero lo que se vio en el césped fue una segunda parte todavía más indigna de lo que se espera de un club con la categoría y el presupuesto del Valencia Club de Fútbol. A los tres minutos del segundo acto, Gameiro entró como Pedro por su casa en el área y fusiló a Alves. Ahí, el equipo decidió que la jornada no era tan mala porque a esa hora habían perdido también Sporting y Granada. Es decir, el descenso, pasará lo que pasará seguía estando a los mismos puntos.
Voro cambió más rápido de lo habitual el equipo y dio entrada a Bakkali y Mina. El gallego lo intentó sin éxito y el belga demostró porque no juega nunca en el Valencia. Fueron fuegos de artificio, no sirvió para nada porque el Atlético coleccionó ocasiones para hacerle un roto al Valencia. Por fortuna, los chicos del Cholo, no estuvieron acertados cara a gol, pero aún así, Griezmann completó la goleada.
El Valencia llegó al Vicente Calderón diez puntos por encima del descenso, si ganaba, dependiendo de lo que hiciera el Athletic podía quedarse a siete o nueve puntos de los puestos hipotéticos de la Europa League. Si perdía, mantenía esos diez puntos de ventaja sobre el descenso con los que llegó a orillas del Manzanares. Como es lógico, en un equipo acomodado, sin exigencia y donde el club no les pide nada, el equipo decidió ponerse a merced del Atlético. Fue una penosa y triste despedida del Valencia Club de Fútbol a un estadio en el que no hace tanto tiempo el valencianismo ha celebrado títulos. De ese Valencia, hoy no queda nada. Meriton lo ha quemado todo.