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Islas Lofoten, donde nacen las auroras boreales

De día, la ruta discurre por un paisaje ártico de glaciares, fiordos y acantilados. De noche, con suerte, el cielo se ilumina con los colores de una aurora boreal

| 20/04/2019 | 6 min, 44 seg

VALÈNCIA.-Uno de mis sueños viajeros era contemplar una aurora boreal. Lo fue a raíz de ver una foto que llegó a mis manos y me dejó con la miel en los labios. Con esa idea me puse a buscar destinos y me decanté por Noruega y, concretamente, por las islas Lofoten. Sencillo: las probabilidades de ver auroras de octubre a marzo son muy altas y su microclima hace que no haga tanto frío como en otras partes del mundo que se encuentran a la misma latitud. 

Al llegar al aeropuerto de Oslo lo primero que me sorprendió fue ver la gente con los típicos carritos de la compra repletos de bebidas alcohólicas. Claro, luego descubres que la curiosidad de probar una cerveza noruega en un bar te sale por unos 9 euros (87,30 kr) —si hay que dejarse llevar, la Isbjørn o la Roscoe Ginger Beer—. De Oslo hay que coger otro avión a Narvik, que es la entrada a las islas Lofoten. Confieso que al aterrizar miré al cielo en busca de alguna aurora, pero estaba encapotado y llovía. Más tarde aprendería que no es tan sencillo verlas… 

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Más allá de las auroras, Noruega tiene muchos atractivos y la mejor manera de conocerlos es en coche. No hay autovías pero las carreteras comarcales están en muy buen estado —eso sí, ojo con esas curvas que parecen salir de la nada— y los caminos bien señalizados. Si dispones de tiempo, el road trip debe incluir el desconocido archipiélago de las Islas Vesterålen —las vecinas de las Islas Lofoten—, en el condado de Nordland. Uno de los grandes atractivos de la isla en invierno, en la localidad de Andenes, es avistar orcas y ballenas jorobadas (yubartas), aunque se pueden ver cachalotes todo el año. La posibilidad de verlos es muy alta, así que puede ser una opción muy recomendable. 

El tiempo no acompañó, así que seguí en ruta por las Islas Vesterålen. El trayecto discurre por un paisaje irreal, casi sacado de fantasías imposibles, a ras de mar, con los fiordos como compañeros intermitentes del viaje y las montañas nevadas que caen en precipicios que retan las leyes del equilibrio. Uno de esos lugares mágicos es la playa de Bleik, una de las más largas de Noruega. Al frente, la isla triangular de Bleiksoya, donde hay varias colonias de frailecillos —en invierno están escondidos— y el contraste de las montañas nevadas con la playa de arena blanca es increíble. Es un buen punto para captar las auroras, pero las altas temperaturas (-1 grado), la lluvia y los cielos encapotados no ayudaron en nada. 

Era casi tan complicado como ver a un noruego paseando por las aldeas porque el silencio y la soledad del paisaje van en consonancia con su personalidad: hay embarcaderos para una sola lancha en lugares en los que cabría una docena de embarcaciones, es habitual ver casas solitarias en laderas en las que se podría erigir una urbanización y en sus ventanales las cortinas siempre están abiertas y la luz de una lámpara o vela encendida. Igualito que el espíritu mediterráneo…

Hacia las Lofoten

Una vez visitadas las Islas Vesterålen empieza el recorrido hacia las Lofoten y sus islas imprescindibles: Moskenesøya, Flakstadøya y Vestvågøya. Aquí es donde realmente conoces los pueblos pesqueros, con sus pintorescas casas de colores amarillo o rojo Falun, que proviene de un pigmento extraí-do de los residuos de una mina de cobre de Falun (Suecia). Además, es común ver las flakes: estructuras de madera que se usan para el secado del bacalao entre febrero y mayo. Y es que no hay que olvidar que la pesca del skrei, el bacalao ‘pata negra’ con DO, da de comer a buena parte de los 25.000 habitantes de las Lofoten. También los niños, que son los únicos que pueden extraer las lenguas del bacalao y con las que pueden llegar a ganar unos 3.000 euros a la semana.

Y al margen del bacalao y el salmón, no hay que dejar de probar la sopa de ballena, el brunost —un queso de suero de leche caramelizado— y Glögg, que aunque es típico de Navidad, entra muy bien para no notar tanto las bajas temperaturas. 

Uno de los pueblos de pescadores más encantadores es Hamnøy, situado en la isla de Moskenesøya. Es también un buen lugar para alojarse en una Rorbu —ror (remos de barco pesquero) y bu (vivir)—, antiguas cabañas de pescadores reconvertidas en coquetos alojamientos. 

Y fue precisamente en Hamnøy y después de muchas noches sin éxito donde tuve la suerte de ver la aurora boreal. Durante el día el cielo estaba cubierto pero había un KP4 —un nivel muy alto de aurora— y según todas las aplicaciones que teníamos había grandes probabilidades de que el cielo se abriera. Así que, con la alarma puesta a cada hora y la ropa preparada —el muñeco Michelin no es nadie en esas condiciones—, a las tres de la mañana salimos al grito de «¡Lady Aurora!».

Un cielo estrellado dejaba admirar ese baile de luces verdes que se iba moviendo con llamaradas púrpuras y blancas. El tiempo se congeló mientras el improvisado público quedaba inmóvil ante una danza hipnótica de etérea belleza que de vez en cuando se escondía y, como si de un hechizo se tratara, volvía a surgir para iluminar el firmamento. Un espectáculo que me dejó olvidar el gélido frío y el viento que soplaba en ese momento... Luego, eso sí, vino el dolor de pies y manos —a -10 grados y quietos ninguna ropa es suficiente— y algún que otro trípode roto por el viento. 

fueron tan solo quince minutos, pero los justos para inmortalizar el momento y seguir mirando al firmamento en busca de esas luces

Una emocionante noche que no impidió madrugar para seguir la ruta del Rey (E-10) y pasar por el pueblo de postal de Reine. De hecho, fue aquí donde descubrí la siesta nórdica: Cuando vas a una cafetería o tienda, hay un gran número de carritos de bebé en la calle porque así, dicen, evitan que los pequeños contraigan enfermedades. En fin, costumbres noruegas... De aquí lo habitual es ir a Å —se pronuncia O—, que al margen de ser el pueblo con el nombre más corto del planeta es donde termina el mundo en las Lofoten. 

Una vez en este punto, toca hacer el camino de regreso hasta Eveness —también es posible regresar en avión desde Leknes o coger un ferry en Moskenes, pero no fue mi caso—. Eso sí, visitando nuevas playas, como la de Myrland y Uttakleiv y, donde una Lady Aurora más débil nos volvió a sorprender. En esta ocasión fueron tan solo quince minutos, pero los justos para inmortalizar el momento y seguir mirando al firmamento en busca de esas luces. 

Es cierto que la aurora fue lo que me llevó hasta Noruega pero tras un viaje de diez días debo decir que, con o sin las Luces del Norte, es un destino al que visitar en cualquier época del año, admirar sus paisajes y sus contrastes, y dejarse llevar por el silencio y la tranquilidad. Y bueno, también para hacer senderismo o practicar surf... 

* Este artículo se publicó en el número 54 de la revista Plaza

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