VALÈNCIA. A estas alturas con Kangin Lee hay casi tantas cosas claras como las hay inciertas. Aunque la más clara es poderosa: ese chico -como expresaría Cañizares- tiene una potencia que ha invadido nuestros corazones y promete arrinconar cualquier argumento racional a favor de una máxima, Kangin Lee debe jugar ya. Insistamos, Kangin Lee debe jugar ya. En el Valencia, digo. De titular, por supuesto. Haya que quitar a quien haya que quitar.
Es indudable que el jugador a quien Chéryshev homenajeó llevando su camiseta en la final sevillana tiene una explosividad letal y está llamando a la puerta sin pedir permiso. Su aparición mundial, dando alcance a su propio futuro unos cuantos años antes, augura posibilidades inmensas. Reabre la grieta que surgió cuando Marcelino lo mandó a Corea en pleno trance crucial de la temporada.
Pero, ante eso, algunos matices.
Estamos viendo a Kangin Lee como quien se atiborra de vídeos de Youtube, descontextualizando su fútbol. Individualizando sus acciones como obras en la sala de un museo. No es que tengamos prisa, es que tenemos temor. Ese miedo atávico del que teme perder aquello que todavía no ha disfrutado.
Nos ponemos tan farrucos que aspiramos a cambiar todo un equipo, a adaptar un grupo
que acaba de ganar la Copa del Rey para adecuarse al ritmo de Kangin. Stop. De momento, el mejor reto para el futbolista es justo el contrario: encontrar su sitio en un engranaje ya definido. Vimos a mediapuntas naufragar por querer jugar solos. Y qué decir, asistimos a decenas de sub20 deslumbrando el universo justo antes de disolverse en la nada.
El Valencia necesita a Kangin Lee. Necesita de su desborde. Es justo una pieza diferencial para romper la monotonía que demasiadas veces ha colapsado el juego. Kangin Lee es la fantasía de lo diferente.
Ahora, no a cualquier precio. No de cualquier manera. Primero está el equipo, luego ya, si eso, la posibilidad de Kangin Lee. Hay tantas lecciones sobre la importancia del orden de estos factores…
Que la armonía no sucumba ante la ansiedad. Marcelino, en apariencia un Herodes persiguiendo al niño Kang, ha demostrado precisamente una apurada habilidad para introducir talentos en el grupo (hace medio telediario hablábamos de la manía de Marcelino a Ferran). También ha demostrado que no está dispuesto a adelantar los plazos individualidades en detrimento del bien común.
Calma.