Hoy es 22 de noviembre
GRUPO PLAZA

análisis | la cantina

Kiko Martínez convive con su ego y la oveja ‘Copito’

19/11/2021 - 

VALÈNCIA. La semana pasada, el pequeño Kiko Martínez sacó una derecha furibunda que mandó a la lona a Kid Galahad, favorito en la lucha por el título mundial, y que, al mismo tiempo, le elevó hasta el Olimpo del boxeo español. Kiko, a quien le enchufan el sobrenombre de ‘La Sensación’, se convirtió en el segundo español, tras Javier Castillejo, en ganar el cinturón de campeón del mundo en dos categorías diferentes: supergallo y pluma.

El púgil nació en un pueblo de Granada, pero desde bien chico vive en Elche, donde se ha criado y donde han nacido sus dos hijas: Adriana, de ocho años, y Jimena, de tres. Hace un par dejó una modesta planta baja y se mudó al campo, en Torrellano, una pedanía de Elche donde vive en calma rodeado de animales, su otra gran pasión.

Estos días no para de conceder entrevistas y en todas cuenta que llevaba dos años preparándose a conciencia, de manera obsesiva, para ganar este título en Sheffield. Y explica que en los 365 días del año no se tomó ni uno de descanso, que no paraba ni los domingos, nunca, y que en esos 365 días no se bebió ni una mísera cerveza.

Me dio la sensación de que se ensalzaba ese dato como ejemplo de deportista entregado a su deporte y a un objetivo. Pero a mí me pareció una barbaridad. Así que decidí preguntarle a él mismo, a Kiko Martínez, si eso de no darle descanso al cuerpo, de no dejarle respirar y asimilar el entrenamiento hecho, no era una salvajada. “Pues claro que lo es”, me responde. “El cuerpo necesita un descanso, pero no me deja, es como una enfermedad que tengo y que es muy grave. No sé descansar. Mi ego no me deja descansar. Es algo muy malo que tengo en mi mente”, reflexiona en voz alta, por teléfono, desde su terreno en Torrellano.

Eso me tranquiliza. Es nefasta esa corriente que promueve, como un eslogan de marca deportiva, que nunca hay que rendirse, que siempre hay que seguir y dar más y más de uno mismo. Y no. Hay veces en la que lo más sabio es parar. Y otras en las que es lo más sensato porque puedes estar poniendo en riesgo tu salud. Física y mental. Y Kiko cuenta que desde que acabó ese combate que resolvió por KO en el sexto asalto se propuso estar varios días sin hacer nada de deporte para recompensar al cuerpo por ese esfuerzo extraordinario, pero que está tan enganchado que cada mañana, a las seis, se despierta y se desvela pensando que tiene que entrenar y meterle caña al cuerpo.

Kiko es un tipo humilde que vive del boxeo. Sus padres, más humildes aún, dejaron el pueblo, Caniles, en Granada, y se marcharon a Elche en busca de una vida mejor. Allí cuidaron a ancianos, abrieron unos salones recreativos, un bar y, con mucho esfuerzo, sacaron la familia adelante. Ahora ya están jubilados y disfrutan de la gloria de su hijo, quien, a su vez, ha formado su propia familia.

Ahora es el momento de contar sus títulos, sus victorias por KO, los números, pero el boxeo es mucho más que eso y Kiko Martínez jamás olvidará aquella velada en Atlantic City, una noche del verano de 2013, donde, además de derrotar al colombiano Jonathan Romero, se quedó con la boca abierta al ver que quien le presentaba al público era el mismísimo Michael Buffer, la voz más antológica de la historia del boxeo. “Es una leyenda y la verdad es que cuando me presentó fue un momento muy emocionante”, recuerda el ilicitano sobre aquella noche en la que Buffer cogió el micrófono y gritó que, procedente de Alicante, llegaba Kiko ‘La Sensación’ Martínez, y arrastró la o de Sensación para mayor deleite del púgil y de su esquina.

El día del pesaje en Sheffield, Kiko Martínez dio 55 kilos en la báscula. La noche del combate ya pesaba 57,200. Y una semana antes, cerca de 58. Es el ‘baile’ al que se someten todos los boxeadores la semana de la pelea. Viven en un peso superior, se exprimen de líquido durante un día o algo y más para bajar del límite de su categoría en el pesaje, y luego ya recuperan lo que pueden para llegar con fuerza a la contienda.

Ahora se ha obligado a descansar. Ni un día de entrenamiento. Solo su mujer y sus hijas, a quienes dejó sin vacaciones en verano. Y cada día se levanta y cuida de los animales. De la oveja que su suegro, ganadero, le regaló con solo 15 días a una de sus hijas, que la bautizó como ‘Copito’; de las dos ocas con nombres de boxeador legendario, Pacquiao y Márquez; del pato ‘Simón’, de la perra ‘Troya’, que la adoptaron cuando ya era mayor, y de ‘Oreo’, un mastín español. “Dan mucho trabajo, pero me encantan”, explica Kiko.

El ilicitano, a quien le gusta aparecer en el ring con la camiseta del Elche, es el decimoquinto español campeón del mundo. Le pregunto si sabe quién fue el primero. Y responde que le suena que fue un valenciano que era extranjero. Un acierto a medias. Porque el primer campeón del mundo español fue Baltasar Belenguer pero la confusión por si era extranjero es porque se apodaba ‘Sangchili’, quien, de hecho, fue el único campeón español durante 36 años y medio, hasta que Pedro Carrasco derrotó a Mando Ramos en 1971.

Sangchili tomó su apodo del criado chino de un amigo de su padre y su afición por el boxeo prendió el día que vio en el cine las imágenes de un combate entre Jack Dempsey y Jacques Carpentier. El 1 de junio de 1935, después de sonadas peleas en París, se enfrentó al Alf ‘Panamá’ Brown, un estilista con una vida llena de escándalos que en París se aficionó al champán y al opio. El valenciano se impuso, pero el premio fue una escuálida bolsa de mil pesetas frente a las 50.000 que se llevó Brown. A cambio, el público que había llenado la plaza de toros lo llevó a hombros hasta la plaza de la Virgen. Y más adelante se anunció en combates por toda Europa y hasta en Canadá y Estados Unidos. Sangchili llegó a pelear, y ganar, en el Madison Square Garden. Y el regreso a París para medirse de nuevo a Panamá Brown, que se desquitó con un triunfo muy polémico.

A Kiko Martínez parece imposible imaginárselo en los burdeles de París fumando opio al lado de una botella helada de champán francés. El ilicitano tiene 35 años y luce un rosario tatuado en el torso. “Yo es que soy muy creyente, creo mucho en Dios”, aclara. Aunque también luce otro de The Punisher (El castigador). “Es que soy muy fan”, advierte Kiko, quien, lejos de parecer un divo de las 16 cuerdas es un tipo entrañable que vive con su mujer, sus hijos y su oveja ‘Copito’.

Noticias relacionadas

next

Conecta con nosotros

Valencia Plaza, desde cualquier medio

Suscríbete al boletín VP

Todos los días a primera hora en tu email