VALÈNCIA. Dos días antes del Medio Maratón València Trinidad Alfonso Zurich, en la rueda de prensa que la organización se ha acostumbrado a celebrar en una caja de zapatos donde no cabe la gente, Konstanze Klosterhalfen se hacía pequeña en un extremo de la mesa. Allí, sentada entre Paco Borao y Kibiwott Kandie, con dos trencitas que, como si fueran cuernos, brotaban de encima de la frente, la alemana clavaba la mirada en la mesa como una niña tímida. Pero dos días después, deshechas ya las trenzas, como si rompiera con la niña para que emergiera la mujer, convertida en una gigante, vencía en la carrera con la tercera mejor marca europea de todos los tiempos (1h05:41).
Un registro excelente para una mujer que debutaba en la distancia y que disputaba la cuarta carrera de su vida como profesional en la ruta, sobre asfalto. Pero el domingo llegó a València con esas piernas largas y finas como alambres retorcidos y destrozó a todas sus rivales. A Margaret Chelimo, a Vicoty Chepngeno, a Hawi Feysa… A todas las africanas que se pusieron por en medio, incluida la sorprendente Tsigie Gebreselama, las fue ‘derribando’ hasta cruzar la meta victoriosa y feliz, aunque algo descontenta porque había flaqueado en los tres últimos kilómetros. “Algo que deberé mejorar”, se fustigaba con la autocrítica de las campeonas.
Ahí se perdieron los segundos que le hubieran hecho falta para acercarse al récord nacional de Alemania, en poder de Melat Kejeta (1h05:18) desde que fue subcampeona de Europa de la distancia en Gdynia (Polonia), y un poco más, tres segundos más, para rozar el récord continental de Sifan Hassan (1h05:15).
Klosterhalfen estuvo todo el fin de semana junto a Pete Julian, su entrenador. Este estadounidense de 51 años, un antiguo fondista que llegó a correr los 5000 metros en 13:33, la ha convertido en una de las mejores fondistas del mundo, como demostró en València y unas semanas antes en Múnich, en su país, donde se convirtió en la primera alemana de la historia que ganaba una medalla de oro europea en los 5000.
Koko se crio en Königswinter, a orillas del Rin, donde su madre ejerce de maestra y su padre tiene un bufete de abogados. La atleta convivía con sus dos hermanos. El mayor, Niko, prometía como fondista después de correr los mil metros en 2.50 con 14 años, pero dejó el atletismo por el fútbol. El pequeño se dedica al balonmano. Ella, la mediana, se mantuvo fiel a esto de correr, pese a que sus compañeros en el SSG Königswinter recuerdan que se distraía en los entrenamientos haciendo castillos de arena en el foso del salto de longitud.
Luego fue asomando la cabeza y el club del pueblo se le quedó pequeño, así que todos los días sus padres cogían a los dos mayores y los llevaban a entrenar a Leverkusen, donde empezó a competir con quince años. A los 18 ya cogía un Mini e iba ella sola a los entrenamientos. Antes había hecho de todo: gimnasia, ballet, tenis, balonmano… Si hasta ha desfilado como modelo en la Semana de la Moda de Berlín. Además de pasar muchos ratos en la iglesia desde que, con nueve años, se hizo muy devota tras tomar la primera comunión.
Esta atleta alemana es medianamente alta (1,74) y muy delgada (48 kilos). Un peso pluma que acentúa esa sensación de ligereza por unas piernas muy finas e interminables. Hace tres años se mudó a Portland para integrarse en el Nike Oregon Project, un proyecto atlético liderado por Alberto Salazar que ese mismo año saltó por los aires tras un informe de 140 páginas, donde parecía demostrarse que el entrenador practicaba el dopaje con sus atletas, y años de rumores. La prensa alemana, que estaba deslumbrada por esa chica tan joven capaz de bajar de los dos minutos en los 800, de cuatro en los 1500 y de 14.30 en los 5000, que en septiembre se colgó la medalla de plata en el Mundial de Doha, puso en duda todos sus éxitos. Ella evitó dar respuestas, se enrocó en Estados Unidos y dijo que no a todos los periodistas que solicitaron una entrevista. Esa decisión no la ayudó y muchos dispararon con bala, pese a que ella se defendió diciendo que ese informe alcanzaba hasta 2014, que su entrenador era Pete Julian y que su preparación no la supervisaba Salazar.
El caso es que Klosterhalfen siguió en Portland junto a Julian y, a pesar de que las siguientes temporadas fueron complicadas por las lesiones -dolores en la cadera o una lesión en el muslo-, se recuperó. El Mundial de Eugene, cerca de su actual hogar, debía ser un momento culminante, pero la covid le impidió brillar. Unas semanas más tarde no falló en el Olimpiastadion de Múnich y se proclamó campeona de Europa. De Baviera, sin descanso, se fue a entrenar a Kenia, en altitud, durante cinco semanas. Una preparación concienzuda que culminó barriendo el suelo de València en ese gran estreno en el medio maratón. “Difícilmente podría haber imaginado un debut más hermoso”, exclamó tras ganar la carrera en la misma ciudad donde su compatriota Amanal Petros firmó los récords nacionales de maratón y medio maratón.
Ahora Koko, el sobrenombre que le puso un antiguo entrenador, Sebastian Weib, podrá parar después de meses de duro trabajo. Y quién sabe si regresar a las siete colinas de Siebengebirge. “Da igual cuánto tiempo haya estado viajando por el mundo, la sensación de hogar definitivamente solo la siento aquí”, comentó en una entrevista sobre esta modesta cadena montañosa al sureste de Bonn. Antes de irse, eso sí, se puso un vestido, una sudadera de su patrocinador, se colgó una mochila a la espalda, y se fue a visitar la ciudad. Se hizo fotos sonrientes delante del Palau de les Arts antes de volver al hotel con una sonrisa que no le cabía en la cara.