VALÈNCIA. Hace justo un año que se ganó la Copa del Rey. ¿Qué queda de eso?. Escombros. El Valencia campeón ha sido reducido a las cenizas del recuerdo. El equipo que logró el título de forma brillante fue eliminado de la competición por el Granada, humillado por la Atalanta en Champions y está lejos de lograr su objetivo en Liga. Un año después, Sin-gapur no ha sabido aprovechar el trampolín que debía suponer la consecución de la Copa. Su nefasta gestión le ha llevado a destrozar todo lo que costó dos años construir. Hacer algo grande para que prenda en el fuego es algo muy nuestro, de los valencianos. Pero esta falla de los artistas Mateu y Marcelino la han incinerado Peter Lim y Anil Murthy, como si fueran dos pirómanos furtivos. Eso sí, el ninot indultat fue Rodrigo, no sin antes ofrecerlo al mejor postor como si de un mercado persa se tratara.
Esta ha sido una nueva oportunidad perdida por Meriton para que el Valencia despegara como un cohete a propulsión. Para que el club dejara de funcionar como una veleta y su brújula le hiciera navegar a los puertos del triunfo con rumbo firme. La Copa de 2019 debía ser una locomotora de éxito deportivo. Igual que sucedió en el año 99. También en Sevilla. Tras aquel trofeo que levantaron a la limón Mendieta, Camarasa y el Piojo, llega-ron muchos títulos más. Hasta vivir una época dorada que culminó en un histórico doblete cinco años después. Pero la Copa del año pasado no ha servido para otra cosa que para morir de éxito. El ninguneo del propietario a una competición tan especial para el Valencia como es la del KO, nos ha devuelto a nuestra cruda realidad. El club está mercantilizado. Y el precio que se tendrá que pagar por su rescate es demasiado alto como para poder asumirlo.
Ha pasado un año del título de Copa y casi ni nos acordamos de la alineación titular de aquel partido de Sevilla. Han sucedido muchas cosas después. Demasiadas. Tantas, que cuando se habla de la final nos quedan las imágenes imborrables de una ciudad repleta de gente celebrando el triunfo, pero que enseguida se desvanecen debido al lamento por el fin de un proyecto ganador. Y a renglón seguido surge el debate en torno a la figura de Marcelino. Desgraciadamente es así. Porque tras la destitución del entrenador, volvió a aparecer la división, las trincheras y los bandos. En lugar de que el protagonismo fuera para los futbolistas, que son los verdaderos artífices del éxito, quien acumuló portadas y más portadas fue el celopático de Murthy.
La Copa del Rey de 2019 fue la final de nuestros hijos. Tal y como escribió con pluma brillante mi amigo Raúl Gómez en esta misma tribuna, justo hace un año. El Valencia no solo ganó un título sino que ganó a toda una generación. Parejo no solo levanto un trofeo sino que alzó a toda una prole que había vivido escuchando las historias de sus padres. Desde el descenso a Segunda, la final del agua, el título del 99 (esa fue la final de nuestros padres), las Champions perdidas, los felices años del doblete y aquel título de 2008 huérfano de celebración. Es verdad, maestro, ¡cuánto cuesta que nuestros hijos abracen la fe valencianista, saturados de tecnología y escasos de triunfos!. Para uno que el equipo logró once años después, se debía haber rentabilizado mucho mejor.
El Valencia ha vuelto a su antigua normalidad. No sé en que fase de la desescalada está el club, la verdad. Pero leo que Murthy ya le ha comunicado a César Sánchez que se tiene que apretar el cinturón en materia de fichajes. En el proyecto millonario de Lim para Mestalla, ese que nos libraría de todo mal, parece que no vamos a encontrar una mísera gamba que llevarnos a la boca entre tanto arroz blanco. Ahora resulta que después de cinco años plagados de cambios de criterio, el diagnóstico que ha realizado Meriton es que el futuro del Valencia pasa por la cantera. Vamos, no me jodas, para ese viaje no necesitábamos alforjas.