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LA CANTINA

El deshielo del deporte

Los profesionales ya han retomado sus entrenamientos, pero el reinicio plantea algunas incertidumbres

8/05/2020 - 

VALÈNCIA. Ha empezado el deshielo en el deporte. Esta semana hemos visto a los futbolistas y a los jugadores del Valencia Basket, por ejemplo, llegar a sus lugares de entrenamiento con mascarillas y caras de alivio. Porque el deportista profesional, y lo he comprobado durante esta cuarentena, es un yonqui de lo suyo. Bueno, y muchos no profesionales también. Atletas sin competiciones ni Juegos Olímpicos este verano estaban desesperados por no poder entrenar. Y así todo.

Ya se comienza a abrir la mano y esta semana muchos han podido salir a correr o a pedalear sin restricciones. Aunque otros han preferido dejar de hacerlo fuera del horario permitido a todo el mundo porque resultaba muy desagradable ponerse a correr entre las caras de odio y hasta algún improperio de la gente que no sabía que esa persona, Deportista de Alto Nivel (DAN), estaba autorizada a correr todo lo que le diese la gana cuando le diese la gana. Curiosamente era más común el desprecio y el insulto en las ciudades que en los pueblos, donde los deportistas, en vez de caras agrias, se encontraron palabras de ánimo.

La gran pregunta hoy es cuál será el primer gran evento que podremos disfrutar por televisión. Porque han estado muy bien estas semanas de 'remember' deportivo pero quien más y quien menos ya tiene ganas de ver espectáculos de estreno.

La otra pregunta, menos obvia, es si no puede caer el deporte en una gran desigualdad. Porque hay golfistas en Estados Unidos que ya se están hartando a jugar un hoyo detrás de otro a diario mientras en Europa muchos se tienen que conformar con patear en el jardín o empuñar el 'driver' frente a una red.

O los tenistas que se frustran viendo que en otras especialidades han podido retomar sus rutinas pero ellos no pueden ponerse enfrente de otro jugador en la cancha. Por no hablar de los deportes de lucha, por ejemplo.

Y luego está la perspectiva del aficionado. En Estados Unidos ya se ha hecho escuchar algún fanático que asegura que iniciará una huelga de hambre si no le dejan ir a ver al equipo de sus amores. Está claro que el negocio es insostenible sin partidos televisados, pero ¿realmente tiene sentido el deporte celebrado sin el calor del público a su alrededor? ¿Se imagina alguien la final de Copa del año pasado sin los hinchas del Valencia disfrutando de un día inolvidable, literalmente inolvidable, en Sevilla?

Por no hablar de otra consecuencia económica, esta vez no para los clubes, de que los ciudadanos no puedan acudir a los estadios regularmente. Que pregunten por este parón, si no, a los agricultores que se dedican al cultivo del cacahuete o a las empresas que viven de hacer las salchichas. Solo en las grandes ligas de béisbol se consumen de cuatro a siete millones de cacahuetes y 18 millones de perritos calientes en una temporada. En el Dodger Stadium de Los Ángeles, el de mayor consumo de este típico bocadillo, promediaron en 2019 un perrito por cada dos entradas vendidas.

Es importante, creo, no perder de vista dos apuntes. Uno, que el deporte deberá empezar a caminar sin dejar de prever un nuevo parón si llega un repunte notable. Y otro, valorar lo que tenemos y lo que perdemos, como escribió Mark Schubert, entrenador de natación y exseleccionador estadounidense, a sus deportistas: "Que la nueva normalidad nos enseñe a estar agradecidos por las cosas que la vieja normalidad nos enseñó a dar por sentadas".

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