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análisis / la cantina

La granota y Paquito Fenollosa

El Presidente de Honor del Levante es ya toda una institución del club después de 74 años como abonado

10/07/2020 - 

VALÈNCIA. Hace unos días, alguien engañó a Paco Fenollosa, lo llevó al entrenamiento del Levante y cuando se dio cuenta estaba recorriendo el pasillo que habían formado en su honor los jugadores. La emoción, después de semanas y meses de confinamiento, hizo volar por los aires la seguridad y, antes de que pudiera darse cuenta, ya estaba recibiendo besos, abrazos, achuchones… Así es este año y así es siempre. Los futbolistas, sea la temporada que sea, adoran a este símbolo del levantinismo. Quién sabe si ya más célebre incluso que la ‘granota’. 

A Paco Fenollosa todo el mundo lo conoce como Paquito. El diminutivo le encaja como una pieza de puzle por su estatura, que debe rondar el 1,50. Un metro y medio que asoma por la puerta de su casa en Moncada cuando acudimos a visitarle. Me animo a hacerlo junto al periodista Chimo Ballesta, algo así como su tercer hijo. Juntos han hecho de todo. Han recorrido España viendo al Levante, han trabajado juntos en un periódico y han frecuentado durante años las salas de fiestas que alegraban las noches de València en los años 70 y 80: Los Molinos, Escorpión, El Cortijo, Zambra, Brunos… Allí acudían a cobrar la publicidad, a cerrar nuevos anuncios y, ya que estaban, a ver el espectáculo… 

Paquito tiene 88 años, 74 de ellos con el pase del Levante en el bolsillo, pero conserva el entusiasmo y el buen humor que muchos pierden con el paso del tiempo. Sin pedírselo, nos saca de su casa, atravesamos un patio interior con un limonero enorme y nos conduce hacia su santuario: un par de dependencias atiborradas de recuerdos del fútbol. Allí dentro hay camisetas de Messi, una de Keylor Navas en el Real Madrid, la del Villarreal de Iborra y varias del Levante con su nombre o el de Conchín, la mujer de su vida, que murió hace unos años. Y fotos con quien te puedas imaginar: Joan Laporta, Pedja Mijatovic, Florentino Pérez, Quique Setién con la camiseta del Levante, una dedicada por Antonio Calpe o un cartel enorme de la Peña Paquito Fenollosa, fundada hace cuatro años. 

O con Rocío Jurado, la-más-grande, quien un día le llamó por teléfono, le preguntó cuánto ganaba en los medios en los que trabajaba, y le propuso que se lo dejara todo. “¡Quería que fuera su manager!”, exclama Paquito, hoy todavía incrédulo. 

El padre de Paquito trabajaba en la fosforera de Moncada. Suficiente para mantener a una familia humilde, típica de la posguerra, con tres hijos. Vivían al lado de la casa de Ricardo Alós, quien años después sería Pichichi con el Valencia CF, pero hijo de un amigo de su padre que trabajaba con un chico que jugaba en el Levante y al que iban a ver a Vallejo, el mítico estadio que deslumbró al Paquito de los nueve años. Tanto le fascinó que se fue al gerente del club y le pidió un pase. Aquel hombre le miró divertido por aquel desparpajo -el mismo con el que luego iría colocando anuncios en la prensa valenciana- y le soltó: “Xiquet, vuelve cuando tengas catorce años”. Y se olvidó. 

Pero Paquito no y en cuanto cumplió los 14 se fue a reclamar su abono. El día de su cumpleaños le regalaron una bicicleta y así pudo ir cada día a la calle Pelayo de València, empezar a trabajar y llevar un jornal a casa: “dos pesetas al día y quince a la semana”. 

Aquel adolescente estaba “loco por el Levante” y no se perdía un partido en Vallejo donde después de los partidos, de propina, veía carreras de galgos y un espectáculo de ballet. Nunca traicionó sus colores. Y hoy, 74 años después, no solo sigue vinculado a su club del alma sino que es capaz de recitar del tirón la primera alineación del Levante en Vallejo. Y ni cuando tuvo que irse a hacer la mili a Lleida accedió a perder el pase: su hermano -también tenía una hermana- decidió sacarse él el abono pero a nombre de Paco. 

El Levante es hoy un club con años en Primera, la economía saneada y un estadio ‘apañao’ al que se puede llegar cómodamente, pero Paquito y Ballesta recuerdan los años en el desierto. Cuando el equipo estaba hundido en Tercera y no iba nadie a verlo. “A Paquito le daba tanta rabia, que salía, compraba unas cuantas entradas y las repartía entre la gente para que hubiera algo más de público”, rememora su amigo. 

Siempre fue así. Primero compraba entradas que regalaba y luego, después de que Pedro Villarroel le nombrara directivo, le iba vendiendo pases a todo el que se le acercaba. O le sacaba un dinero a la gente más insospechada para ayudar al club. Y ahí daba igual que fueran Bautista Soler, Vicente Boluda, Pedro Cortés o quien fuera. “Aunque yo empecé a viajar con el equipo antes incluso de ser directivo. Porque yo, en realidad, no quería entrar en la junta porque no tenía dinero y tenía miedo de que me tocara pagar algo y no poder”. 

Aquello provocó un encontronazo con Mané. El entrenador, extrañado al principio de ver a ese hombre en el autobús del equipo, cogió un día y le preguntó: “Usted, ¿quien es?”. Y Paquito respondió: “Yo, un aficionado”. A lo que Mané sentenció: “Pues un aficionado no puede subir al autobús”. Así que Villarroel cogió y le hizo directivo. Problema solucionado. O no. Porque Mané, aún disconforme, añadió: “Ahora eres directivo, pero no eres bienvenido”. 

Paquito recuerda la anécdota y que ahora Mané y él son amigos. Como todo el fútbol español. De Del Bosque a Enrique Cerezo, quien, cariñosamente, por ser valenciano, le llama “el de la ruta del bakalao”.

 No hay tiempo ni de deslizar una pregunta. Paquito, peinado impecable, zapatos lustrosos, ha salido derrapando y no espera a nadie. Ha abierto el grifo de los recuerdos y no le da la gana de cerrarlo. Es su vida, y le encanta. 

Tiene mil historias y gracia para contarlas. Por eso, también, le adoran los futbolistas. “Yo sé como tratarlos. Salimos del hotel, ven un cochazo y se quedan embobados. ‘Paquito, mira que llantas. Y mira qué puertas’. Y yo les contesto: ‘A los 32 ya serás mayor. Cómprate un terrenito, invierte bien el dinero, que esto pasa rápido…’”. 

Villarroel fue quien confió en él, tanto que un día llegó Paquito de ver al Mestalleta y le habló del carácter que tenía Pepe Balaguer. El presidente le escuchó en silencio y al acabar le dijo: “Paco, ve y fíchalo. Necesitamos a alguien así”. Y Paquito, siempre a las órdenes del Levante, le llamó por teléfono y quedó con el entrenador en un bar de La Pobla de Vallbona. “Me firmó en una servilleta y con eso fue suficiente”. 

Y si Villarroel es su ojito derecho, el izquierdo es Quico Catalán. “Por edad, yo podría ser su padre, pero es él quien se porta como un padre conmigo. Siempre está pendiente de mí, cuidándome”. Justo antes de llegar a la presidencia, Vicente Andreu, que era el administrador concursal de un club intervenido, lo propuso como Presidente de Honor, un cargo que luce con orgullo pero que, en verdad, no le hace ninguna falta. Nunca ha sido de presumir y él lo único que quiere es seguir viajando con el equipo. “Eso es lo que a mí, a mis 88 años, me da la vida. ¡Si soy el único que entra en el vestuario! Bueno, y Quico si quiere también”. 

Han pasado dos horas en las que solo he podido colar dos o tres preguntas. Quiere invitarnos a una horchata, pero justo antes de salir empieza a mostrar los álbumes de fotos. Que si a aquel jugador le buscó novia, que si ese otro le quería mucho, que aquel entrenador le pidió una vez… Luego presume de sus nietas. De la que trabaja como fisioterapeuta y de la que es periodista deportiva. Primero en Madrid y ahora en València. Hasta que coge un álbum al azar y aparece en el día de su boda con Conchín, y ahí se arruga. Paquito hace un mohín de tristeza y lo deja. Ahora sí nos vamos. Caminamos hacia el coche y de repente se da cuenta de que no lleva la mascarilla. “¡Esperadme!”, dice, y entonces se pone a correr, 88 años y un metro y medio a la carrera, para volver a casa y coger una mascarilla. Una mascarilla del Levante, claro.

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