VALÈNCIA. Los 5 últimos de la Liga son el Elche, el Almería, el Espanyol, el Valencia y el Valladolid, clubes todos ellos sobre los que hay que mirar dos veces para resolver si están en Elche, en Almería, en Barcelona, en València y en Valladolid. La respuesta, claro, es que lo están aunque no lo están. Siguen en el mismo sitio, pero solo de una manera simbólica: sus salas de máquinas están lejos.
Fruto de esa alineación de planetas, en la cola de la Liga, abundan las preguntas sobre si es casualidad o causalidad que justo los 5 últimos tengan propiedades desubicadas y sus latifundistas los posean a distancia. Y la respuesta, aquí, no puede ser otra que la de la casualidad.
Nada apenas hace converger al Valencia con el Elche, al Valladolid con el Almería, o al Espanyol con cualquiera de ellos. Nada enlaza sus trayectorias, porque si el Almería y el Elche compiten (o lo intentan) en Primera es desde cierta excepcionalidad, mientras el Valladolid está en el ascensor, el Espanyol en un plazo de turbulencias y el Valencia no se ha visto en una igual.
Creer que el origen del propietario determina el resultado final es no acabar de entender cómo funciona esta nueva muesca en la industria del fútbol. Mirar la parte alta de la tabla en la Premier resuelve cualquier tentación determinista. También mirar la parte baja, porque ya toda la tabla entera está bajo la inversión foránea.
La esencia del debate es otra: de qué manera esa inversión extranjera se hace con el club (¿pujando en alto, como los pretendientes al United, o con una puja a la baja y sin compromisos, como la que Salvo y Martínez propiciaron en casa?), con qué propósito esa inversión extranjera toma un club (¿para el blanquero reputacional?, ¿cómo parte de la actividad de un fondo que busca beneficios futuros?, ¿por capricho emocional?, ¿como plataforma para actividades paralelas?), con quiénes se afronta esa inversión extranjera en un club (¿con un equipo de profesionales de la industria del fútbol o con fieles escuderos que acatan sin rechistar la soberanía del marajá?).
Del comportamiento a partir de todos esos factores se resuelve medianamente el rendimiento futuro de un club. Tomar esta foto fija, en las últimas plazas de la Liga, como la consecuencia de que extranjeros se queden con los clubes es vivir todavía en el pasado. Hoy son cinco, es probable que en pocos años sean diez. Y así sucesivamente.
En lugar de verlos como perros verdes y conformar con ellos un grupito de descastados, habría que pedir a nuestros reguladores ausentes que se preparan ante el desembarco inminente: la competición necesita mecanismos legales para poder exigir a los compradores la trazabilidad de su dinero, para que sus compromisos tengan vinculación legal, para que su relación con las comunidades locales sea impositiva. Prepararse ante lo que está por llegar. Quizá sea pedir un imposible.