VALÈNCIA. La amenaza del coronavirus nos ha permitido vislumbrar, aunque sea por un breve espacio de tiempo, lo que nos deparará el futuro, que se cumpla ese anhelo, tan humano, de espiar por una puerta entreabierta lo que ocurrirá en el mundo cuando no estemos presentes en él. Comprobar si los relatos distópicos de Philip K. Dick se han hecho realidad, si las predicciones de 'Los Simpson' se siguen cumpliendo, si la ciencia-ficción deja de ser ficción o ciencia. Nos ha mostrado, de sopetón, una humanidad temerosa de lo invisible, individualista hasta el paroxismo, en un sistema que se resquebraja por momentos y cuya única salida conduce a empeorar las cosas, porque sigue apuntando su arma, cuando la naturaleza se rebela, hacia los más débiles.
El primer damnificado de ese futuro que se revela imperfecto ha sido el fútbol. Y, siendo más concreto, el Valencia, el primer equipo que se jugó una eliminatoria de la Liga de Campeones sin el calor de su público pese a no tener ninguna culpa. No hay que olvidar que los partidos a puerta cerrada son un castigo, de los severos, que aplica la UEFA cuando en un estadio se monta una bronca que merece trascender en los medios de comunicación más allá de las páginas deportivas. Pero no porque a un equipo le toque jugar contra otro amenazado por un virus contagioso. El Valencia fue esta semana un conejillo de indias, uno de esos animales que se lanzaban al espacio en los años 60 para comprobar cómo la vida terrestre resolvía problemas como la gravedad y otras incógnitas aeronáuticas del mundo exterior y que, en una película animada de Bill Plympton, se encuentran accidentalmente en otra galaxia y planean vengarse de los humanos. Tampoco es de extrañar. El Valencia era la cobaya perfecta: tiene unos dirigentes que se mueven por intereses ajenos a lo deportivo y que, al revés que los animales astronautas, jamás alzarán la voz contra quienes les mandan, su símbolo es un murciélago y en ese quiróptero parece estar el origen del virus mortal que está paralizando el mundo.
El Valencia-Atalanta de esta semana fue el primer ensayo de un viejo y ansiado sueño de los dirigentes de fútbol y de sus empresas asociadas, llámense operadores televisivos, casas de apuestas u hombres de negocios con intereses en el universo futbolístico: jugar los partidos sin público, con la televisión como único testigo. Un truco tan antiguo como la idiotización de las masas a base del romano panem et circenses. Con esa mirada única se eliminan factores de riesgo, como la imaginación que despierta la radio al negarnos la visión y hacérnoslo vivir en nuestra mente, la pasión (y el consiguiente caos) del espectador en la grada y el sentimiento de propiedad compartida de una ilusión. Cuando queda solo la representación y se ha eliminado el ritual que lo hace atractivo, el fútbol es mucho más manipulable, por la vía del VAR, del arbitraje libre de presión o de la censura televisiva. Tampoco hay protestas, algo que molesta sobremanera a esos siniestros soñadores, ni contra el árbitro, ni contra los dirigentes o dueños de los clubes, ni contra los organizadores de la fiesta. El ojo catódico se centra en el fútbol y no tiene que esquivar pancartas incómodas, gritos llamando nazi a un futbolista nazi o protestas en la grada contra los horarios irracionales. Es como el porno, en el que, eliminados los aderezos molestos del pasado (el guión, la música, los decorados), solo queda el sexo puro y duro, follar como si no hubiera un mañana y de la forma más extravagante posible. De esa manera, todo es mucho más sencillo.
El fútbol del futuro será un Valencia-Atalanta con muchas más cámaras, un sonido falso de ambiente mejorado y una ejército de dummies, esos muñecos que sirven para filmar accidentes automovilísticos, como silente afición. Con una emoción impostada, con dos equipos que atacan sin pensar más que en el espectáculo del que forman parte, con resultados de fútbol sala y con un aroma a variedades de cartón-piedra que acabará convirtiéndonos en idiotas porque, al ver un partido de fútbol, recordaremos, cual viejos nostálgicos, cómo habría rugido la grada con aquel gol. Pero ese rugido solo estará en nuestra imaginación.