VALÈNCIA. Ponerse en el lugar de otro, figurativamente. En muchas ocasiones, basta un poco de empatía para entender movimientos incomprensibles. Me pasa bastante últimamente; supongo que son cosas de hacerse mayor. A cada bizarrada que sucede en clave Valencia CF le busco una explicación empática, plausible, un motivo justificado por extraño que pueda parecerme. La misión nunca acaba de tener éxito del todo, pero sí que supone una perspectiva interesante.
La empatía ayuda a entender cómo es posible que la dirección deportiva del Valencia sea una permanente oda a la improvisación en todos y cada uno de los mercados que ha protagonizado. Entiendes que, para Miguel Ángel Corona, las apreturas económicas y escasas facilidades que Peter Lim da a sus empleados le sirven como fantástico pretexto para ponerse de pleno en manos de los agentes y de los ofrecimientos que estos le traigan en su cartera, en lugar de peinar el mercado con esmero, tiempo y recursos. ¿O acaso vosotros no optaríais por la opción más fácil y de menor desgaste? Hablar poco, molestar menos, y cada mes que pasa es un mes más que añadir al currículum. Que la cosa está muy malita en los despachos del fútbol profesional, amigos.
La empatía sirve para aclarar por qué el ‘aparat’ mediático del club mantiene un marcaje propio de central setentero a todo aquel que se sale un pasito de la línea oficialista. Tras ocho años en los cuales decenas de empleados de la entidad han sido guillotinados sin mayor miramiento, al margen del buen desempeño o no de su labor, ¿no querríais tampoco vosotros tener al entorno lo más controlado posible y evitar sobresaltos que puedan costaros un sobre ominoso entregado por el director de recursos humanos?
El truco sirve incluso para Peter Lim. Poneos en su pellejo. Vale, sin aquello de ser millonario y tal. Pongamos que te mola el fútbol: has llegado tarde a nivel generacional para echarte unos ‘fifitas’ con los amigos, pero te gusta verlo por la tele. Lo disfrutas. Además, tienes un socio portugués que ‘pilota’ mucho en ese ámbito. Tu situación económica y tus ganas de abrirte puertas en ese sector te llevan a sondear la compra de varios clubes.
En esas que aparece llamando al timbre un tipo trajeado y con buena planta que te ofrece la posibilidad de adquirir el Valencia CF, ese club histórico que te suena vagamente de cuando dominó Europa a principios de los 2000. Y, además, a precio de saldo. Pues lo compras; no es el ManU ni el AC Milan, pero ni tan mal. Y además, te llevas el ‘bonus’ de una ovación histórica el día que pisas Mestalla por primera vez. Te sientes el puñetero amo. Qué narices, ¡lo eres!
Pero, ¡ay!, resulta que la gentecilla esa que te ovacionó el día del Elche en 2014 lleva ya un tiempo enfadada porque no cumples las promesas que el señor del traje hizo por ti. Pretenden que gastes dinero (¡tu dinero!) todos los años en hacer un equipo que luche por títulos, cuando a ti eso te da bastante igual, porque lo que te mola es ver el partido en el palco y luego irte de cena y vinitos con tu colega David Beckham.
La cosa degenera hasta tal punto que pones a un par de profesionales que le dan a la gente exactamente eso que reclamaba, pero luego resulta que ellos (¡ellos!) se llevan todos los honores, y no tú. Y, para rematar, resulta que la broma esta del club de fútbol está saliendo más cara de lo previsto. Pues cortamos y a otra cosa. Modo ahorrador. Ni un euro más. El plan: no gastar ni bromas. Que el equipo se apañe con lo que hay. Si cuela, cuela. Y si no… lo que sigue. Y así llevamos cuatro años.
Pero, quizás, la mayor dosis de empatía acaba irremisiblemente dirigida al señor entrenador. Noto a Gattuso cansado, desgastado. Apagado. Lejos de la energía de agosto o septiembre. Con frases y ‘tics’ que me suenan terriblemente familiares. Y lo son, porque es el tercer año consecutivo que vemos el mismo ciclo de combustión del míster de turno: la llegada repleta de ilusión, los primeros meses de roces tolerables, un punto de hartazgo siempre coincidiendo con el año nuevo y, finalmente, la decadencia de un tramo final lánguido y sin objetivos hasta acabar la temporada con el técnico ‘socarrado’ física, anímica y reputacionalmente.
La picadora de carne en la que se ha convertido el banquillo desde 2019 merecerá algún día un análisis profundo. Más profunda aún es mi simpatía hacia Gattuso, que sí, que será todo lo amigo de Peter que queráis, pero que –sospecho- está a media docena de golpes deportivos de sacar a pasear la recortada. ‘Rino’ no tiene problema en contar las cosas como son: que lleva semanas proponiendo nombres y que, superado el ecuador del mercado de fichajes, aquí no ha venido ni Peter todavía (literalmente). La mecha está prendida. Al tiempo.
Históricamente ha habido clubes que tienden a poner buenos proyectos en manos de entrenadores que no van a ningún sitio. También Meriton ha sabido darle un giro a esto e invertir el orden de la ecuación: su tendencia es ofrecer proyectos que no van a ningún sitio a buenos entrenadores. Para mi Gattuso lo es, como lo era Bordalás o, si me apuráis, como lo pudo haber sido Javi Gracia de no haber dimitido mentalmente en octubre.
No me gusta ser taxativo, porque la vida nunca es blanca o negra, pero estoy dispuesto a arriesgarme: ningún entrenador del mundo, ninguno, triunfará en el Valencia CF mientras el modelo de club sea el actual y el propietario insista en mantenerlo así. Ninguno. Es imposible. Es intentar meter un elefante en la guantera del coche. Simplemente, no puede suceder.
Como decía, la empatía es algo necesario, sobre todo en clave aficionados. Ver cómo gran parte de la afición está satisfecha con el partido de la Supercopa ante el Madrid me alegra, porque el sentimiento es compartido. Ahora bien, no hay que confundir satisfacción por el esfuerzo con felicidad por la imagen que, en líneas generales, está ofreciendo el equipo esta temporada.
El triunfalismo del sector habitual por una derrota honrosa la semana pasada me hace temer seriamente por su salud en caso de que a este equipo se le ocurriese lograr algún éxito de verdad, como lograr tocar metal. En eso también nos hacemos diminutos a la carrera. Pero las prioridades de cada seguidor son las que son. Antaño todos los aficionados del Valencia sin excepción celebraban victorias épicas y títulos conquistados que engrosaban las vitrinas; hoy, unos poquitos se conforman con celebrar triunfos judiciales que consoliden a Peter Lim en la gestión y al club en su pozo particular. Hasta en eso hay que tener empatía: después de todo, cada uno celebra lo que quiere.