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opinión

La felicidad juega en mi equipo

21/05/2019 - 

VALÈNCIA. Ahora es momento de recapitular qué cosas no han funcionado bien y cuáles sí. El equipo de Marcelino García Toral ha cumplido con su objetivo y —ahora sí— ha ido más allá, llegando a semifinales de la Europa League y a la finalísima de la Copa del Rey. Sin olvidarnos de una cosa: la Champions es el objetivo, pero lo que destila valencianismo, lo que hace que la temporada sea sobresaliente y lo que anima a la afición a creer en este club es la final de la Copa, la posibilidad de un título, así que hay camino por delante, hay riel que seguir. Felicidades a la plantilla, en su conjunto, por este éxito que será mayúsculo si trae consigo un título, aunque la obligación moral, económica e histórica de Valencia CF es disputarlo, lucharlos realmente. Luego sale lo que sale en una final. Así, el equipo debe salir liberado, pero no relajado ni dando por bueno el resultado sea cual sea: sé que no lo van a hacer, porque Parejo ha puesto el modo líder y se ha cansado de ser comparsa y porque Marcelino no lo ha tenido nunca tan cerca. Ellos tiran ahora de este carro y la confianza en ellos es absoluta.

Tiempo tendremos —decía— de analizar las cosas con calma y espero que así sea, para que el año que viene este proyecto sea mucho más sólido si cabe. Los problemas de todo tipo de este año se han resuelto con la flor de su técnico, tan volcado a apelar a la suerte incluso siéndole esta propicia. Quizá la próxima temporada no debamos estar tan a expensas del azar porque nos va a dar algo a todos y todas. Y ya no hablo de los resultados finales, pues ¿alguien no firmaría para el próximo año lo mismo que se ha logrado en este? El equipo ha realizado un sobreesfuerzo enorme después de una primera vuelta realmente decepcionante y Mestalla ha sido un campo frágil, vulnerable y seco, porque le ha costado un mundo hacer gol al equipo en su propio feudo. La felicidad de este momento se la ha ganado todo el mundo ahora: plantilla, directivos, cuerpo técnico y afición, que ha estado a las duras y a las maduras esta temporada, con una templanza y paciencia dignas de elogio.

La felicidad es lo que tiene: hace que incluso lo negativo se convierta en solo aspectos a mejorar y no en un problema o en una catástrofe. La felicidad nos puede llevar a tener un nuevo título, porque te hace rendir mejor (más es imposible a estas alturas) ante los mismos retos. La felicidad crea unión y fortaleza y eso puede ser una virtud indispensable para ganar al FC Barcelona este sábado que viene, porque ellos viven mejor de la magia individual, aunque funcionen como equipo en los automatismos defensivos. La felicidad nos convierte en un rival a batir y eso te hace grande, con lo que el Valencia CF debe ser un grande ante el Barça pero con espíritu humilde, para que el orgullo se transforme en ilusión y sea productivo a efectos del juego.

Nuestra felicidad es motivo de rabietas lejos de nuestra frontera valencianista: algunos lo ven con gran respeto y otros, con la dureza de su insensatez, ven fantasmas constantemente allá donde el Valencia se ha ganado limpiamente su clasificación en cuarta posición. Eso sí es triste: no disfrutar de lo que viene siendo un regalo por el excelente trabajo realizado durante el año, aunque este regalo nos parezca insuficiente. Quizá el Valencia CF deba tomar buena nota de ello y no rendir pleitesía a nadie hasta el minuto final del partido este próximo sábado, porque luego vienen las lamentaciones y el no saber valorar ni apreciar lo bueno de las cosas que has vivido. Pero todos y todas queremos de lo bueno lo mejor.

¿Recuerdan que a principio de temporada Rodrigo no sonreía? ¿Qué Santi Mina decía aquello de que hay que apretar porque jugar en el Valencia CF implica un sacrificio enorme?, ¿y lo de Parejo cuando afirmaba que el equipo entrenaba bien y que era cuestión de tiempo?, ¿o de Marcelino diciendo que no sabía qué hacer más para superar esa barrera de los empates?, ¿recuerdan cuánta tristeza acumulada en esos momentos se nos ha evaporado de golpe?

Este ha sido un año de contrastes, con momentos de máximo éxtasis y situaciones algo decepcionantes, pero ahora lo que quiero es que Rodrigo (cuya temporada él sabe que no ha sido buena del todo a título personal) por fin sonría, quiero verle feliz y sé que cuando marque en la final mirará a cámara y con las dos manos sobre su cara trazará una sonrisa enorme. Lo sé porque sé que lee estas páginas y confío (confiamos) en su felicidad. Y confío en la felicidad de Parejo, Coquelin, Mina, Garay… y hasta de Paulista, que se ha acabado entonando al final y no sabes cómo lo agradece esto el Valencia CF. Y también espero que Marcelino dibuje su sonrisa al final este próximo sábado, porque también se lo merece y que vuelva a mirar al cielo, como hizo en Pucela, y se conjure a sus seres más queridos. En verdad, que consigan esto es hacer que todos y todas lo consigamos, porque lo que hace más grande, más intensa, más fuerte a la felicidad es compartirla, vivirla con otros. Pero eso sí: el sábado se sale con cara de comerme el césped cada segundo de partido, que luego ya tendremos tiempo para celebrarlo. ¡Amunt València!

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