VALÈNCIA. Cada día, y más si cabe en jornadas que coinciden con que el Valencia está a esto de tener cien años y hay que engolar un poquito más los discursos, convengo que el club está un poco, bastante, por delante de nosotros, va mucho más rápido que su entorno, que su dirigencia, que su estado de opinión. Pareciera que todos vamos detrás del Valencia intentando alcanzar su velocidad. Y, claro, llegamos tarde. Mientras celebramos su pasado, el Valencia más bien intenta transmitir que -en palabras de Luis Furió- es un club acabado de nacer.
Le escuché el martes un discurso performance a Anil Murthy -cuando no lee los folios resulta más carismático que nunca-, incidiendo en la visión global del Valencia, tomando pruebas como el alcance entre su peña familiar en Singapur. Una historia emocionante. Nos pasamos el día con historietas de valencianistas de Groenlandia a Mongolia, demostrándonos la supuesta globalidad de la institución. Pero qué tarde llegamos.
Cuando nosotros vamos, el Valencia ya ha vuelto. Cuando Murthy apela a la internacionalidad de la marca VCF, poniendo el propio caso de Meriton, no es más que una fábula repleta de adanismo, un descubrir, a estas alturas, que ésta es una corporación reconocida que pone en el mapa a la ciudad… y no al revés.
Por eso que el Valencia sea global no supone absolutamente nada. Es lo normal, lo habitual, lo que ya era y que ahora no puede ser de otra manera. ¿Novedad? Cero. Más bien lo que ocurre es que el Valencia pierde globalidad, que tiene menos alcance. Por acción pero sobre todo por omisión. En casi todos los rankings de implantación el VCF queda fuera de los 30 primeros. Ni en ventas, ni en repercusión social. Mientras, oda a la globalidad. Nos dedicamos a embadurnarnos de internacionalidad cuando ese paso ya debería estar más que interiorizado, cuando tendríamos que estar pensando en cómo preparar un futuro en el que el club no parece apuntar a estar en ninguna lista de los 20 más pujantes.
Claro que depende de hacernos fuertes en lo deportivo, pero también de esa personalidad anhelada y tras la que -también- vamos atropelladamente. Sigo creyendo que parte de esa personalidad pasa por generar un modelo viejo que se haga nuevo. Un club que cree en sus entrenadores, que se atrinchera tras ellos y les da máxima confianza, que regenera a futbolistas prometedores que se habían quedado por el camino, un club vertiginoso, fogoso.
El Betis, con recursos deportivos justos, se ha sacado de la chistera toda una narrativa a propósito de su cachondeo vital y su tropicalismo deportivo. Les funciona como marca.
A nosotros nos debe funcionar otra cosa que no únicamente dependa de los resultados deportivos. Va siendo hora. También la hora de asumir que requiere tiempos de espera y estar dispuestos a asumir los daños colaterales. ¿Estamos preparados?