Hoy es 9 de octubre
VALÈNCIA. La rana es el souvenir más típico que el visitante se suele llevar de Salamanca. Especialmente si ha visitado la universidad y le han explicado la historia de la rana y el cráneo. Hace décadas uno de estos turistas era levantino. Vio la granota, que croaba, y compró el llavero. En Vallejo causó furor. La empresa que fabricaba los souvenirs metálicos los vendió a millares en Valencia y cada vez que el Llevant saltaba al césped o marcaba un gol un croar de ranas se propagaba por el Carme y Morvedre. Esa tradición se trasladó al Nou Estadi, a partir de 1969 y siguió vigente durante años.
Aunque sería deseable, no confío en que los que se sientan en el palco, ni antes ni ahora, entiendan qué significa esta historia. De la misma forma que, hasta que lo machacamos durante años, tampoco comprendieron el simbolismo de la Copa de la España Libre. Ni siquiera la importancia emocional de enfundarse la blanquinegra o la blanquiazul como segunda, siempre y en todas las secciones del club. O de instar a los futbolistas a saludar a la afición, para recibir su veredicto, al final de los partidos. Y tantos otros detalles sobre ser levantinista. La identitad y sus singularidades son decisivas en un mundo globalizado. También en el fútbol, claro. Es una plusvalía, sin duda. Y no puede acabar como un simple objeto de deseo para los del marketing. Lo que somos, lo que proyectamos al futuro bebe directamente de nuestra identidad. No es tan difícil de entender. A veces parece que el palco se emperre en no entender a la grada.
Pese a todo vibramos con nuestro Llevant. Faltaría más.
Hay una línea roja fundamental, en todo caso: en el palco debe haber gente con mando en plaza que entienda de fútbol, algo cada vez más infrecuente. El director deportivo no puede tener toda la autoridad, pues su actividad está íntimamente ligada a la economía. El trabajo de Miñambres, en nuestro caso, debe estar fiscalizado por un Consejo en el que alguien sepa de fútbol. Que sepa de verdad. No que crea saber. Eso nos pasa a muchos.
A veces lo olvidamos pero los colectivos de todo tipo, por amplios que sean, dependen mucho de unas pocas personas. Pedro Catalán sabía de fútbol. Su enfermedad y su fallecimiento, más allá de la pérdida humana, ha afectado al funcionamiento deportivo del Llevant. Creo que con Llaneza ha sucedido igual en el Vila-real. En el fútbol conviven muchas variables. A veces no valoramos el papel de quienes son capaces de entenderlo en su complejidad para buscar el éxito.
El Llevant tiene una buena plantilla y un entrenador incapaz de sacarle el máximo partido. Se atreve incluso a señalar a sus futbolistas para justificar una derrota humillante y desviar la atención de su mal planteamiento ante el Espanyol. Me preocupa que nadie lo vea en el Consejo. Ni ahora ni antes. Que nadie entienda que Miñambres irá con Calleja hasta el final para no evidenciar el error de su fichaje y el su continuidad, y que eso es una temeridad para el Llevant. Que nadie sea consciente de lo que hay en juego: no podemos perder el ritmo del siglo, el tren de la élite. Cuando lo hicimos en los 60, estuvimos cuatro décadas en el fango. Conocer la historia y la identidad es importante para tomar buenas decisiones. Por eso la anécdota de la granota de Salamanca no es ninguna frivolidad. La exigencia debe ser máxima. Hay que saber de fútbol. Y hay que saber qué es el Llevant para entender que el momento es clave aunque algunos no parecen verlo.