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peleando a la contra / OPINIÓN

La lección de Dortmund

20/05/2020 - 

VALÈNCIA. La semana pasada escribíamos sobre la necesidad del fútbol de volver a la actividad, aún a puerta cerrada, si se pretende mantener el actual modelo de negocio, que entraría en quiebra sin los derechos de televisión. Alemania lo entendió y, con el relajamiento de la crisis pandémica, se ha atrevido a reabrir el fútbol, con prudencia.

Tras el regreso de la Bundesliga sabemos algo que hasta ahora apenas intuíamos y que las imágenes nos confirman: el fútbol de salón (gradas vacías, sofá, conversaciones que resuenan como en un entrenamiento, futbolistas sin saber qué hacer cuando el gol no es el preludio de un rugido terrorífico) no parece que vaya a ser muy sostenible. Se han ensayado ideas de Jaimito, como poner muñecas sexuales, customizadas de hinchas, en el estadio del FC Seoul.

Todos sospechan que este fútbol de la insidiosa nueva normalidad perderá el vigor y el nervio y, con el paso de los meses, el interés. El virus, en su trágica irrupción homicida, nos está dejando algunas lecciones; para el balompié que no es nada sin hinchas, sin comunión entre afición y equipo, sin pasión colectiva, sin cánticos ni runrunes, sin gritos histéricos ni ovaciones. Hay una amplia tipología de espectáculos, pero en el que nos ocupa el calor de la grada es tan protagonista o más como el tipo que marca el gol, por inolvidable que sea. Precisamente porque lo que lo convierte en inolvidable es la emoción que transmite a la grada, como si entre el césped y los escalones de cemento existiese un espinazo invisible por donde circulan todas las corrientes nerviosas del gol para acabar estallando en el hipotálamo. Es la singularidad del fútbol, lo que lo hace especial y único, lo que tanto cuesta de entender a los que no vibran con él.

La alegría profiláctica de Haaland tras el primer tanto al Schalke 04 fue la impostura de un mal actor, incapaz de transmitir nada a través de la pantalla. Hasta la celebración de los jugadores del Borussia frente al Muro, tras el 4-0 final, fue una suerte de guiño fallido. Las cosas son como son. "Yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido" nos dejó escrito Eduardo Galeano, autor de la obra de culto El fútbol a sol y sombra. Cinco décadas de viajes al Ciutat (incluso cuando era un mercante varado en medio de la huerta de Sant Llorenç) dan para constatar que muchos, aunque jamás serán capaces de expresarlo con la maestría del autor de Las venas abierta de América Latina, sienten exactamente como él. Y la energía acumulada de esos miles de hinchas (porque son mucho más que seguidores, aficionados o espectadores) es lo que tiene capacidad de forjar la idiosincrasia de un club y de fijar sus expectativas. Esa mielina lubrica el espinazo para que surja el estallido de felicidad, con cada balón que acaba en las mallas.

Todo eso y más falló estrepitosamente en el reestreno del balompié europeo en Dortmund. Los clubes tendrán que hacer funambulismo para mantener cierta tensión entre sus fieles porque el fútbol sin gradas no va a resistir tanto como pensábamos.

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