VALÈNCIA. Hasta mediados de los años cincuenta, la Liga española fue un campeonato plural, un torneo abierto en el que podía ganar cualquiera. De hecho, hasta 1954, la competición coronó siete campeones distintos en 25 años, una circunstancia que solo se ha vuelto ha repetir una vez en toda la historia: entre 1980 y 2005. A partir de 1954, como ha ocurrido recientemente, la intervención de los poderes políticos, que facilitaron la llegada de los mejores jugadores a unos pocos equipos, y el efecto bola de nieve que dichas decisiones políticas provocaron convirtieron el torneo en monocromático: en los 15 años siguientes, el Real Madrid ganó nueve títulos y solo dejó seis migajas para otros tres clubes.
El Valencia, que había conquistado su tercera liga en 1947, llegó a la década de los setenta ejerciendo el papel de secundario, con un bagaje de solo tres copas y dos copas de Ferias en 24 años sin tocar el título de Liga. Pero, en 1970, su dinámica cambió. Gran parte de la culpa de aquella transformación la tuvo Alfredo Di Stéfano, quien, en la década de los cincuenta había sido considerado el mejor futbolista del mundo. Retirado del fútbol a mediados de los sesenta. Di Stéfano fichó como entrenador del Valencia pese a tener poca experiencia en los banquillos: solo media temporada en el Elche y una en Boca Juniors, equipo al que condujo a la conquista del Torneo Nacional de 1969. Con La Saeta Rubia como base del proyecto, la directiva armó un equipo basado en los futbolistas más destacados de los años anteriores y un serie de fichajes con poco renombre que apuntalarían un conjunto hecho a la medida del entrenador.
Aquel equipo ganó la liga de 1971 con un fútbol rocoso, basado en el empuje, la lucha y el coraje, blindado en defensa y con una movilidad insólita en ataque. Era un equipo sin estrellas, pese a que en sus filas figuraban Sol, Claramunt y Valdez, tres jugadores que serían habituales en la selección española en la primera parte de la década de los setenta, pero hay que recordar que España, en aquellos tiempos, no era nadie en el concierto internacional.
Este domingo se cumplen 50 años de la resolución de aquella liga, la única que ha ganado un equipo pese a perder el último partido del campeonato. Fue un torneo trepidante, una pugna sin tregua entre tres equipos que acabó por resolverse gracias al goal average entre el Barcelona y el equipo blanco. Ganar la Liga fue una sorpresa mayúscula para los valencianistas, pues el Valencia llevaba 18 años sin haber tenido opciones reales de lograr el título.
Aquella liga fue el inicio de la modernidad, el campeonato en el que el club encontró la fórmula para poder luchar por el título liguero: un equipo solidario, luchador y compacto, difícil de batir e infatigable hasta el último minuto de todos los partidos. Cuando ha repetido esa fórmula, el Valencia ha optado al título de liga, como ocurrió al año siguiente, favorecido por la inercia del torneo de 1971, en 1996 y, por supuesto, en los primeros años del nuevo siglo. Al contrario, cuando el Valencia recurrió a fichajes de campanillas y a armar conjuntos descompensados y llenos de figuras vacías, sus oportunidades de salir campeón se esfumaron.
La Liga del 71 también significó una colosal epifanía para todos los nacidos a comienzos de los años sesenta, la generación del baby boom. Aquel equipo enganchó al Valencia a miles de niños que, desde entonces, nunca pudieron desprenderse de la fe que les transmitieron los Abelardo, Sol, Aníbal, Jesús Martínez, Antón, Claramunt, Paquito, Pellicer, Sergio, Forment y Valdez.
Ahora que el club que tanto amamos camina hacia la autodestrucción en todos sus estratos, que, gobernados por gente que ni siente la pasión que sentimos por la entidad ni la sentirá nunca, que el Valencia camina hacia el abismo deportivo, económico e institucional, recordar aquella liga no es solo un sano ejercicio de nostalgia, es una lección para aprender el único camino que nos devolverá al triunfo.