VALÈNCIA. Aunque está incorporado a la lengua española, el término portugués “saudade” tiene una difícil traducción. Sería algo parecido a la melancolía, un estado de ánimo indefinido que denota tristeza, deseo por recuperar algo que se perdió y que se encuentra a una distancia afectiva que parece inalcanzable.
En los últimos 15 años, 13 futbolistas portugueses han defendido los colores del Valencia, pero nadie ejemplifica mejor lo que significa la saudade como Gonçalo Guedes, quizás el jugador luso más notable de cuantos han vestido la camiseta blanca. Supimos de Guedes hace cuatro temporadas, cuando el delantero irrumpió con una insolencia impropia para sus 19 años en la liga de su país y en la Champions con la camiseta del Benfica, en una temporada en la que jugó 31 partidos entre todas las competiciones, marcó cuatro goles y dio ocho asistencias. Al final de aquella campaña, su agente, Jorge Mendes, lo ofreció al Valencia, dada la conexión empresarial que mantiene con el dueño del club, y todos pensamos que se trataba de un nuevo paquete de la factoría del superagente, como Danilo, Filipe Augusto o Aderlan Santos, a los que colocó en el club valenciano con total impunidad.
Un año más tarde, Guedes llegó al Valencia, de la mano de Mateu Alemany, cedido por una temporada por el Paris Saint-Germain, el club que lo había adquirido en el anterior mercado de invierno por 30 millones de euros. La eclosión de Guedes en la liga española fue espectacular, puesto que el delantero portugués, reconvertido en extremo por Marcelino, tuvo un arranque de campeonato impresionante, con una velocidad, un control de balón en carrera y un disparo a puerta que recordaban al mejor Piojo López, y contribuyó al explosivo comienzo de liga del equipo, que coqueteó con el liderato durante la primera vuelta. Aquel fue el mejor Guedes que se ha visto en Valencia, el jugador al que sus compañeros apodaron “Ducati” a causa de su rapidez y al que los aficionados identificaron con el Correcaminos, el personaje de dibujos animados creado por Chuck Jones para la Warner Brothers en 1949 y con cuyas aventuras crecieron varias generaciones.
Dos lesiones en momentos clave de su primer bienio en Valencia provocaron que Guedes no volviera a ser aquel extremo deslumbrante que había disfrutado Mestalla y habían padecido en muchos campos de España. La temporada pasada, Guedes tuvo un rendimiento irregular. Cuando las cosas le salían, parecía el Correcaminos que había fascinado en el otoño de 2017; cuando no estaba fino, Guedes se transformaba en el Coyote, el personaje que intenta cazar al pájaro veloz, con ayuda de los más estrambóticos productos de la marca ACME, y que acaba siempre metido en los líos que él mismo ha iniciado.
Esa esquizofrenia entre el Coyote y Correcaminos ha terminado esta temporada, la que se presumía que debía ser la de la consagración definitiva del futbolista, de la forma más inesperada. Guedes es siempre el Coyote, un jugador torpe con el balón en los pies, atolondrado y precipitado, incapaz de convertirse en el líder del grupo y más peligroso para su equipo, por las pérdidas de balón que propicia, que para el contrario, como tendría que ser.
Probablemente, Guedes padece la saudade portuguesa, pero no de sus tiempos del Benfica, que han resucitado a cuentagotas en algunas actuaciones con la selección de su país, sino de sus comienzos como valencianista, cuando encontró un perfecto ecosistema para desarrollar su fútbol y erigirse en la estrella de su equipo, el futbolista desequilibrante que era capaz de resolver partidos por sí solo. Saudade por dejar de ser el Coyote y volver a ser el Correcaminos.
Del mismo modo que la saudade portuguesa es una expresión intraducible, también es difícil de revertir, porque, en realidad, no es una enfermedad, sino un sentimiento primario que permanece en el ser humano y puede manifestarse de diversas formas. De momento, habita en la banda izquierda del ataque valencianista mientras el aficionado sigue esperando que arranque a correr.