VALÈNCIA. Quienes hemos conocido a Paulista fuera del terreno de juego sabemos bien que esas lágrimas eran de extrema sinceridad. Quizá, demasiada sinceridad para un circo como este, donde al máximo accionista le importa bien poco todo y donde todos están jugando sus cartas, sobre la mesa y debajo. Así que esas lágrimas son de lo poco honesto que se ha visto en este club en mucho tiempo. De hecho, las ruedas de prensa postpartido de los capitanes son lo único que se puede comprender e interpretar con claridad, porque todos los demás van con dobles intenciones, con discursos entrelíneas y con cuchicheos entre pasillos.
Pero esas lágrimas no me emocionan (o sí, pero de otro modo) a pesar de esa conexión con nuestra emoción como valencianistas. Esas lágrimas me preocupan, principalmente, porque son la consecuencia de alguien desbordado por la situación, de alguien que siente la presión atroz y apelmazante sobre sus piernas, de alguien que se puede sentir solo e incapaz de cambiar la situación. Esa sensación es terrible y acaba con el futbolista, lo seca, le quita la magia de su juego y hasta la fuerza, que se transforma en violencia y agresividad ante la impotencia que le provoca la situación. Eso, o abatimiento total, dejadez, inercia y, por tanto, inacción. Yo creo que el técnico está en ese punto de abandono emocional, que nada le sale aunque crea (porque sí lo cree) que está poniendo todo de su parte para que los resultados lleguen. Pero no es así: el estado de ánimo lo lleva arrastrando jornada tras jornada y nadie puede subirse a un carro que va más lento que si cada uno fuera caminando por sí solo. No puede haber liderazgo así en el convencimiento del trabajo diario. Por eso dije que ya no veo capacitado a Gracia para darle la vuelta a esto, aunque me resisto a pensarlo todavía, porque se me hace extraño decir que no está a la altura. Ni él ni los que trabajan cada día con él. No creo que ese sea el problema: es más una cuestión de credibilidad. Y esto afecta a todos los que están al frente de este club de una manera o de otra.
Yo entiendo que si uno compara la plantilla del Valencia CF de este año con la de temporadas anteriores se eche a llorar, desconsoladamente, porque son demasiadas erratas en este documento y todo el mundo se está dedicando más a echarse en cara las mentiras que en intentar acabar este año dignamente y en verano a ver qué pasa. Bueno, eso también lo sabemos: salida del club de lo poco bueno que aún te queda. Es verdad que todo lo que se viene haciendo en el Valencia CF es un desastre, en lo deportivo y en lo social. Es verdad también que el cuerpo técnico no comparte nada de lo que sus superiores le han ido poniendo por delante. Y todo ello se junta para hacer con cóctel terrible, donde igual te renuevan a Álex Blanco (que le da justito para jugar en primera), que le abren la puerta a quien sea solo porque te dice lo mal presidente que eres a la cara. Cualquier cosa puede ocurrir, como que vengan tres futbolistas y medio, sin rodaje alguno y con inercias negativas, salvo Oliva. A este paso, lo siguiente será la renovación de Gameiro (que me parece de lo poco tramposo que hay en ese vestuario) de Mangala y de Piccini, y la venta de Soler y Gayá, para darle forma exacta al terrible monstruo que están creando las manos (o pinzas, como los cangrejos) de los máximos accionistas. Cualquier cosa es posible. Yo creo que por eso llora Gabriel Paulista también: por esa sensación de soledad que arroja este club desde que Lim se cansó (o se enceló) y puso a pisapapeles al frente. Eso y que cada vez les están dando menos herramientas para que esto funcione y, sin embargo, el peso es mayor, de tal manera que les está reventando emocionalmente. Aquí no hay arenga que valga. Ni gritos al corro, animando a darlo todo: aquí solo vale saber que esto cambia para bien, de arriba abajo y que hemos vuelto a ser un club de fútbol y no un grupo circense que da espectáculo allá por donde va, no haciendo disfrutar sino haciendo reír y llorar, claro. Porque somos la risa de toda La Liga: no hay club que no nos mire y piense que, en verdad, estamos peor que ellos, aunque tengamos menos puntos y eso se nota en el campo, ya que todos salen con el convencimiento de que, haciendo poco, pueden ganarnos, y lo trabajan bien emocionalmente, porque la victoria la proyectan. ¿Qué proyectamos nosotros? ¿Qué proyecta Javi Gracia en cada rueda de prensa? No ha empezado el partido pero, en cambio, da la sensación de que ya vamos perdiendo por un gol y que tenemos que remontar y que se nos echa el tiempo encima y que no nos encontramos bien en el campo y que no sale nada, y que los pases no eran ahí, etc.
Todo pesa: todo es una gran piedra atada a sus tobillos y a sus palabras. Gracia trabaja sobre una pizarra, y su cabeza ve una cosa y su corazón otra distinta y con esa desarmonía personal no hay quien encuentre algo de equilibrio y así está el equipo: desnortado en ataque y frágil en defensa. Efectivamente, Gracia no es el problema de este club, pero ahora mismo tampoco parece la solución. Lo peor es que todo está tan mal hecho que no veo qué solución hay mejor. Bueno sí, que Lim se vaya. Pues sí, Paulista tenía razón: es para echarse a llorar.