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la cantina | análisis

Las alas de Toni Lastra y el maratón

4/12/2020 - 

VALÈNCIA. Si hacemos el juego del efecto mariposa, el aleteo de esta historia creo que se produjo un mediodía del 24 de diciembre de 1979. Toni Lastra discutió con su mujer, Pepita, y salió de casa, iracundo, dando un portazo. Lastra, un hombre con sobrepeso, se encendió un cigarrillo y caminó hasta un cine. Miró la cartelera y eligió ‘Running’, la película en la que Michael Douglas interpretaba el personaje de Michael Andropolis. “No fue un cambio progresivo; mi padre salió transformado y convertido en Michael Andropolis. No volvió a fumar nunca más en su vida, adelgazó y comenzó a correr”, recordaba su hijo Toni en Maratón Radio.

Toni Lastra regresó a casa para disfrutar de la Nochebuena con sus hijos y la mujer que adoraba siendo otro hombre. El hombre que con su convicción, su carisma y su piquito de oro lideró a los entusiastas de Correcaminos, el club que fundaron Miguel Pellicer y Angelita Carrascosa, hasta crear un maratón, mantenerlo con mucho más ingenio que presupuesto durante años, y soltarlo justo cuando su vida se extinguía y llegaba la caballería de Juan Roig.

Hay decenas de alabanzas al legado de Lastra, un escritor que corría y un corredor que escribía, pero a lo largo de este año he podido conocer más de cerca a sus escuderos, a los compañeros, cada uno especialista de una cosa, todos enamorados de la carrera a pie, que hicieron posible que el Maratón de Valencia alcance este domingo su cuadragésima edición.

Porque esta carrera, además de los fabulosos atletas africanos que irán a por los récords, de los españoles decididos a renovar las plusmarcas y de las decenas de miles de corredores castigados sin participar por culpa del coronavirus, también es historia. Una larga y preciosa historia que ya dura 40 años.

A todo el que quiso escucharle, y yo lo hacía con sincero fervor porque fue mi maestro en esto del correr, Toni le inculcaba la importancia del aerobismo, como él lo llamaba a veces cuando agotaba los sinónimos, le relataba con la teatralidad de un juglar las historias de los orígenes del jogging: Frank Shorter, Bill Rodgers, Fred Lebow… y hablaba del Maratón de Valencia como si no existiera una carrera mejor.

Uno de los jóvenes que le escuchaba con admiración y que, humildemente, con respeto, le corregía algunas licencias que se permitía en su afán por redondear las historias, era Juan Botella. Juan, hoy convertido en el responsable de la élite en el maratón y el medio maratón, está obsesionado con ceder el protagonismo a sus compañeros de Correcaminos y los de la Fundación Trinidad Alfonso, y el miércoles, el día de la presentación de la carrera, escuchaba a los oradores sentado en la última fila. Ni por el medio ni en la penúltima, en la última. Pero es de justicia que la gente conozca sus noches en vela viendo por streaming los maratones más recónditos, exigiendo los números de los últimos entrenamientos de los atletas contratados para hacer grandes gestas y preocupado hasta el insomnio por si es capaz de contentar al mecenas con marcas que saltan a los titulares gruesos de los periódicos.

Yo me aprovechaba del entusiasmo de Lastra y cada año, sin piedad, al escucharle augurar marcas disparatadas -le podía el corazón-, cruzaba una apuesta con él a que no se conseguía. Y le ganaba. Luego, cuando me cobraba la apuesta comiendo un arroz de cangrejo en los Tres Caminos de Pinedo, reconocía que se había dejado llevar por la euforia. Porque daba igual la edad que tuviera. Él se emocionaba con el mismo sentimiento que aquella tarde viendo ‘Running’, el día de Nochebuena que se transformó y, de paso, transformó la historia de la carrera a pie de tal forma que este domingo podemos celebrar los 40 años de una carrera que esta vez es, además, un símbolo en la resistencia contra la pandemia. Larga vida al Maratón de Valencia.

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