VALÈNCIA. La última vez que el Valencia sufrió de amnesia ganadora en el comienzo de una temporada, el club acababa de cumplir 80 años, había cambiado de entrenador y venía de romper una sequía de títulos que había durado 18 años, toda una mayoría de edad. En aquel impredecible arranque de temporada, el Valencia recibió al Alavés en Mestalla y la grada estaba medio vacía, pese a que el partido se jugaba un sábado por la noche, horario idóneo para un plan compuesto por cena de sobaquillo, fútbol y celebración, por todo lo bajo, en Las Divinas.
Pero era todavía verano y ya sabemos que Valencia empieza a despertarse del calor estival cuando septiembre está a punto de despedirse. Unos asientos a la izquierda de mi localidad en las sillas gol sur distinguí a dos personajes que no conocía. Eran dos chicas, guapas y arregladas, cuya indumentaria y abalorios delataban que formaban parte del honrado gremio de la peluquería femenina y me atrevería a decir que su abnegada labor profesional la desempeñaban en el extrarradio de la ciudad. Poco les interesaba el partido y mucho el lateral izquierdo del Valencia, un recién llegado por petición expresa de Héctor Cúper y que respondía al nombre de Daniel Fagiani. No es que aquellas dos estrellas de la periferia fueran groupies del lateral argentino, sino que eran una especie de espías de un fantasma. Un fantasma que se enredaba al hablar y unas semanas antes había partido rumbo a Galicia a intentar ganarse la vida.
El partido era insufrible, de los que pueden durar horas sin que el Valencia encuentre el camino para meterle mano a un Alavés que parecía mucho más trabajado y tenía las cosas mucho más claras. Así que busqué una distracción y me puse a escuchar la conversación de las dos peluqueras, más por aburrimiento que por afán de cotillear. Las chicas, en lugar de criticar el fútbol plano y sin ideas del equipo, se dedicaban a rajar sin piedad del pobre Fagiani, como si él fuera el causante de todos los males que aquejaban al Valencia, como si Fagiani fuera el Dani Parejo de hace 19 años. En un momento dado, una de ellas inició una conversación por el móvil con un ignoto interlocutor en la que el único tema de conversación fue la actuación del argentino: "La han cagado, tu sustituto es un petardo". Eran, sin duda, espías de Juanfran, al que el club había traspasado al Celta por dos millones de euros, pese al disgusto de las amigas peluqueras que, ahora, degustaban el plato frío de la venganza al ver en su lugar a un argentino que ni defendía, ni centraba ni tartamudeaba.
El partido acabó 0-2, pero no recuerdo una sonora bronca en Mestalla, más allá de la sonrisa cómplice de las amigas de Juanfran y de la decepción general de ver a un equipo que no acababa de arrancar. Claro que, en esa época no existía Twitter y la opinión del aficionado se manifestaba en el estadio, no en el móvil. Existía la sensación de que el equipo remontaría el vuelo, de que había suficientes mimbres para hacer un buen cesto. La cuestión era adivinar cuándo comenzaría esa escalada. Una sensación similar a la que se respira ahora y que genera la misma impaciencia. Aquel equipo vigilado por las espías del fantasma no ganó su primer partido al Valladolid, el Betis o el Racing de Santander, sino que lo hizo ante el Madrid en el Bernabeu e inició así una temporada de la que recordamos a casi todos sus actores, con la excepción de Fagiani. Este tiene la oportunidad de seguir su ejemplo el próximo martes, en Old Trafford.