VALÈNCIA. Centenario. Fastos, homenajes y tributo al escudo, la camiseta y el aficionado. En mitad de la ilusión por alcanzar la plaza Champions, por lograr más prestigio en Europa y por ganar la Copa del Rey once años después, el club impulsa diferentes acciones para honrar su centenaria historia, la de un grande de España y de Europa. De cara a ese festejo, el club ha programado un partido de leyendas. Y para ese acto, ha tenido a bien invitar a Pedja Mijatovic. Para algunos, necesario. Para otros, triste. En su día, el montenegrino dejó tirada a la gente que le daba trato de Dios en Valencia. En la calle, en la grada y en el club. Primero, le puso los cuernos al VCF para mudarse a pastos más verdes: nada del otro jueves, quería ganar más dinero y ser feliz en otra parte, perfecto, pero equivocó los tiempos y las formas. Más tarde ocultó la verdad: con el club jugándose la Liga, firmó un precontrato con el Madrid y su compromiso con el Valencia quedó a la altura que la espalda pierde su casto nombre cuando José María García lo publicó. Luego mintió, demostrando que su palabra era de usar y tirar: dijo que no se iría del Valencia y se fue.
Los últimos días de Mijatovic en Valencia fueron como fueron. Había niños que se habían comprado su camiseta y tapaban el nombre con un esparadrapo, los aficionados le llamaban pesetero, algunos le insultaban por la calle y llegó a contratar dos guardaespaldas para ocuparse de su seguridad. Paco Roig, entonces presidente del VCF, rompió con el montenegrino. Y la relación entre ambos, que era casi un juramento de amor eterno, pasó a un odio mutuo. Cuando el Madrid pagó 1.450 millones de su cláusula de rescisión y volvió a Mestalla, fue objeto de la ira de la tribuna. La grada, sintiéndose traicionada, reaccionó dedicándole cánticos donde le llamaban Judas – duros, pero lógicos- y cierto sector del público fue más allá con cánticos sobre su ya fallecido hijo Andrea – injustificables, asquerosos y reprobables-, recreando un ambiente irrespirable.
Sí, aquello pasó hace muchos años. Y ahora el club ha decidido invitarle a un partido de leyendas, como parte de los fastos del Centenario. Y como uno no tiene ganas, ni autoridad moral para ir repartiendo carnés, cabe suponer que habrá aficionados que le piten y otros que le aplaudan, unos que tengan memoria y otros que prefieran el olvido. Que cada quien escoja cómo quiere vivir su fiesta, su club y su historia. Este sigue siendo un país libre. Eso sí, como a uno le pagan por escribir su opinión y no por apasionarse, esta opinión es limpia como una mañana de primavera: no hay grandeza en seguir criminalizando a Mijatovic por algo lo que dice estar arrepentido, pero tampoco la hay en conceder trato de leyenda a quien jugó con los sentimientos de su gente. Es un gesto innecesario y un error grosero del club. Una cosa es olvidar y perdonar el pasado. Otra, conceder trato de leyenda a quien no quiso serlo. Las leyendas jamás pueden ser de quita y pon.