VALÈNCIA. Uno de los debates más irremisiblemente absurdos después de cada tropiezo del Valencia consiste en el reparto habitual de culpas entre la hinchada. Hay para todos, y el único límite es la imaginación y la originalidad a la hora de encontrar alguien a quien colgarle el muerto de un ambiente gélido en Mestalla, un recibimiento tibio al autobús –cuando le da por entrar por la Avenida de Suecia- o una reacción excesivamente caliente contra este o aquel jugador.
Primer error: pensar que el aficionado tiene hoy culpa de algo. Culpable hay sólo uno, vive en Singapur y no podría sudarle más todo lo que tuiteáis –tuiteamos- cada semana. Luego ese señor tiene socios, tiene asalariados y tiene empleados; un escalón por debajo, están el staff y los jugadores; y, por último, a muchísima distancia en la cadena de la responsabilidad, está el seguidor que visita Mestalla cada semana o sufre con su equipo por televisión.
Yo también pienso, como muchos, que Peter Lim no hubiese durado ni dos temporadas en la Valencia y el Valencia de los años noventa. Por infinidad de motivos, creo firmemente que hubiese salido por patas una vez su engaño al valencianismo hubiese quedado al descubierto. Pero no por eso se me ocurriría culpabilizar a los aficionados más jóvenes de la falta de soluciones al momento actual. Al contrario: hoy me apetece romper una lanza a favor de esos hinchas nacidos justo antes, durante y después de la década de los 2000.
Unos chavales que, a diferencia de generaciones anteriores, no fueron partícipes de gestas gloriosas como las dos finales de Champions o el año del ‘Doblete’, hitos que pueden considerarse los años dorados de un club centenario. No fueron conscientes de aquellas hazañas porque eran demasiado niños o, directamente, no habían nacido. Por tanto, su realidad no es la del aficionado de mediana edad que disfrutó del Gran Valencia ™ entre 1998 y 2004; más bien, ellos se han acostumbrado a comer mierda y a vivir en sus carnes decepción tras decepción, especialmente durante la década que Meriton ha pilotado la entidad derechita hacia la catástrofe.
Los chavales tienen a David Villa como ‘peak’ de un delantero valencianista porque no tienen sesenta tacos y no pueden presumir de haber visto a Kempes en acción. Ojocuidao: como referente, el Guaje no está nada mal. Tampoco lo están nombres como los de David Silva, Juan Mata, Vicente, Joaquín… Pero, ay, dentro de nada hará quince años que todos esos jugadores se marcharon del club, dejándolo huérfano de estrellas de talla mundial.
Los chavales han disfrutado de la dupla Albelda-Baraja en diferido y gracias a las historias que les contaron sus padres; idolatran a Cañizares porque sus ‘highlights’ de Youtube son fantásticos y porque es un tipo que habla claro, y eso siempre gusta al joven inconformista; y ponen a los Benítez, Cúper y Ranieri en un pedestal basándose en el ‘boca-oreja’ y las tablas de Excel que reflejan la grandeza de un Valencia que fue, que ya no es y que, a este paso, nunca más será. Más bien, les toca vivir todo lo contrario a una época regada de éxitos: se ven abocados a una desgraciada y durísima realidad deportiva y social repleta de miseria, sufrimiento y desarraigo.
Pongámonos en situación: para muchos de estos adolescentes o veinteañeros, su momento más emocionante en la historia reciente –hasta la conquista de la Copa de 2019 o aquel 3-1 copero ante el Getafe- era nada menos que la eliminatoria de Europa League ante el Basilea, o la posterior ante el Sevilla, ambas disputadas en 2014. Hablamos de chicos y chicas que han acudido religiosamente a la grada de Mestalla a presenciar una pareja de centrales formada por Aderlan Santos y Aymen ‘La Roca’ Abdennour, con Danilo Barbosa en la medular. Que escuchan el nombre de Edu Vargas y se ponen en pie, porque era un tipo con carisma que se ganó sus tiernos corazones en apenas seis meses.
Claro, más de un veterano bufará que quien no conoce a Pénev, a cualquier Vargas le reza. Y esa precisamente es la clave: estos muchachos no han tenido la fortuna de conocer a Lubo en su ‘prime’, ni de ver a Ricardo Arias sacar la pelota desde atrás en conducción y con la cabeza erguida. Tienen que ‘conformarse’ con Cenk o Diakhaby intentando hacer algo que se le parezca cada fin de semana.
¿Cómo se puede cargar las tintas contra las generaciones más jóvenes de aficionados valencianistas, cuando justamente ellos son las hornadas de seguidores con menor cantidad de motivos para hacerse del Valencia? ¿Para viajar con el Valencia a domicilio? ¿Para seguir sus partidos cada fin de semana? Tras década y media del bipartidismo encabezado por Messi y Cristiano arrasando LaLiga, y en pleno apogeo del fútbol global que nos trae camisetas del PSG o del Manchester City en cualquier parque o colegio de nuestro país, la militancia en ‘tu’ club de siempre no deja de ser algo poco menos que milagroso.
“Es que Mestalla ya no aprieta como antes”. “Es que la afición de ahora es muy facilona”. “Es que las nuevas generaciones ‘no sienten el ferro’ como las anteriores”. Oiga señora, suélteme el brazo. Que uno ya va camino de los cuarenta y esta recriminación constante a los chavales empieza a hacerse bola. De hecho, el tema empieza a oler sospechosamente a despeje a córner, a mucha culpabilidad desviada para sentirse mejor con uno mismo.
Basta con dos fotografías y dos momentos concretos para rematar mi argumento: años 2014 y 2023. La venta del Valencia entonces; y las manifestaciones contra Meriton y su irresponsable dueño ahora. Echad una ojeada a las imágenes de las protestas contra Bankia aquel verano, a ver cuántos aficionados jóvenes de verdad contáis sujetando las pancartas loando a Amadeo Salvo y Aurelio Martínez y clamando por la llegada de Peter Lim cual Mesías.
Ahora, observad las fotos de cualquier protesta en los últimos años, de cualquier acto, de cualquier desplazamiento: casi siempre los chavales están en primera fila, rebelándose contra un legado deportivo y emocional que un señor singapurense les ha robado y del que no pueden disfrutar en condiciones. Acompañados, claro está, por un nutrido sector de veteranos curtidos a los que la Doble A no pudo engañar en su momento o, si lo hizo, se han acabado percatando de la estafa.
Curiosamente, gran parte de los faloantiguos que se ríen de todos ellos por alzarse contra el tirano son los que, hace diez años, daban palmas con las orejas por la llegada de su salvador oriental. Y así echan el rato: poniéndose de perfil ante la infamia que vemos a diario, dinamitando la oposición a Lim por tierra, mar y aire, y ganando tiempo hasta que su caballero de brillante armadura regrese a intentar hacerse con el club que regaló, sin garantía alguna por escrito, hace diez años.
Mi generación y anteriores contribuyeron –por acción directa o por omisión- a que el Valencia CF acabase en manos de Peter Lim; y serán los chavales quienes, tarde o temprano, consigan recuperarlo. En lugar de criticarles por intentarlo, ¿qué tal si les ayudamos un poco o, en su defecto, cerramos el pico?