VALÈNCIA. Sin duda que uno de los conceptos que más repito cada semana en estas líneas y en las tertulias de radio es el equilibrio. Esa necesidad de no dar volantazos, de ir por una senda lo más recta posible. En Orriols tendemos a expresar nuestras emociones desde los extremos: a tope en lo bueno y cayendo en el catastrofismo cuando el presente deportivo da la espalda. Esas reacciones antagónicas las provoca el equipo y hay que saber graduarlas. Lo más positivo de estas idas y venidas es que el levantinismo está muy vivo, que siente y padece, que debe ser crítico sin caer en la destrucción, que está como loco por volver al Ciutat y expulsar toda esa adrenalina y necesidad de balón sentado desde su butaca en vez de con una retahíla de caracteres en las redes sociales o en los grupos de amigotes de WhatsApp. Que el entorno resguardado en un perfil de Twitter no es el enemigo por mucho que alguno que otro lo quiera vender y se escude sin sentido alguno.
En el Camp Nou se escribió otro capítulo del serial. Ni sacaría pecho por haber estado a la altura en un escenario siempre complicado ni tampoco ‘quemaría la falla’ por el enésimo error que contra jugadores como Messi es imperdonable. No sé si es suficiente con haber dado la cara y resistir durante 76 minutos. O si contra rivales de este calibre suena a mal menor o minimiza el cabreo por haber acariciado un puntazo. Lo que no hay que olvidar es que el ‘combo’ compromiso, implicación y orden es innegociable contra el Barcelona o cualquiera. Pese a no sumar y volver al descenso (antepenúltimo con 11 puntos), el partido dejó más luces que sombras. Sobre todo me quedo con esa versión competitiva, solidaria, ordenada y esforzándose con constantes ayudas. Esa es la fórmula.
El Levante completó un partido más que aceptable, generó ocasiones en una primera parte en la que pudo adelantarse en el marcador en botas de los ‘mirlos blancos’ De Frutos y Dani Gómez, Aitor Fernández recuperó su mejor versión (con 12 paradas, el récord de intervenciones de un guardameta en la temporada), pero un error en cascada, con el consiguiente desorden defensivo, desbarató el castillo de naipes. Y la guinda, en la prolongación, con el VAR y la acción de Umtiti, a quien Koeman había dado entrada por Griezmann para cerrar con tres centrales y amarrar el resultado. Es una tarea en balde comprender lo de la interpretación de las manos. No entiendo el criterio. No entiendo que unas sean y otras no siendo incluso más claras para el ojo humano. El zaguero francés desvió el disparo de Morales con la mano izquierda, separada del cuerpo y ocupando un espacio. Es penalti. ¿Por qué no se analizan todas las imágenes, desde todos los ángulos?. Hay que morder más al colegiado en acciones de este tipo como hizo el Barcelona en otras manos de Vezo, más discutidas y no tan evidentes. No es la primera vez que ese ‘otro fútbol’ brilla por su ausencia en el vestuario granota. Esos detalles ganan puntos o por lo menos ayudan a conseguirlos. Eso aún tiene arreglo y no la decisión final de Jaime Latre, que junto al VAR, y hay que decirlo todo, se tragó un penalti sobre Messi de Postigo, que se desentendió de la pelota y agarró con las dos manos de la camiseta al argentino para impedirle que controlara el balón.
Sin Campaña, Bardhi ni Rochina, que no tuvo minutos en el Camp Nou por unas molestias, el Levante empieza a dar motivos para la esperanza. Por lo menos para restablecer las heridas de esas ocho jornadas sin ganar y los cinco 1-1 seguidos. Eso no quiere decir que elimine a los ‘jugones’ de la ecuación, ni mucho menos. Lo que pretendo es insistir en que nadie es imprescindible. Que el Levante gana o pierde en colectivo. Resulta extraño que me haya sabido mejor esta derrota que cualquiera de esos empates. Lástima el desajuste. La descripción del despiste que costó el encuentro suena a ‘déjà vu’. Es una cuestión demasiado extendida. Hay poquitos que no tengan un borrón de este tipo en su expediente. De Frutos falló en la salida de una contra a favor. El segoviano es un gran lanzador de estas acciones, pero debe medir sus impulsos, los tiempos en sus aceleraciones. Lo de ‘la potencia sin control no sirve de nada’ del famoso eslogan de Pirelli. Malsa, hasta ese momento imperial y con Radoja mirando y saliendo en la foto, no solucionó el embarque, se durmió y le comieron la tostada… con Miramón fuera de sitio (ocho minutos antes había reemplazado a Coke) y Postigo dando el espacio suficiente a Messi para recibir solo y definir. El equipo hizo muy poquitos errores más y en esos estuvo Aitor para salir al rescate.
Cuando tropiezas en el Camp Nou se suele caer en muchos tópicos como que era lo previsible y que el arsenal catalán es el que es. De nuevo, el Levante murió en la orilla. En esta Liga ha quedado demostrado que, cada uno con sus armas, nadie puede sentirse pequeñito ante nadie. Que se lo digan al Cádiz. Tampoco es necesario hacer el paralelismo con los gaditanos constantemente porque con Paco López al frente se han firmado momentos épicos ante rivales de mayor pedigrí. Sin ir más lejos contra el propio Barça, aunque en el Ciutat. A lo que quiero llegar es que las excusas, la autocomplacencia, el ‘no pasa nada’ o el sentimiento de inferioridad antes de empezar cualquier partido no son buenos compañeros de viaje. La clave es cumplir a rajatabla lo de ‘la lucha no se negocia’, que debe ser un mandamiento de cabecera para todos los teóricos ‘pequeños’.
De lo positivo, dos nombres propios. Aitor Fernández necesitaba un partido así. De sentirse protagonista. De recuperar esa impronta majestuosa de la temporada pasada. De mostrar en su comparencia pública tras marcharse de vacío una sonrisa (porque jamás la pierde pese a perder) y lamentarse a la vez por no haber tocado lo suficiente el esférico para haber repelido el trallazo de un Messi que alucinaba con todo lo que le estaba sacando el de Mondragón. La vuelta del mejor Aitor es oxígeno. Me quedo también con la actuación de Roger, que estrenó renovación hasta 2024, y lo mucho que ha mejorado en la toma de decisiones fuera del área. Combinación, asociación, mucho curro y, lo que tiene innato y no se discute, el gol, aunque esta vez no viera puerta. Fue más un Borja Mayoral de antaño. Su primera media hora fue de sombrero. Tiene buena pinta su sociedad con Dani Gómez.
Entre los lamentos por el error y el cabreo por el VAR, la realidad es la que es: el Levante está en puestos de descenso, tercero por la cola, con los mismos 11 puntos que el último (Osasuna) y el penúltimo (Huesca), y a dos de la permanencia. Mañana llega el estreno en la Copa del Rey. Me encantaría que tuvieran su momento jugadores del filial como Blesa, Giorgi o Joan, que ya se estrenaron con los ‘mayores’ en la mudanza de La Nucía, Sevikyan, el décimo debutante de la era Paco, o Euse Monzó, que fue citado frente al Alavés, pero no tuvo minutos. Aunque lo cierto es que la realidad del Atlético Levante no es para tirar cohetes y Tevenet está en el ojo del huracán más incluso que Paco antes de la cita contra el Getafe. Ante el Racing Murcia será el turno para los Duarte, Róber Pier, Toño, Radoja o Sergio León. Tengo curiosidad por ver la apuesta en la portería. En Valladolid, con la baja de Aitor por una contusión testicular, el mensaje a Koke Vegas fue claro y directo tras comprobar que el elegido era Cárdenas.
Con el debut copero como encuentro inmediato, lo importante está en lo que queda de 2020 en Liga. No hay respiro por Navidad. Una bendición para el espectador. Es el peaje de la pandemia y los ajustes obligados del calendario. Sin menospreciar la segunda competición, los focos deben apuntar al sábado (18:30 horas), a una Real Sociedad que antes de pisar Orriols visitará mañana el Camp Nou. La recta final del año seguirá en Huesca (martes 22, a las 19:45 horas) y recibiendo al Betis (martes 29, 21:30 horas), con la visita a La Cerámica como el primer encuentro de 2021 (sábado 2 de enero, 14 horas). Y acabo volviendo al principio, al equilibrio, a encontrar ese punto de cordura, a evitar fluctuar entre el frenesí y la catástrofe. La receta la tiene el equipo, al que hay que exigirle ese compromiso, entrega y actitud con continuidad y no en escenarios concretos y con más solera que otros.