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el bodeguero errante

Los grandes ‘hits’ de Gutiérrez de la Vega

La vida, literalmente, le ha llevado por medio mundo, hasta que decidió echar el ancla en la localidad alicantina de Parcent, donde pudo compaginar su profesión en el Ministerio de Hacienda con su gran pasión: crear vinos únicos

| 22/02/2021 | 11 min, 47 seg

VALÈNCIA. Desde la costa, la Vall de Pop corta la Marina Alta hacia el interior. Y desde Pedreguer, la carretera remonta la comarca y nos ofrece su cara más gélida en las zonas de umbría. Antes de llegar a la parte más alta del valle aparece Parcent, un pequeño pueblo en la ribera del río Xaló donde el campanario sobresale llamativamente como si fuera la antena de un insecto. Es el mismo río que riega los viñedos de uva moscatel, giró y monastrell con las que Felipe Gutiérrez de la Vega elabora sus afamados vinos, como el Casta Diva Cosecha Miel que se sirvió en la boda de Felipe II y Letizia.

Felipe, el rey del fondillón, recibe la visita como si fuera a salir de montería. Jersey y chaleco verde militar. El bodeguero es un hombre de 77 años con la memoria de un chaval. Tira de ella para reconstruir su vida en una charla donde pasa con pasmosa facilidad de la carcajada a la indignación. Una conversación donde no deja de fluir el vasto caudal de su cultura.

Pero antes de sentarse en una sala con vistas al Carrascal de Parcent, la sierra que hace de barrera entre la Vall de Pop y la de l’Algar, ofrece un recorrido por su casa, que es como un museo de las viejas costumbres valencianas.

Aunque la valenciana es su mujer, Pilar, que es de Xàbia y se dedica, mientras su marido anda enfrascado con los vinos, a trabajar en su almazara y su vinagrería. Hoy está en casa, por donde se mueve nerviosa con un delantal negro porque por debajo de la almazara hay una cueva y la humedad le muerde los huesos.

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Felipe ya está jubilado. Hace años que dejó de trabajar para Hacienda, pero sigue gobernando Bodegas Gutiérrez de la Vega, una empresa en la que los empleados son sus tres hijos: Felipe, el mayor, que se dedica a comercializar el producto; Clara, la pequeña, que se encarga de la contabilidad, y Violeta, la mediana, que se hizo enóloga en Burdeos. Hubo una cuarta, Berta, que murió a los diecinueve años por una enfermedad cardiaca. Junto a la oficina hay una especie de altar del vino en el que cada hijo y los dos nietos tienen un barrilete con su fecha de nacimiento. Los cinco, alrededor de uno mucho más grande dedicado a Berta.

Surcando el mundo

La primera pregunta destapa a un hombre poco convencional. «¿Que de dónde soy? Yo soy español. Uno se siente de un sitio cuando se afinca en él durante tiempo, pero una cosa es sentirse y otra cosa es ser. Yo nací en Madrid, luego estuve en El Escorial, en Cartagena, en la Escuela Naval Militar de Marín, el Ferrol, Cádiz, Tenerife, Las Palmas, Baleares, donde estuve haciendo un parcelario de las islas —un mapa marino— durante varios años. También estuve en València y luego aquí es donde siempre he recalado porque mi mujer es de Xàbia y siempre ha tenido una finca aquí. Pero no llegamos hasta 1996 porque después de la Marina me hice del cuerpo técnico de Hacienda, me vine de administrador y estuve mucho tiempo viviendo en Parcent y yendo cada día a Alicante».

Felipe es hijo de un ingeniero agrónomo nacido en 1898. Él debía seguir sus pasos, pero, por motivos que elude desviando la conversación, a los dieciseis años estaba en la Escuela Naval. «A esas edades puedes equivocarte por una locura y luego te toca rectificar. Aunque todo te sirve en la vida. No me arrepiento de ninguno de los pasos que he dado». Los primeros cinco años los pasó en Marín, la localidad pontevedresa donde estaba la Escuela Naval; luego se enroló en el buque-escuela Juan Sebastián Elcano y dio la vuelta al mundo. En el velero hacía de juanetero de estribor y tenía que subirse a lo alto del palo. «No sé la altura, pero he ido a verlo de mayor y no sé cómo me atreví».

En la Marina aprendió de todo. «Yo no era de los que hacían la guerra; estaba en el cuerpo de intendencia y me dedicaba a pagar y a dar de comer, así que todos me trataban bien. Pero además me valió para formarme en muchas disciplinas y eso me sirvió después en mi oposición a Hacienda».

«Con 16 años puedes equivocarte y luego te toca rectificar. Aunque todo te sirve en la vida. No me arrepiento de ninguno de los pasos que he dado»

Todo eso fue antes de lanzarse a hacer sus vinos de autor. Felipe intervenía en todo el proceso. «Gracias a que sabía injertar, podar, labrar la tierra, elaborar, embotellar, llevar la contabilidad… Lo hacía todo. Hasta el diseño de las etiquetas. Mi bodega era como el Rey Sol, el absolutismo del primer Borbón». Y así, poco a poco, suelta la primera de las lecciones de historia. Porque Felipe Gutiérrez de la Vega es un hombre ilustrado. «A mí me gusta la historia, la literatura, la música… Hay un vino que se llama Luis XIV, no sé si en honor al Rey Sol, pero yo, realmente, no le pondría a un vino el nombre de un enemigo de España que nos llevó a dos guerras y que nos hizo perder la Borgoña y Flandes… Y le ponen el nombre porque tomaba el fondillón mojando el bizcocho. ¡Pues no!».

No le gusta afirmar que es de buena familia. Pero sí seguir el rastro artístico del flanco materno: los Gutiérrez de la Vega. Porque Felipe hace años que antepuso el apellido de su madre al paterno, López. «Lo cambié y mis hermanos se convirtieron en mis primos». En la familia de su madre hubo «famosos pintores santanderinos afincados en Sevilla». O un tatarabuelo que se dedicó a las letras. «Fue político y gran escritor en la época de Isabel II. Trabajó como gobernador civil de La Habana y Filipinas, pero sobre todo escribió la bibliografía más grande que hay sobre caza y perros». De su padre, que atesoraba una gran biblioteca, heredó la pasión por la lectura.

Aunque la historia también tiene sus puntos negros. «Hay hechos delictivos en parte de esa familia. Como uno que, siendo gobernador civil en Madrid, dirigió la Noche de San Luis a caballo, la primera manifestación de estudiantes contra el régimen. Así que no estoy muy contento por ello».

Cuestión de coherencia

Lo del orden de los apellidos, dice, es una cuestión de coherencia. «De lo único que tenemos certeza, salvo que sea un hijo pródigo, es de quién es nuestra madre. Lo otro no lo podemos asegurar. O sea, que debería ir siempre delante el apellido materno. Y no lo hacemos por puro machismo».

Su vida siempre ha estado vinculada al vino. Desde niño. En la casa paterna se decía que el agua solo servía para que salieran gusarapos —unos gusanos que se crían en el líquido—. Luego, ya de adulto, aprovechando las tierras que tenía su mujer, decidió probar a hacer vino. Empezó en Xàbia. Pero en 1985 ordenaron construir en esos terrenos un polígono industrial. Felipe se indignó y se marchó a Parcent. «Querían hacer un polígono en el corazón del Parque Natural del Montgó. (Se ríe a carcajadas) ¡Es ridículo! Ponen un polígono en la ribera del río Gorgos. Yo me opuse y ahora resulta que no lo han hecho. Entonces, en 1983, compré la casa donde ahora está la almazara, y luego esta. «Era una bodega de 1910 que compré en 1990. Esta casa me la hice a mi gusto, y abajo, a doce metros bajo tierra, tenemos una cava grande», recuerda.

Gutiérrez de la Vega descubrió al llegar, en 1971, que las uvas que predominaban en esa zona, que era conocida como la comarca vitivinícola de Llíber–Jávea —antes de la constitución de la Marina Alta—, eran la giró, una uva tinta, la moscatel y la merseguera, una uva blanca. «No podías hacer vino 100% moscatel. Pero yo, a finales de los 70, me opongo a ese imperativo y, a principios de los 80, empiezo a elaborar un vino 100% moscatel, que en España no se había hecho nunca. Yo tengo en mi bodega botellas de los años 80 y de los años 90 que lo certifican. En España no hay nadie con botellas de esos años. El moscatel sale al mercado en 1987 y era un moscatel seco. En esos años hice un vino tinto de giró, de giró y monastrell, y de moscatel. Y también hacía un vino dulce de Alicante, que aquí se llamaba fondillón, pero que era exclusivamente de la huerta de Alicante».

«No podías hacer vino 100% moscatel. Pero yo, a finales de los 70, me opongo y, en los 80, empiezo a elaborar un vino 100% moscatel, que en España no se había hecho nunca»

Hablar del fondillón equivale a adentrarse en terreno minado. A cada paso, explotan viejas rencillas, la disputa por quién fue el primero y quién copió a quién. Y Felipe, dando por hecho que todos conocen estos desencuentros, desenvaina y embiste: «Fernando el Católico, por una ley de 1528, le dio una prerrogativa a la ciudad de Alicante para que los vinos de más de cincuenta fincas famosas y leales al rey pudieran poner Alicante, descartando así para la exportación los vinos de los pueblos circundantes. Yo intenté hacer ese mismo vino que se hacía en la huerta de Alicante, y así es como empecé. Yo lo hacía por mi cuenta a finales de los 70. Era un vino que ya conocía de cuando hice el parcelario desde el cabo de Gata hasta el cabo Huertas. Eso fue en el 68 o el 69, y tenía un oficial conmigo que me enseñó los vinos de los sucesores de Eleuterio Maisonnave —alcalde de Alicante, ministro de Estado y Gobernación, diputado a las Cortes, y fundador de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Alicante—, que era Eleuterio Llorca O’Connor, de una familia irlandesa que se asentó aquí después de la filoxera y que hacía vinos de Alicante, tanto secos como dulces, que se llamaban fondillón».

En 1983, después de veinte años en la Marina, pasó a la intervención de Alicante, en Hacienda, e iba cada día desde Parcent. Así hasta que abrieron la administración de Hacienda de Dénia. Las mañanas en la oficina y las tardes en el campo. Y en el 96, con cincuenta y pocos años, pasó a la reserva y consagró su vida al vino.

Ahora, 25 años más tarde, elabora veinte distintos. Y en cada uno, en cada marca, vuelca sus otras pasiones. Como la música, que se refleja en Casta Diva, Imagine o Tambourine, o la literatura, con Rojo y Negro o Ulises. Mentar su Casta Diva es desenterrar nuevas afrentas. Como el litigio que entabló, y ganó, por la marca con otra bodega. O la ofensa que le brindó Teresa Berganza, la virtuosa mezzosoprano española que tuvo el arrojo de declarar en una entrevista que le parecía «una horterada» llamarle Casta Diva —la celebérrima aria del Norma de Vincenzo Bellini— a un vino. Felipe lo recuerda sacando el colmillo. «Y añadió que la protagonista ni era casta ni era diva. Y yo no contesté a Teresa porque la tenía en muy alta estima, sobre todo en su Carmen de Bizet. Pero ahora lo puedo decir: mira, Teresa, no tenías ni idea. Casta Diva no se está refiriendo a Norma, que, efectivamente, ni era casta ni era pura, porque Norma era una sacerdotisa en la época de la dominación de los romanos a los celtas, una druida celta, pero en un claro de luna, debajo del roble, con un haz de plata cortó el muérdago y en ese remanso de paz le hace una canción a la luna, y, refiriéndose a la luna, le dice ‘casta diva, tú que de plata bañas estos sagrados bosques, vuelve a nosotros tu bello semblante sin nubes ni velo…’. ¡Hay que saberse el libreto de Norma para conocer que Casta Diva se está refiriendo a la luna y no a Norma!».

De las mil o dos mil botellas que hacía al principio, una producción casi en exclusiva para los amigos, llegó a sacar cerca de 70.000. Ahora, con la pandemia, está en retroceso, rozando los 25.000 litros anuales. «El problema que se avecina para las bodegas es muy grande. Esta división territorial nos lleva al agravio comparativo». Y el hombre que lo ha resistido todo, que fue marino, campeón de saltos de trampolín de los tres ejércitos, que trabajó en Hacienda y triunfó con el vino de autor, se muestra triste por el panorama que pinta el virus. «He dedicado mi vida al vino y ahora parece que la covid me lo va a arrebatar todo en un santiamén».  

*Este artículo se publicó originalmente en el número 76 (febrero 2021) de la revista Plaza

 

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