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Los Vidal: los ojos de València que pasan de generación en generación 

Los Vidal: cuatro generaciones de una estirpe de fotógrafos que ha retratado más de un siglo de la historia de la ciudad

| 21/01/2021 | 9 min, 49 seg

VALÈNCIA.- Para aclararnos, los Vidal fotógrafos son cuatro: Martín Vidal, el abuelo; Luis Vidal Corella, el padre; Luis Vidal Vidal, el hijo, y Luis Vidal Ayala, el nieto. La estirpe arranca con Martín Vidal Romero. Era un bohemio y un hombre con una curiosidad innata al que le condicionó ser sobrino-nieto del maestro Giner, del músico Salvador Giner. Porque su padre era ebanista, pero a él le tiró la música. Estudió en el conservatorio y llegó a ser profesional. Pero también le gustaba mucho la pintura, la imagen, en realidad, y convivió con los pintores de su época, incluido Joaquín Sorolla. Y, claro, cuando llegó ese invento llamado fotografía a finales del siglo XIX, se rindió de inmediato y en cuanto pudo se compró una de aquellas aparatosas cámaras de la época.

Su nieto Luis, que tiene un aspecto admirable a sus 85 años, no tarda en dejar clara la jerarquía. Su padre fue un maestro, cuyos trabajos durante la Guerra Civil no tuvieron nada que envidiar a Robert Capa ni a nadie. Luego llegó él y trabajó durante años en el periódico Levante. Y al final de esta historia está su hijo, Luis Vidal, quien, después de soltarse en varios periódicos, acabó como fotógrafo de los presidentes de la Generalitat que tuvo el PP durante sus años de dominio en las urnas.

El abuelo empezó fotografiando bodegones y haciendo retratos de la familia. Cosas cotidianas que no tardó en dejar atrás en cuanto su cuñado, Paco Corella, que trabajaba en el Diario de Valencia, le convenció para que presentara unas fotos fantásticas que había hecho de una inundación. «Se las publicaron y ahí ya se envenenó», explica el hijo antes de estallar en una carcajada. Porque él sabe bien lo que es el veneno del periodismo y entregarse en alma a un oficio. «Una vez entras, de esta profesión ya no sales».

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El hijo nació en 1936 y su padre murió en el 59 a los 59 años. Sus únicos recuerdos son del hogar familiar. Vivían todos en la casa de Garrigues, enfrente del cine Olympia. Durante la Guerra Civil trabajó para El Mercantil Valenciano y, además, colaboraba con revistas y periódicos de Madrid. «Luego nos hemos enterado de muchas cosas; porque él  tampoco contaba mucho, como sucedió con muchos de los que vivieron esa época tan triste. Pero cubrió el frente de Teruel, adonde fue bastantes veces; luego nos enteramos que estuvo en Ibiza, que fue alternativamente de los franquistas y de los republicanos, en Belchite, en Úbeda con lo del santuario de la Virgen de la Cabeza (su hijo le va recordando)... Una etapa dura y difícil. Y aquí cubrió mucho la Valencia de retaguardia».

Pero estar tan cerca del meollo tuvo su precio, y Martín Vidal acabó «detenido y permaneció en una de esas checas extrañas donde estuvo un par de semanas acusado de nada... Porque mi padre era un profesional; no era un hombre que tuviera significado político. Era un fotoperiodista, como se llama ahora, y estaba a todo».

Su obra va refulgiendo en el archivo que están recuperando su hijo y su nieto en una bonita vivienda de techos altísimos a espaldas del Palau de la Generalitat. El hijo, que fue un notable fotógrafo, habla con un respeto casi reverencial del profesional que tuvo como padre. «Fue un hombre excepcional. No tenía mucha salud y había pasado muchas vicisitudes. Trabajó en el Levante, tuvo la corresponsalía de la Agencia Efe y también tenía cosas de tipo deportivo en el Marca y el Mundo Deportivo. Todo eso lo cubría como podía el hombre. Fue muy trabajador, y como fotógrafo era la leche».

Cuando las cámaras eran de placa

Aquel reportero aún vivió la época de las cámaras de placa. Luego, en el 39, adquirió dos Leica de paso universal. Pero eran tiempos duros para conseguir material. «Eran unos años en los que faltaba de todo: si no había pan, imagínate película, que venía fundamentalmente de Alemania y estaba en plena Guerra Mundial. Me contaba que se utilizaba el magnesio como ayuda para hacer fotografías en interiores. En la Guerra Civil usaba un magnesio de la casa Agfa que era fenomenal, hacía una luz muy buena, no dejaba humo ni nada… Pero después mi padre tuvo que ponerse en contacto con un pirotécnico de Benimàmet que le fabricaba ¡un magnesio que hacía un humo!».

Luis Vidal Vidal se esfuerza por poner en valor su excepcional cometido en la Guerra Civil, cuando ‘competía’ con los mejores fotógrafos del mundo con un equipo mucho peor. «Pero si mi padre se iba a Teruel, que entonces era un viaje largo, con la maleta de placas, la cámara, el trípode… Fue heroico. Después de la guerra, mi padre conocía, por el fútbol, que también lo cubría, a Luis Casanova, el presidente del Valencia CF. Su hermano, Vicente Casanova, presidente de Cifesa, le facilitó unos bombos de película con sobrante de material. Lo miras y al principio salen imágenes de un rodaje de una película. Iban a salto de mata, heroicamente y haciendo lo que se podía».

A estas alturas ya ha quedado patente la memoria elefantina de su sucesor, que nació el 16 de febrero de 1936. «Fue el día de las elecciones que ganó el Frente Popular. Me adelanté unas horas y mi madre no pudo ir a votar». Aquel niño estudió en las Escuelas Pías. Allí se editaba una revista, Piedad y Letras, y el día que vino el general de la orden de los Escolapios, el padre Tomec, que era extranjero, su padre no pudo ir a hacer las fotografías y se las encargaron a Luisito Vidal, que tenía diez años.

Aquel chaval se inició con las cámaras de su padre, que no paraba de trabajar para cumplir con todos los medios con los que colaboraba. En aquella época, el Levante organizaba una vuelta ciclista y como aquel hombre andaba tan ocupado, no pudo cubrirla. Pensaron una solución y se les ocurrió que quién mejor para sustituirle que Luisito. Y así fue cómo un renacuajo de once años, vestido aún con pantalón corto, se puso a trabajar. Le llenaron de pegatinas para que nadie se pensara que era un mocoso que se había colado por ahí, y se puso a hacer fotos. Luego llegaba un motorista, recogía los negativos y los llevaba a la redacción. Luisito, además, le hacía una notita a su padre para que supiera qué significaba cada fotografía.

El hijo se envenenó antes incluso que el padre. «Yo nací con una cámara en las manos. El laboratorio, para mí, era como la salita de mi casa: acababa de hacer los deberes del colegio, subía al piso de arriba, donde estaba el laboratorio, y entraba, salía… Para un niño de 9 o 10 años, la magia que tenía el cuarto oscuro, con las luces, el olorcillo a los productos de revelado…».

Es curioso, pero años después, desde que se jubiló, Luis Vidal no ha vuelto a hacer una fotografía, pero, en cambio, mantiene intacta su afición por el ciclismo. También acompañó a su padre a los campos de fútbol. Iba de aprendiz. Y así, poco a poco, se convirtió en fotógrafo.

Cuando murió su padre, Luis tenía 23 años. Y tanto el director del Levante, Sabino Alonso-Fueyo, como el subdirector, Adolfo Cámara, entendieron que la sucesión natural era incorporar al joven meritorio. «Y no paré hasta que el periódico se privatizó. Cuando cambió de propiedad y pasó a manos de los Moll, me propusieron continuar, pero no me interesó: casi todos mis compañeros se marchaban y las condiciones no eran buenas; tenías que renunciar a tu antigüedad y empezar de cero. Entonces tenías dos alternativas: te daban una indemnización económica o pasabas a la Administración. Y yo, que tendría cerca de los cincuenta y tres hijos, pedí lo segundo. Aunque mataba el gusanillo del periodismo en La Hoja del Lunes».

—¿Que lo otro no es periodismo?

— (Se queda dudando un par de segundos). No. Sinceramente, bajo mi punto de vista, no. Es tan diferente trabajar en un periódico día a día a hacerlo en un gabinete de prensa, con todos los respetos. Estuve con Burriel como delegado del Gobierno, pero el trabajo no te llena igual. Ni muchísimo menos.

Y así, después de trabajar en Levante desde 1959 hasta 1984, pasó el tiempo que le quedaba hasta la jubilación en Delegación del Gobierno.

La casa donde están, en realidad, es del nieto, del otro Luis. «Los padres somos okupas. Somos como los de la película Parásitos», bromea mientras su hijo le observa en silencio con la satisfacción de haberle podido dar tu casa a tus padres. Aunque todas las semanas pasa por allí para echar el rato ordenando el colosal archivo familiar.

El padre intentó que no fuera un esclavo del periodismo. «Intenté que él no naciera con una cámara en las manos, como yo. Porque la profesión es preciosa pero es una profesión bastante más dura de lo que la gente se piensa. 'Oh, qué bien vivís, veis el fútbol en primera fila’. Pero no, es mucho más complicado que todo eso. Y yo pensaba que Luis, si tenía un poco de cabeza, haría otra cosa. Pero no la tuvo. El día que me dijo ‘Papá, yo quiero seguir la profesión’, le contesté: ‘Va, seamos serios’. Pero él insistió y me desarmó: ‘¿Tú qué hiciste cuando tu padre...?’. Ya me ha pillado».

El bisnieto de Martín Vidal sí tuvo una formación y ha desarrollado su profesión en la época digital. «Aunque yo aún revelé. Conozco lo de las cubetas y todo eso. Soy de 1968. Yo el paso del carrete al digital lo hice en Las Provincias; en Abc todavía revelábamos con carrete. Cuando pasé a Las Provincias con Pepe Penalba (otro apellido histórico en el fotoperiodismo valenciano) fue cuando dimos el cambio».

Penalba y los dos Vidal se reúnen de vez en cuando. Se les suma Manolo Finezas, el tercer gran apellido de fotógrafos valencianos. El menor de todos es Luis Vidal hijo, que recuerda a su padre siempre trabajando y hablando a diario con Penalba. Eran más que amigos.

El hijo trabajó en Presidencia en el último año de Eduardo Zaplana, con José Luis Olivas, Paco Camps y Alberto Fabra. «Fueron años muy intensos», se limita a decir el siempre discreto Luis Vidal, que no ha estado tan ligado al periodismo que defiende su padre, pero que sabe de sobra lo que es un periodista. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 75 (enero 20231) de la revista Plaza

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