opinión

Maldita pretemporada

19/07/2019 - 

VALÈNCIA. Alguien tiene que decirlo: las pretemporadas son un tostón, una anomalía del curso futbolístico en la que los clubes afinan sus plantillas y los futbolistas van de un equipo a otro a ritmo de vértigo. Los amistosos de los meses de verano son pachangas que, si antes servían para alimentar de fútbol a la España rural, la que no podía ver a los jugadores más que en televisión y durante la liga, ahora alimentan a los rincones más inhóspitos del planeta, dependiendo de quiénes sean los patrocinadores o los intereses económicos de cada club.

No quiero ponerme en plan Abuelo Cebolleta, pero hace unos años las pretemporadas eran más divertidas. Sencillamente porque el aficionado no veía a su equipo hasta que llegaba el partido de presentación y los nuevos fichajes aparecían entonces, como por arte de magia, para que el seguidor se fuera acostumbrando a ellos, a su forma de moverse, de rematar o de controlar el balón. Pero, salvo esa puesta de largo, normalmente aderezada con un calor infernal, las únicas noticias del equipo de la temporada siguiente llegaban a través de los periódicos y las radios, es decir, dejaban más margen a la imaginación y la cábala que la maldita televisión que transmite todos los partidos de pretemporada. Ahora, cuando empieza la liga, uno ya ha visto los defectos y las virtudes del conjunto que apoya, no los va descubriendo a medida que avanza el curso. Para poner un ejemplo un poco guarro, la pretemporada sería como una masturbación larga e inútil, a la espera de la temporada, cuando llega el sexo del bueno.

Dentro de unos días comenzarán los partidos de pretemporada del Valencia. Al mismo tiempo que Marcelino, descubriremos qué futbolistas sobran en la plantilla y qué carencias tiene el equipo que exijan una compra más o menos urgente. Viviremos, a diario, la adaptación de Cillessen, Jason o Maxi Gómez al esquema del técnico e igual echamos de menos las tropelías de Santi Mina en el frente de ataque. Llegaremos al 17 de agosto con la sensación de que ya conocemos cómo es el equipo que nos vamos a encontrar a lo largo de nueve meses. Con cierta dosis de euforia, si los resultados de pretemporada son buenos, o con un renovado pesimismo, si no acompañan. Antes, no sentenciábamos aquello de “mira que són roïns” hasta que el equipo empezaba a flaquear en la competición o el “ja tenim equip” si la cosa funcionaba. Al fin y al cabo, somos del Valencia.

Cierto es que antes tampoco había tantos cambios en las plantillas durante la maldita pretemporada. Si tenías 10 millones (de lo que fuera), buscabas a un refuerzo que valiera eso y lo comprabas, como cualquier españolito de clase media en El Corte Inglés, pero a lo bruto. En la actualidad, los gestores deportivos también son ingenieros económicos que se preocupan de cuadrar el Fair Play Financiero mientras buscan reforzar al equipo, lo que provoca que, en las operaciones de traspasos, haya cesiones, con opción de compra o no, pagos aplazados o derechos de tanteo si el futbolista traspasado se sale. La maldita pretemporada se ha convertido en un mercado financiero que ni Wall Street.

Lo que no cambia, así pasen los años, es la actitud de los futbolistas cuando llegan a un nuevo equipo. La avalancha de frases tipo “siempre soñé con jugar en este equipo”, los besos al nuevo escudo o los “vengo a hacer cosas grandes” se pueden disfrazar de “siempre soñé con jugar la Champions”, “este equipo es el sueño de todo profesional” o “vengo a ganar títulos”, pero no deja de ser más de lo mismo. Por eso admiro a tipos como Roberto Soldado que, nada más estampar su firma por el Granada, hace solo unos días, afirmó que él era del Granada desde pequeñito, al igual que lo había sido con anterioridad del Real Madrid, el Osasuna, el Getafe, el Valencia, el Tottenham, el Villarreal o el Fenerbaçe. Ese sí que es un futbolista vintage.

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