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Max Brooks vuelve al bestseller con una masacre 'sasquatch'

El autor de la exitosa 'Guerra Mundial Z' en formato libro, infinitamente mejor que la película homónima, nos ofrece en esta ocasión un apocalipsis simiesco, local, volcánico y maloliente.

10/08/2020 - 

VALÈNCIA. En el misterioso terreno de los críptidos, cada descubrimiento auténtico se celebra como un gol en la prórroga para ganar un mundial. Cuando científicos japoneses grabaron por primera vez a un Architeuthis —un calamar gigante— allá por dos mil doce en las Islas Ogasawara del Pacífico, la euforia fue indescriptible: que un animal tan prodigioso, mítico y descomunal como el kraken existiese en este planeta que equivocadamente creemos despojado ya de secretos zoológicos, supuso toda una victoria que aparentemente hacía menos descabellados los supuestos avistamientos de otras criaturas como los monstruos de los lagos Ness, Champlain, Tota o Tianchi, la bestia de Gévaudan, el chupacabras, la serpiente marina, el tigre de Ennedi, o los diferentes homínidos de gran envergadura y pelaje espeso que pueblan las leyendas de regiones de todo el mundo, como el chuchunya siberiano, el yeti en el Tíbet o el archiconocido bigfoot, a quien hablando con mayor propiedad y respeto a la tradición nativa americana, nos referiremos en adelante como 'sasquatch' —pese a que este nombre sea en realidad una adaptación al inglés del original 'sasq’ets' de la lengua halkomelem—. Horas y horas de lecturas en webs de aspecto amateur, de opiniones compartidas en foros, de visionado de vídeos convenientemente breves y desenfocados, y toneladas de ilusión depositada en la idea de que la Tierra puede ser todavía el escenario de fantásticas revelaciones recibieron un contundente espaldarazo en forma de tentáculos plateados en un vídeo. Pese a que fue la esforzada ciencia quien dio finalmente con la prueba de que el enorme cefalópodo era una realidad, también la fervorosa fe de muchos se vio reforzada. El calamar gigante vive, la lucha sigue. La verdad está ahí fuera.

En materia de críptidos recurrentes, la corona sin duda —y con permiso de Nessie— es para los homínidos de tipo Gigantopithecus, siendo el 'sasquatch', por difusión, el monarca simio: en torno a este gigante peludo se ha creado una pequeña industria que incluye turismo criptozoológico y una buena cantidad de libros, series y películas, algunas de notable éxito, como Harry y los Hendersons, que tras funcionar de maravilla en la gran pantalla, se adaptó a la televisión y acabó durando tres temporadas con un total de setenta capítulos. A esta serie le debemos la imagen de una cabeza cónica que nos viene a la mente cuando pensamos en un 'sasquatch'. Pero imaginemos por un momento esa cara ingenua y bonachona de Harry transfigurada en un rostro que aúlla excitado por la caza inminente, o que frunce el ceño, abre los ojos y enseña los dientes con un grito espantoso de amenaza, y que de pronto, con sus tres metros de altura, Harry, que es bípedo, arranca a correr hacia nosotros con la fuerza y la violencia de tres gorilas de espalda plateada, y que tras alcanzarnos mientras huimos despavoridos y agarrarnos con uno de sus brazos como troncos de secuoya, nos levanta como un muñeco de trapo y nos estampa contra el suelo, para a continuación hacernos papilla a base de frenéticos mazazos simiescos. Todo mientras nos asfixia un insoportable hedor a huevos podridos, que según el saber popular es característico de estas bestias primas hermanas. Algo así es lo que ha imaginado Max Brooks, autor del bestseller mundial Guerra Mundial Z o previamente de Zombi: Guía de supervivencia, que en este caso dejo a los muertos vivientes —o infectados— a un lado, y se adentra en el mundo de los abominables hombres de los bosques para dar una vuelta de tuerca al mito en su retorno a las librerías con Involución (Reservoir Books, traducción de Raúl Sastre), título que puede ofrecernos una imagen equivocada de la historia dado que no guarda mucha relación con ella —el razonamiento de Brooks para referirse a los hechos como un proceso de involución no se sostiene bien—.

Aquí lo que sucede es que una comunidad de neoyuppies de la especie Siliconvalleycus ha decidido marchar de la ciudad para apostar por una Arcadia feliz aislada en las montañas pero abastecida por drones de Amazon y conectada mediante un cable de fibra óptica del grosor de un gasoducto ruso, una comunidad diseñada para ser sostenible y eficiente energéticamente, que sin embargo, cuando las cosas se ponen feas, más que integrarse en el entorno, pronto demuestra ser poco más que una ratonera hipertecnológica con ínfulas: tras la erupción del volcán Rainier, al sureste de Seattle, todo se va a al garete; los lahares, esas horripilantes mareas de lodo hirviendo que bajan velocísimas por las laderas de los volcanes tras una erupción, cortan cualquier vía de escape a los miembros de la comunidad, arruinando su filosofía happy y stay positive en cuestión de días, más o menos los que tardan en dejarse caer por allí una familia de hambrientos 'sasquatchs' dispuestos a incluir la carne humana en el menú. La premisa es divertida y el resultado, veraniego: si una o uno es fan de estos temas, se agradece toparse con un libro así, con hojas de papel reciclado que huelen a Stephen King, a descanso y a diversión.

Si bien no es el Brooks de Guerra Mundial Z —un libro sensacional construido a base de los puntos de vista de una multitud de testigos que poco tiene que ver con la peliculita que le sirvió de adaptación cinematográfica—, e incluso a veces, queriendo inyectar valoraciones personales o críticas mediante situaciones pilladas por los ásperos pelos de un 'sasquatch', llega a parecer un escritor menos experimentado que aquella versión suya, sí sabe mantener un tono de guionista que consigue que quieras volver a casa a terminarte el libro. Esto es una virtud maravillosa: el entretenimiento, denostado por muchos en favor de lo supuestamente intelectual, especialmente en la literatura, es aquí la razón de ser. Desde la primera página, un capítulo found footage muy brooksiano —igual que las referencias a que el mismo suceso podría haber ocurrido en otras ocasiones volando por debajo del radar o siendo rápidamente tapado por los hombres de negro—, el autor nos sienta en la butaca, pone en marcha el proyector, y a la que nos damos cuenta estamos haciendo todas esas cosas que no se deben hacer en una película de terror, como ver una silueta espeluznante entre los árboles, decir a nuestros compañeros que no se preocupen, y salir con nuestra última sonrisa a investigar qué es.

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