Hoy es 6 de octubre
VALÈNCIA. Más allá del batacazo deportivo y económico que supondría no jugar competiciones europeas la próxima temporada, que no es moco de pavo... el valencianismo mira al cielo y a Singapur intentando encontrar respuestas a las inabarcables incógnitas que presenta el futuro. Lamentablemente no hay respuestas: en el cielo no las hay porque no es el ‘negociado’ competente en la materia y desde el pequeño país asiático sólo llegan señales preñadas de revanchismo y prepotencia. La aseveración publicada por ‘la niña influencer’ ...destila una pulsión dictatorial que bien podría firmar el dueño de una plantación de algodón en Luisiana a principios del Siglo XX: "El club es nuestro y podemos hacer lo que queramos con él y nadie puede decirnos nada". ¡Ahí queda eso! No sólo haré lo que me de la gana con mi ‘juguete’ sino que, además, quienes han venido velando -con mayor o peor suerte- históricamente por la gestación, vida y crecimiento de la entidad... no tienen derecho, siquiera, a decir nada. Leerlo indigna por la carga de insolencia que desprende pero a nadie debería extrañar. Al fin y al cabo no es sino el mejor pie de foto para la imagen del Presidente haciendo callar a Mestalla hace unos meses. Tan indignante como real. Tan asquerosa como real.
No se conforman perseverando una y otra vez en el destarifo sino que, además, lo restriegan en la cara del valencianista a la menor oportunidad a modo de recordatorio. A ellos no les duele el destarifo ni les importa el ridículo porque nada entienden del amor a unos colores ni el dolor que produce ver a una institución tan querida sometida al escarnio público. Se ríen de la música y de quien la toca porque nunca han considerado la vertiente sentimental del Club. No les importa. Se han comprado un equipo de fútbol en España como se podían haber comprado una mansión en Los Hamptons. Pueden disfrutar de un suntuoso banquete en el gran comedor o... mearse en la piscina, que para eso es suya.
Pasados casi seis años desde su llegada, parece que ya ha quedado claro, incluso para los más entregados, que no son estos los que harán más grande al Valencia y sí quienes están dispuestos a arrastrarlo por el lodazal si con ello obtienen un minuto de divertimiento aunque sea a costa de los sentimentales ‘lugareños’. El vértigo que produce al valencianismo verse fuera de Europa y sin un profesional contrastado que construya el futuro desde el banquillo hasta el último detalle de la plantilla... no va con ellos porque ni sienten ni padecen. El ruido en las redes sociales les entra por un oído y les sale por el otro porque el balón es suyo. No les ha temblado el pulso para vaciar la grada de animación, para dejar el nombre del Valencia a la altura del betún dando la espalda a una campaña benéfica por ser Cañizares quien la abanderaba, para esquinar a Mario Alberto Kempes obviando el calado de ‘El Matador’ en el seno del valencianismo, para bloquear a aficionados críticos con su gestión, para vetar a periodistas como si esto fuera Corea del Norte, para dejar a un lesionado de larga duración sin contrato desatendiendo todos lo códigos del fútbol, para empequeñecer la celebración del Centenario o para ‘cepillarse’ a un entrenador por un ataquito de celos con independencia de su eficacia. Nada les para ni a nadie temen.
Quizá lo más triste sea la desafección que han sembrado. Su abrumadora mayoría en el accionariado aplaca cualquier intento de sublevación y los pocos colectivos que , por el hecho de estar agrupados, podrían abanderar una protesta enérgica y sonora... callan porque lo están bajo el cobijo del propio Club y carecen de la mínima independencia para encabezar nada que no sea reclamar la ‘sopa boba’. El resto de la afición, o se aleja del Valencia, o aguanta el chaparrón esperando que un golpe de fortuna vuelva a poner un Mateu Alemany en el camino y las aguas encuentren un cauce más o menos lógico dentro de la gran anormalidad en la que vivimos. Quién sabe si el incipiente foco de resistencia que van regando con su soberbia llegará a crecer para hacerles incómoda su presencia en el Valencia CF o si la presión de las instituciones ante su apatía con el nuevo estadio inquietará algún día al máximo accionista en el exilio. En cualquier caso, si algún día se animan a construirlo, preocúpense de que no incluyan una gran piscina porque, si lo hacen... se mearán en ella y, además, reclamarán el aplauso de la concurrencia. Siempre habrá algún idiota dispuesto a aplaudir.