A Suso le provoca risa que nos comparen con el Sevilla. A mí me da risa que sigamos viviendo de algo que sucedió hace 12 temporadas. Por momentos, este entorno desespera. Vivimos en una constante ficción y en un perpetuo ridículo...
VALENCIA. A Suso le provoca risa que nos comparen con el Sevilla. A mí me da risa que sigamos viviendo de algo que sucedió hace 12 temporadas. Por momentos, este entorno desespera. Vivimos en una constante ficción y en un perpetuo ridículo.
Es un hecho que el Valencia perdió su sitio en el mundo. Que el fútbol moderno se lo está merendando. Que hace diez años que no empata con nadie. Pero poco importa. Seguimos creyéndonos los reyes al tiempo que nuestros colegios se llenaron de camisetas del Barça. Fuimos derrotados incluso en la batalla generacional.
Incapaz de construirse un nuevo futuro, el Valencia no hace más que tirar de embrujos invocando al pasado, danzando como un chamán alrededor de una hoguera mascullando disparates. Seguimos jugando con las pócimas del doblete ajenos a que hay dos generaciones de muchachos que no compran el discurso porque no han conocido otra cosa que un Valencia de esperpentos.
Es una verdad dolorosa, pues claro que lo es, pero mirar a otro lado no la hará desaparecer. Continuar engañándonos, tampoco. Agarrarse a frases huecas y testiculares, mucho menos. Este club y este entorno dejarán de estrellarse cuando acepten la realidad. Y la realidad es cruda. Salir de ella requiere humildad, trabajo duro e ideas claras. Si seguimos viviendo en 2004 encarando ya la segunda mitad de 2016 el Valencia perderá lo poco que supo conservar durante este accidente. Y eso sería irrecuperable.
Hicimos una transición loca. Pasamos de celebrar títulos a festejar traspasos millonarios; a glorificar ganancias financieras por jugar Champions en lugar de preocuparnos por conseguir gestas deportivas; a idolatrar a gestores en lugar de a futbolistas; llenamos los programas de radio y los periódicos de debates que preguntaban si había que tirar la Europa League porque era un torneo menor, con argumentos cargados de desprecio, mientras nuestros rivales se cansaban de levantar títulos y participar en finales.
Quedan pecados por purgar para un siglo entero.
La única certeza es que hace mucho que este club perdió el trellat; la ambición; su razón de ser; el rumbo; las ganas de pelear e innovar; la irreverencia que un día le hizo grande; la voluntad de querer ser porque creyó que ya lo es; hace mucho que este club es un vegetal. Recuperar el tiempo y el espacio perdido no pasa por reírse del Sevilla, pasa por aprender algo de ellos, porque ellos lo hicieron de nosotros, y acabaron dándonos sopas con ondas.
El equipo que se plantó en París no era un Valencia soberbio, ni creído. Era un club con ganas de demostrar, que se revolvía contra la realidad impuesta, que se cagaba en su historia porque anhelaba construirse un futuro en lugar de empeñarse en reverdecer un pasado marchito e irreproducible. Ésa es la mayor humillación. Que todos triunfaron imitando al Valencia mientras el Valencia olvidó cuál era el camino.
Ahora es el Valencia quien provoca risa cuando se compara a los demás, Suso.