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la cantina

Messi y los cuervos me metieron en el Mundial

16/12/2022 - 

VALÈNCIA. Nunca escribo de fútbol. Para eso ya hay mil personas que lo hacen a diario. Antes, de joven, me apasionaba, pero me aburrí. Fue entrar en la sección de deportes y asquearme. Pero la semana pasada acudí a un bar de Blasco Ibáñez para ver el partido de cuartos de final entre Argentina y Países Bajos con cuarenta hinchas de San Lorenzo de Almagro y me enganché al Mundial cuando menos lo esperaba. Hasta ese momento, mi consumo de la Copa del Mundo se reducía al España-Alemania y la primera parte del España-Marruecos (el resto me lo perdí y, a cambio, gané ‘Close’, una magnífica película llena de sutilezas).

En El Holandés Errante, así se llama el bar, me metí en la piel de un argentino. Entendí durante 120 minutos y una tanda de penaltis cómo viven ellos este deporte que les hace perder el juicio. No estaban en el estadio, sino en un bar donde volaban las cervezas y las patatas fritas, y a pesar de eso se tiraron todo el partido cantando y animando. “Nosotros nos pensamos que nos escuchan”, bromeó Pablo, el porteño que me invitó a sumergirme en el Mundial con ellos.

Con los cuervos, ya mis cuervos, que es como se llaman los seguidores de San Lorenzo, vimos que una retransmisión a la europea les sabe a poco, que ellos necesitan más víscera en los comentarios y menos debates tácticos. Ellos, los argentinos, necesitan sentir que en todo momento está a punto de pasar algo, aunque no pase nada.

Aquella noche canté sus goles y temí por la derrota con el empate postrero de Países Bajos. Pero vi un equipo alzarse con mucha personalidad y el fútbol o la fortuna o vete a saber qué les recompensó en los penaltis.

En medio de los cuervos, con una cerveza en la mano, me acordé de Maradona y, salvo maldecir al árbitro, sentí lo mismo que ellos. Acompasé mis latidos a los suyos.

Tras los penaltis, chocamos las manos y me fui feliz. No eufórico como un argentino verdadero, pero sí contento.

Antes de la semifinal ante Croacia, un peldaño más arriba, Pablo me envió el enlace a una entrevista con Jorge Valdano. El argentino, campeón en aquel Mundial del Maradona pletórico y tocado por la mano de Dios, un Mundial que sí vi de cabo a rabo, es un regalo para el fútbol. Siempre educado, elegante, tiene una forma de hablar tan hermosa como certera. Lo que dice, que es mucho, como buen argentino, es tan preciso como ingenioso.

Valdano le contaba al periodista de TyC Sports que Argentina ha hecho mucho para que el Mundial pareciera auténtico. Ellos llenaron las gradas de los tremendos estadios cataríes. Ellos llevaron el bullicio a las tribunas. Y ellos, sus jugadores, extendieron por la cancha un fútbol contundente y con muchísima personalidad. Messi anda rodeado de pirañas que muerden los tobillos de los rivales. Argentina no tiene un racimo de figuras, pero jamás se descompone en el campo.

Y luego está Messi. Valdano dice que, en Catar, Messi está mostrando la esencia del fútbol. Yo percibí algo parecido en los partidos y los resúmenes que vi. Es un sabio con las botas viejas. Un astro que ilumina los ataques de su selección sin la exuberancia del pasado. Pero Messi se convierte en alguien tan inteligente sobre el césped que ha sabido ir mutando de piel durante los veinte años que lleva en la cima del fútbol mundial. Y ahora, a sus 35 años, sin el fondo del veinteañero que corría incansable hacia la portería una y otra vez, con la persistencia del obseso, raciona sus esfuerzos para que sean pocos pero suficientes para decantar la balanza.

Valdano lo contó a su manera: “En los partidos más complicados sabemos que, tarde o temprano, va a aparecer un resquicio, y sabemos también quién va a encontrar ese resquicio”. Y, al hilo de las críticas que le llovieron tras la eliminatoria contra Países Bajos y su ya inmortal “¿Qué mirás, bobo?”, sentenció: “Quien no quiere a Messi, no quiere al fútbol”.

A mí me da la sensación, y en cierto modo lo descubrí en El Holandés Errante, que Argentina ha necesitado veinte años para entender que no era imprescindible elegir entre Messi o Maradona. Que uno fue un tipo con más carisma, quizá más estético, que elevó a un Nápoles mediocre y nos cegó desde el estadio Azteca, y el otro ha sido el mejor durante dos décadas sin apeaderos. Messi nunca ganó un Mundial, pero Maradona tampoco jugó nunca dos finales. Uno nos hizo felices. El otro también.

El problema es que su Mundial desemboca ante Francia y yo, que no tengo ni idea de fútbol, pero que algo veo, algo me llega, le escribí a mis amigos el día que empezó el Mundial y les dije, en vista de que se perdían en el debate sobre el favorito, que no entendía como alguien pudiera tener otro candidato que no fuera Francia. Aunque lo bonito del fútbol, dicen, es que cualquiera puede ganar a cualquier. Y Arabia Saudí se lo recordó el primer día. A mí me haría ilusión que Messi, que tantos obsequios brindó durante años y años a los aficionados a este deporte, coronara su carrera, su impactante carrera, con el título mundial. Y qué carajo, también me alegría mucho por los cuervos de El Holandés Errante.

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