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Mestalla en la hora de la no renuncia

20/04/2023 - 

VALÈNCIA. Hacerse el enfadado porque los árbitros te someten (estoy muy enfadado, mírame: estoy muy enfadado) mientras, durante años, se han evadido las responsabilidades que un club debe tener para fortalecerse institucionalmente, es tan pintoresco como estéril. Esperar a hacerlo cuando el equipo se juega el desahucio en pocas semanas, es cuanto menos negligente. 

La dirección del Valencia hace tiempo que ha dejado de trabajar por darle un futuro al Valencia, el ahínco solo se da para que lo parezca. Cada elección decisiva está basada en la apariencia: la de unos alguaciles intentando encubrir la verdad más dolorosa de todas: a su superior, al propietario de todo esto, no le ocupa el destino del club. Si le preocupa o no, es intrascendente. 

Juega a una ruleta rusa donde que la tragedia se consume no es más que un contratiempo, pero calma, hay tantos caprichos con los que entretenerse... Enfadado, estoy muy enfadado. Con el ayuntamiento, con los árbitros, con los jugadores mercenarios que se quieren marchar... estoy muy enfadado, pero nunca contra quien toca. 

El Valencia -disculpe usted el empeño- no está en València. Y eso hace que no esté en ningún sitio. Lo podrán vejar, lo podrán abandonar, podrán especular con el club, podrán acribillarlo los árbitros... pero la impotencia fatal tiene que ver con que ni tan siquiera puede arder Troya, porque Troya no está donde siempre estuvo. Troya es una dirección en ningún lugar. El proceso de reindustrialización del fútbol, que ha dado paso a una desubicación de enseñas tradicionales, deja víctimas severas como la de Mestalla a través de verdugos como Lim. 

Por eso, con el mayo final al llegar, somos un club de dedos cruzados. Una rogativa sería más eficaz que pedir a la dirección algún movimiento certero. Los dedos cruzados de tantos niños o mayores esperando al penalti a favor, a una tarde rocambolesca que salga bien, a un gol de algún delantero. 

A ellos, a nosotros, no se les puede prometer ningún futuro. No hay alicientes porque al Valencia le han extirpado porvenir. Pero queda algo muy poderoso: si el Valencia se salva (y no me refiero a la permanencia), serán quienes están junto al club quienes podrán asignarse el mérito de que no renunciaron. Cuando el club vuelva a València, si lo hace, habrá mucha gente que jamás se habrá movido del sitio, que no se habrá ido a ninguna isla ni habrá dejado este puerto. Es la última fuerza. 

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