VALÈNCIA. Soy de los que no quiere ver perder al Valencia ni en los amistosos de verano. Nunca me encontrarán entre los que esperen un mal resultado que pueda servir para poner en un aprieto al dirigente de turno porque nada hay más importante que el éxito deportivo y, sobre todo, el beatifico efecto que este produce entre el aficionado que encuentra en el escudo de su equipo una ilusión y una válvula de escape a sus preocupaciones cotidianas. Ojalá hoy en San Mamés el Valencia sea capaz de romper todos los pronósticos, como hizo en Londres, y que Albert Celades vaya cosechando la tranquilidad y el crédito que conceden los buenos resultados. Pero, entendiendo perfectamente que haya quien quiera ‘pasar página’ esperando que las cosas se resuelvan, me inquieta y mucho la deriva que está tomando la institución. No creo que sea cuestión de ser valencianos o no, valencianos ha habido que han protagonizado gestiones catastróficas en el Valencia CF, sino del despotismo no ilustrado con el que están manejando el Club y las reiteradas faltas de respeto para con la afición y la propia historia de la entidad.
Lo más importante -desde mi humilde punto de vista- no es si se ficha a Rafinha o no. Ni que sea Marcelino quien se sienta en el banquillo o lo hace otro entrenador siempre que esté capacitado para dirigir un equipo de la magnitud del Valencia. Lo más importante no es si la gestión deportiva la encabeza Mateu Alemany u otro gestor si este está capacitado para hacerlo. Lo procedente no es tratar de poner a determinados periodistas contra las cuerdas a modo de cortina de humo buscando réditos mediáticos de un río revuelto.
Lo que importa es que el Club, con independencia del nombre y los apellidos de quienes ostenten responsabilidades importantes, se rija desde el sentido común y la profesionalidad necesaria para que el peso de la lógica haga crecer la institución y no arrastrarla por el lodo. Lo que importa es que haya un camino trazado y que impere un mínimo de humildad para encajar las críticas cuando estas se producen defendiendo la honorabilidad de la sociedad donde corresponda hacerlo si corresponde. Aquí, lamentablemente, ni hay camino, ni hay humildad, ni hay sentido común. Al contrario: impera el autoritarismo más ‘paleto’, la improvisación más caprichosa y la soberbia más prepotente.
Habiendo tenido la oportunidad de, desde la fortaleza deportiva, hacer crecer al Valencia acercándolo a otros clubes que ahora están por delante pero que estuvieron muy por detrás antes de llegar ellos, han dinamitado el capital humano que nos proporcionó dicha fortaleza simple y llanamente por una cuestión de ego. Y lo más preocupante de todo es que, mientras una gran parte de los valencianistas nos echamos las manos a la cabeza como quien se ha dejado el coche sin frenar y lo ve despeñarse irremediablemente por un barranco, ellos se ‘descojonan’ de la risa y se ‘descojonan’ del valencianismo escondidos tras un escudo que han comprado pero no sienten.
Siempre he pensado que el Valencia CF es indestructible y lo sigo pensando. El sentimiento valencianista se ha repuesto de muchos ‘palos’ y de las consecuencias de gestores muy perniciosos pero... tengo miedo. Tengo miedo porque, incluso a los dirigentes más torpes que he conocido -que no han sido pocos-, les vi preocuparse y sufrir por el Valencia cuando pintaron bastos y... tengo la inquietante sensación de que a estos señores le da igual la música y quien la toca. Y, aunque ellos se lo tomen todo a cachondeo, lo que tienen entre manos es un material muy sensible que precisa, cuanto menos, aplicar la dedicación que merece y la solvencia mínima indispensable para no dejar caer la institución por el barranco.