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Mirando hacia atrás sin ira

1/01/2021 - 

VALÈNCIA. En el confinamiento al que nos vimos abocados el pasado mes de marzo, descubrimos los efectos del pasado como bálsamo para curar las heridas del presente. Encerrados en nuestras casas sin poder salir durante un par de meses y sin un triste partido de fútbol que echarnos a la cara, nuestra diversión consistió en un baño de nostalgia, una inmersión en el fútbol histórico que nos ayudó a evadirnos de la realidad.

Cuando las cosas van mal, cuando el presente es una pesadilla de la que nos cuesta despertar, volver la vista hacia la historia es una excelente solución para sobrellevar el crudo día a día. En situaciones como la que vive el Valencia, el entorno del club, ese intangible que marca el paso, sin saberlo, de la construcción de eso que llamamos “el relato”, ha decidido mirar hacia atrás sin ira para huir de una realidad agónica a través de la literatura.

Hasta el comienzo de esta década que acabó ayer, la literatura valencianista era un páramo en el que, cual barrillas empujadas por el viento en el desierto, solo unas pocas obras de referencia construían el corpus literario de nuestra historia. Los trabajos de Jaime Hernández Perpiñá, Alfonso Gil y Luis Furió o Paco Lloret, obras de formato librería de casa donde no se lee, sostenían el paso junto a algunas iniciativas aisladas y casi suicidas que no dejaban de ser notas pintorescas en un panorama demasiado académico.

El panorama cambió alrededor del 2010, cuando la deriva institucional del club ya apuntaba a una compra externa y en el cielo valencianista se empezaban a columbrar nubarrones negros. Desde esa fecha, el goteo de obras sobre el Valencia ha sido incesante, pero se acentuó el año pasado, impulsado por el centenario del club, una efeméride que invitaba a reflexionar no solo sobre lo que fuimos, sino sobre lo que queríamos ser. El centenario se tradujo en un aluvión de títulos que, además de revisar el pasado desde los datos, añadían cierta dosis de ficción y subjetividad al tiempo transcurrido. Y no fue únicamente un fenómeno circunscrito a los libros; el año pasado estuvo trufado de programas de radio, artículos en prensa y columnas de opinión que nos invitaban a mirar hacia atrás sin ira, más bien con esa lógica manriqueña de que cualquiera tiempo pasado fue mejor.

La eclosión de la literatura valencianista ha mantenido la inercia en el año siguiente al de los mágicos cien, lo que demuestra que la fiebre por escribir sobre los avatares del club a lo largo de los años no era una moda pasajera movida por los fastos de tan redonda fecha. Pese a las dificultades propias de la situación en que vivimos, con las editoriales con el agua al cuello por la amenaza del coronavirus, el Valencia ha continuando generando historias en este 2020 que ya se fue. Las obras de Vicent Flor ('Nosaltres som el València'), Fran Guaita ('Libre'), Josep Lizondo ('Breve manual para una historia del Valencia'), Albert Carda ('Bajo palos'), Paco Lloret ('Bronco y copero II') o Pascual Calabuig, Sergi Calvo y Franz Kelle ('El Valencia club de fútbol en el banquillo') han contribuido a agrandar la ya suculenta biblioteca de obras sobre el club. A estos títulos, habría que añadir la humilde aportación de quien esto escribe ('El niño de Di Stéfano'), aunque esté feo hablar de uno mismo, por poco que sea.

Queda mucho por hacer, sin embargo, y lo peor es que, tal y como manejan los hilos del club quienes poseen la mayor parte del accionariado, puede que no nos dé tiempo a completar la biblioteca. Falta una buena historia crítica sobre el club, por ejemplo, o un relato novelesco sobre lo que significa el Valencia en la sociedad valenciana. Del mismo modo que sería magnífico que la producción audiovisual mirara también hacia el Valencia con una película o serie que convirtiera al club en protagonista.

Pero eso es cosa del futuro y este es siempre imperfecto.

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