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PATRIMONIO ORAL

Así es el museo 2.0 que rescata los recuerdos de los ‘iaios’ emigrantes y las ‘iaias’ silenciadas

El Museu de la Paraula alberga un gran archivo audiovisual con más de 300 entrevistas que reivindican el patrimonio oral de la sociedad valenciana tradicional. Un acto de “justicia social” para una generación a punto de diluirse en el olvido

26/04/2021 - 

VALÈNCIA. Subsistir del estraperlo que peinaba la grisura franquista; sumergirse en las aguas profundas del duelo; migrar a América Latina (ya sabéis, cuando los extranjeros que ahora criminaliza la ultraderecha eran nuestros parientes); encandenar embarazos, pérdidas gestacionales y partos cargados de miedos; la orfandad cuando apenas despunta la infancia; las duras jornadas de trabajo en el campo; los bombardeos de la Guerra Civil; la rutina en la fábrica...En el Museu de la Paraula hay hueco para las intrahistorias del siglo XX  en toda su inmensidad, con sus rutinas aparentemente banales y sus decisiones determinantes; con sus costumbres en peligro de extinción y con sus emociones universales. Este herbario digital lleva dos décadas tratando de documentar y conservar los testimonios de los valencianos más longevos para evitar que caigan en la maraña del olvido. Porque recordar de dónde venimos y quiénes fuimos hace un puñado de años siempre es importante, pero hacerlo en estos tiempos convulsos se vuelve una cuestión imprescindible, un acto de reconocimiento y desagravio; de aprendizaje y de conciencia. Porque todo instante, por muy anodino que pueda parecer en la superficie, esconde chispas de trascendencia.

Impulsada por el el Museu Valencià d'Etnologia y la Diputació de València con el apoyo de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, la iniciativa custodia en la actualidad más de 300 entrevistas registradas en formato audiovisual y disponibles online para toda la ciudadanía. Basta con darse un garbeo por su web para ir abriendo ventanas al pasado más reciente; una forma de reencontrarnos con nuestro lienzo colectivo, a veces cálido y reconfortante como el pan recién hecho, otras, doloroso como una herida mal cicatrizada. Frente a la apolillada mirada de quienes creen que ‘patrimonio’ es sinónimo de ‘monumentos’, esta inmensa cajonera 2.0 presenta la narración oral como una veta riqueza inagotable. 

Nacido en 1999, este archivo comenzó recabando los relatos de la generación nacida antes de la Guerra Civil y, en los últimos años, ha dedicado sus esfuerzos a obtener los testimonios de quienes abrieron los ojos por primera vez justo después. “Se trata, en cierto modo, de la ‘generación de la ruptura’. Personas que heredaron una cosmovisión de sus antepasados y vivieron una brecha con las costumbres de sus descendientes. Han ejercido de frontera entre unos y otros. Por ejemplo, un agricultor nos contaba que él había comenzado arando la tierra igual que se hacía hace 2.000 años y había acabado incorporando las prácticas actuales”, afirma Raquel Ferrero, responsable del proyecto. En ese sentido, subraya que se trata de una generación “con mucho que contar, pero que sufre el estigma de sentirse desfasados. Piensan que ya están fuera de circulación en el discurso social”. Y aquí, un clásico cuando de abordar microhistorias se trata: “muchos de nuestros informantes tienen asumido que su sabiduría y sus vivencias no tienen valor. Nuestra labor ahí es demostrar que esas experiencias sí interesan, que su legado importa y merece la pena ser conservado y transmitido”, sostiene Ferrero.

El resultado de este ingente esfuerzo de recopilación y gestión de las crónicas obtenidas es un atlas de la cotidianeidad, de la felicidad y la tragedia, de la frustración, del miedo, del amor y de la ternura. Así, a través de las diferentes herramientas de búsqueda que ofrece la plataforma, investigadores, estudiantes o simples curiosos pueden ir coleccionando los guijarros vivenciales diseminados a lo largo de más de trescientas charlas.

Los participantes son habitantes de distintos municipios de todo el territorio valenciano: Benilloba, Almussafes, Forcall, Castellfort, Ibi, Sollana… “El objetivo es llegar a todas las comarcas del País Valencià y que cada pueblo tenga, al menos, una entrevista representativa”, expone Ferrero. Una topografía que muestra los hilos conductores que atraviesan coordenadas, sierras y ríos con cuño mediterráneo, pero también de las idiosincrasias de cada rincón, esas especificidades que apuntalan su personalidad geográfica, ese anhelo de pertenencia a un punto concreto del mapamundi, a unos metros cuadrados de hogar. Y hablando de hogares, Ferrero también percibe una diferencia entre hombres y mujeres a la hora de hilvanar sus recuerdos. A ellas “les cuesta menos contarse a sí mismas, tienen más fluidez y quieren hablar de cosas más pegadas a su propia vida. Han sido durante décadas tejedoras de redes sociales”. En cambio, sus compañeros masculinos “prefieren hablar de lo de fuera del entorno que les rodeaba, pero no de ellos mismos, de sus emociones y sentimientos”.

Lactancia, represión y refranes

Para la antropóloga y lingüista Clara Colomina, de esta panoplia de experiencias desplegadas ante la cámara “se desprenden saberes realmente útiles para reflexionar sobre el mundo que habitamos, para vivir con sentido y respeto, y para abordar los retos del futuro. Todos las charlas, en mayor o menor medida, me han conmovido y me han dado lecciones de vida”. Y es que, los participantes hablan de lactancia y de prostitución; de los refranes, de la represión y de la industria de la madera; de bailes, de adivinanzas y de caldo de gallina. De todas las vidas —en ocasiones silenciosas, casi imperceptibles— que pueden germinar dentro de una vida anónima.

Con la voluntad de trazar un mapa de la memoria oral valenciana, el proyecto se divide en varias temáticas que resultan relevantes para configurar esa fotografía social del siglo XX en estos lares.  Ferrero explica que se han centrado en cubrir “aquellos huecos que existían en el Museu d’Etnografia. La gran fotografía de la sociedad valenciana del siglo XX estaba hecha, así que queríamos indagar en aspectos más específicos”.

Colomina, integrante de la iniciativa desde 2013 a 2020, señala que uno de los mayores retos “ha sido poder formar parte de las vivencias contadas por las personas mayores, una tarea emocionante, todo un privilegio”. Entre  las investigaciones realizadas, destaca las que abordan la muerte y la soltería femenina.

Contar para contarnos: “una cuestión de justicia social”

Como su propio nombre desvela, este proyecto porta en su ADN una misión: reivindicar la importancia de la oralidad como herramienta para documentar el pasado. Según la socióloga Irene Martín, la palabra lanzada al vuelo “es un material muy delicado y complejo”. Por ello, resulta esencial “respetar al máximo las narrativas que nos ofrecen. Hay grandes obras que recogen las biografías de grandes mandatarios y referentes, pero ¿qué pasa con todos esos individuos corrientes que han estado al margen?”. En ese sentido, define este trabajo como “una cuestión de justicia social, de poner el foco en esas personas comunes que también han construido nuestro entorno. Sin este tipo de iniciativas nos conoceríamos muy poco como sociedad y conoceríamos poco nuestra identidad”. Quizás por ello, destaca especialmente el haber podido recolectar la voz de las mujeres “que siempre han estado en un segundo plano, ocupándose de los cuidados, un ámbito mucho más marginado y escondido, del que tampoco sabíamos mucho. Todas las entrevistas tienen aspectos que te sorprenden y te hablan de la resiliencia, de mujeres valientes que han sacado adelante su vida”.

“Vivimos en un mundo que va muy rápido y, para mí, la memoria hablada es todo lo contrario: es artesana, se debe trabajar con mucho cuidado pues es un oasis en medio de esta sociedad hiperconectada y saturada de información. Es como salir a la fresca con una silla a hablar con tu abuela y las vecinas, una forma de fortalecer vínculos y conectar. La conversación es un tesoro que nos permite conocernos y reflexionar sobre el ser humano”, incide Martín. “No queremos saber el número exacto de valencianos de La Ribera que migraron a América Latina sino recoger ese testimonio que confesó: “si hubiera sabido nadar o hubiera tenido dinero para comprar el pasaje, a los diez días me habría vuelto”. No nos interesan las cifras, sino la subjetividad de las personas que vivieron esos momentos”, apunta Ferrero, para quien es primordial repensar “quiénes son los que tradicionalmente han creado las fuentes documentales oficiales” con las que hemos mirado al pasado.

Colomina lo tiene claro, estos relatos íntimos aportan “matices y detalles que no se pueden percibir —o que pueden pasar inadvertidos— en otros tipos de fuentes y que son valiosísimos para comprender esa sociedad”. En el mismo sentido, destaca el carácter “efímero, irrepetible y espontáneo de la oralidad, de las palabras dichas, contadas, cantadas. También porque el paso del tiempo afecta las lenguas y los sonidos, que experimentan cambios inevitablemente”. Así, considera que estos documentos audiovisuales “muestran formas de expresarse únicas, que ofrecen oportunidades para la comprensión de las maneras de sentir y de representar el mundo”. En la misma línea, Ferrero destaca que la mayoría de informantes en este archivo vienen de “una cultura muy ágrafa” y cimentada en las tertulias cotidianas. Sus tramoyas son las de “la narración a través conversación”.

Además, el proyecto nutre también la labor docente en los centros educativos. Así lo señala Juanvi Morales, profesor de Historia en un instituto que ha echado mano de esta plataforma en sus clases: “estos testimonios de primera mano facilitan mucho el aprendizaje en clase y la transmisión de conceptos relacionados con el pasado reciente. Son una fuente que va más allá del libro de texto. Los alumnos ven a esa persona, con nombre y apellido, explicar de primera mano sus vivencias y les produce una gran sensación de cercanía”. Se facilita así incluso una suerte de conexión intergeneracional, pues estos jóvenes “observan a personas que podrían ser sus abuelos hablando para un museo; ahí muchos se dan cuenta de que sus parientes también tienen algo importante que decir”.

En ese punto, la llama de la curiosidad ya está brotando en esos adolescente que, pese a ser criminalizados como una generación frívola o sin interés por nada, sí son capaces de establecer esa empatía cuando se activan los resortes adecuados: “empiezan a querer conocer su propia historia familiar, a preguntar a sus abuelos o a sus padres. Es un momento muy intenso porque se aproximan a su propio linaje desde un ángulo diferente —sostiene Morales—. Todos hemos tenido ese caso de que el iaio te contara una ‘batallita’ cuando eras joven y no haberle prestado atención. Después, al crecer, hemos querido recuperarla y ya era demasiado tarde… Archivos como este ayudan a que no se pierda toda esa información”.

Los calendarios no se detienen, ni los cauces de la vida frenan jamás su impulso. Precisamente por una cuestión cronológica, el trabajo del Museu de la Paraula es una tarea a contrarreloj: hasta que demos con la piedra filosofal,  los ciclos biológicos nos van a arrollar a todos. Y, si no se llega a tiempo, es posible que gran parte de esa memoria colectiva, de ese relato de quienes hemos sido, acabe diluido para siempre. ¿Próxima parada de este almacén de peripecias? Una campaña que siga las huellas “de los últimos obreros de la industria textil del País Valencià. Siempre va a existir esa brecha entre una generación y otra, todos tendremos cosas que contar a los que vengan detrás”, concluye Ferrero.

Entender 2021 quizás sea más fácil observando las dinámicas, los miedos y los anhelos más o menos latentes de 1951. Esos recuerdos que ya son colectivos quizás sean la clave para tejer un presente más amable, un futuro más esperanzador. Para no repetir los errores del pasado, para dibujar otros caminos, otros horizontes de futuro. El nuestro es un legado de croquetas, consejos, silencios, tabúes y mantas de punto. Porque fueron, somos; porque somos, todos los que vengan detrás, serán.

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