VALÈNCIA. Hay que reconocerles el mérito a los señores de Meriton: nunca jamás en 103 años de historia un grupo de gestores consiguió tener bailando a su son a buena parte de una masa social con tan poco esfuerzo. El Joker de Nolan presumía del caos que era capaz de generar “con unos cuantos bidones de gasolina y un par de balas”; Peter Lim podría hacer lo propio sacando a la palestra cuatro cesiones obtenidas, tres entrevistas concedidas, dos ruedas de prensa ofrecidas y un par de reuniones con las instituciones.
El condicionamiento pavloviano al que se ha visto sometido el valencianismo desde hace más de ocho años, muy a nuestro pesar, ha dejado al aficionado en una situación de indefensión sentimental casi irreversible. Bastó la campanita de un par de buenos resultados y vender una sensación de “cambio” (sic) en la propiedad para tener a muchos salivando, observando con detenimiento casi onanístico el árbol europeo mientras el bosque societario es arrasado cada día a nuestras espaldas.
Ya no es cuestión de esperar al menos una tenue protesta hacia la dirigencia cuando caes en casa estrepitosamente ante el Mallorca; el campo de Mestalla rindió armas hace tiempo, catatónico y hastiado, desnudo ante un propietario al que no puede desalojar del palco a base de silbidos o protestas porque ya se aseguraron los que le regalaron el club de que eso no pudiese suceder. Never forget.
Lo vivido la pasada jornada fue otra demostración de la resignación más absoluta. Y me pongo el primero de la fila: poco voy a poder reprocharle este año a Gattuso y a una plantilla demasiado joven e inexperta para según qué empresas, mientras quienes sí son responsables se van de rositas y se cobijan de la crítica con una facilidad asombrosa.
Aquí se ha estandarizado y normalizado lo de considerar a Peter Lim un desastre por defecto para, de esta manera, saltar grácilmente sobre su figura para luego verter el veneno en todo lo demás. El truco más viejo de todos los tiempos. “Sí, Lim es un desastre, pero…”. “La propiedad no tiene ni idea, pero…”. “Meriton es lo peor, pero…”. De ‘pero’ en ‘pero’ hasta la derrota final. Porque nunca en la vida la solución a una gestión negligente en una entidad deportiva puede llegar desde el césped. El balón puede dar respiros momentáneos, alguna alegría puntual, motivos para la ilusión y razones para seguir yendo al campo. Pero las soluciones siempre, por pura física, han de llegar desde arriba. Las cascadas fluyen siempre río abajo.
Se ha dado una pátina de normalidad a la ausencia de explicaciones durante tres años para, de pronto, estar casi obligados a dar gracias porque el portavoz del club y el ‘direttore de sport’ se sometan a las preguntas de los medios. Se ha dado validez sin rechistar a que la Junta del próximo mes de diciembre vaya a ser una farsa –como ya lo fue la anterior-, ya que a la cándida, afable, cercana y simpática Layhoon lo de regresar a las 9 acciones para acudir a la asamblea le viene un poco regular, no sea que el pequeño accionista se crea que pinta algo en esta SAD. Ya que estamos, se tolera la existencia plácida y las prebendas claras hacia un colectivo unipersonal rapado al cero de dignidad y que chupa del bote (¿de cerveza?) de la propiedad en lugar de defender los intereses de los accionistas minoritarios. Se traga con todo, se perdona todo, se pasa por alto todo y se disculpa todo.
Como el secuestrado que acaba cogiéndole cariño al secuestrador, no hace falta irse a Estocolmo para observar el síndrome: lo tenemos aquí mismo, en Valencia, en nuestras calles. Destrucción de un proyecto deportivo ganador. Novenos en liga un año, decimoterceros el siguiente y, de nuevo, novenos. Venta de los jugadores más destacados, casi siempre por debajo de su valor. Pérdidas millonarias cada temporada. Censura a (algunos) medios de comunicación. Una plantilla repleta de futbolistas inexpertos. Un máximo accionista que no invierte, un nuevo estadio que no se termina, la ATE judicializada, una masa social adormecida y un futuro dependiente del hipotecado maná de CVC. Apenas una de estas circunstancias habría bastado, en un pasado no tan lejano, para provocar el despertar de la gente; pues resulta que las estamos viviendo todas a la vez, cual tormenta perfecta, y a nadie se le mueve un pelo del bigote.
Anil lo clavó: es lo que hay. Nos tienen bailando. Se ha aceptado sin rechistar lo inaceptable.