Opinión

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Karla vuelve a la casilla de salida

Publicado: 05/02/2025 ·06:00
Actualizado: 05/02/2025 · 06:00
  • Karla Sofía Gascón

Cada vez que entro al trapo de las polémicas que estallan en las redes sociales, me acuerdo de un amigo, compañero de esta profesión, que me miró mal cuando le confesé que no tengo cuenta de Instagram. Ladeó la cabeza con gesto de reproche, entornó los ojos con un ímpetu que parecía querer enviarme al siglo XIX, en el que cree que vivo y del que, si por él fuera, a menudo no debería salir. Sigo sin cuenta en Instagram porque no me hace falta. Sigo escribiendo reportajes, noticias y columnas como esta sin que precise dar una difusión extrema a mi trabajo. Con Facebook convertida (casi) en un geriátrico de autoayuda y con una edad geriátrica para TikTok, tan solo utilizo X, la antigua Twitter, para mantenerme informado mientras desayuno. Y, ahí sí, para dar un pequeño altavoz a mis textos. Pese a ello, me da la impresión de que comprendo mejor las redes sociales, sus virtudes, sus numerosos defectos y la trascendencia que puede llegar a tener el hecho de que tus opiniones puedan estar al alcance de cualquiera, que personas como la actriz Karla Sofía Gascón.

Estás en tu salón, te aburres, coges el móvil, entras en X, tecleas lo primero que se te viene a la cabeza y sigues pensando que es como si hablaras con tu almohada o con tu querido diario, como si lo que te has atrevido a pensar en voz alta no tuviera consecuencias. Probablemente, no, salvo que tengas millones de seguidores. Cuando la actriz de Alcobendas, candidata al Oscar por Emilia Pérez, vomitó que tal vez en el colegio de su hija tuvieran que dar “árabe y un cordero” en vez de inglés, cuando se le cayeron sobre su tribuna expresiones como la de “putos moros”, cuando emborronó su cuenta con lo de que “la vacuna china, aparte del chip obligatorio, viene con dos rollitos de primavera”, o cuando arrastró la entrega de los premios de la Academia de 2021 diciendo que parecía “un festival afrokoreano, una manifestación Blacklivesmatter o el 8M”, apenas tendría más seguidores que yo. En esos momentos, eres tan intrascendente para las redes sociales como un pastor del Masái Mara. Pero ojo, que en cualquier momento pasas a la primera plana de los medios de comunicación. Y entonces comprendes que pensar en voz alta no es buena idea. Alcanzas la cúspide de tu carrera, logras que te tengan en cuenta en tu profesión e incluso abanderas la defensa de la población transexual y una periodista te saca las vergüenzas. Has dejado de andar antes siquiera de gatear. Rompes todo lo que has construido. Vuelves a la casilla de salida.

En alguna parte he leído que la nominada recela de por qué se ha elegido este momento y de, atención, por qué se han cebado con la representante de un colectivo perseguido como el suyo. La primera pregunta ya está contestada: porque estás en boca de todo el mundo, mujer. La segunda me preocupa bastante más. Soy un hombre blanco, maduro y heterosexual. Nada de esto me exime de ser un imbécil. Karla es latina –para los estándares norteamericanos-, transexual, no llega a un año más joven que yo y desconozco sus tendencias sexuales, que tampoco le incumben a nadie. Nada de esto le exime de ser una imbécil. Como ser católico o musulmán, de derechas o de izquierdas, ingeniera o transportista, adolescente o nonagenario, madridista o culé, defensor de la tortilla de patatas con o sin cebolla. La miseria humana se esconde en cualquier cajón, da igual el envoltorio. Y si te pones a opinar de todo, si generalizas, si te contagias de los prejuicios de los descerebrados, si criticas sin que nadie te haya dado vela en ningún entierro, si no sabes cómo funciona internet, al final te van a reventar las costuras. Aunque qué voy a saber yo, que ni siquiera tengo Instagram.

 

@Faroimpostor

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