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maestra restauradora

Pilar Roig, la mujer que hace más bonita València

  • Pilar Roig, maestra restauradora. Foto: MARGA FERRER

VALÈNCIA. Una mujer pasea a su perro alrededor del Mercado Central. En un momento dado, el animal se acerca al portal de la iglesia de los Santos Juanes y suelta un chorrito. La dueña no se inmuta y, cuando acaba, pega un ligero tirón de la correa y continúan andando. Pilar Roig observa la escena horrorizada. Por el suelo, tiradas, también hay algunas colillas pisoteadas. «La gente es que no respeta nada», protesta. No es solo el acto, el de orinar y no limpiar o aguar, es hacerlo en la entrada de un templo, y, en su caso, en el lugar donde su padre realizó su último trabajo. Pilar es la tercera de una saga de restauradores y, aunque ella hable de sus antecesores como de los grandes, es muy probable que la más grande haya sido ella. A sus espaldas, la basílica de la Virgen de los Desamparados o la iglesia de San Nicolás, que hoy es tan popular tanto entre los valencianos como entre los turistas, porque la obra que ella rescató está considerada como la Capilla Sixtina valenciana.

Ahora anda con los frescos de los Santos Juanes y el lugar, por la carga sentimental, le trae muchos recuerdos. «Los Roig somos una saga de restauradores que se remonta a 1900. Mi abuelo, Luis Roig de la Concepción, fundó el taller de restauración y reproducción de objetos artísticos en la plaza del Portal Nou. Ese taller ya ha desaparecido, pero siguió la tradición hasta hace nada. Hasta el último momento, el taller estuvo tal y como lo dejó mi abuelo». Aquel taller estaba en el casco histórico, rodeado de artesanos que cuidaban los viejos oficios. Allí iba muy a menudo Pilar, una niña que se quedaba maravillada al ver lo que hacían allí dentro.

Su padre, Luis Roig Alós, también fue restaurador, y Pilar se colocó a continuación en la línea de sucesión. «Creo que ya tenía la vocación de restauradora antes de nacer. He visto trabajar a mi abuelo, a mi padre, a mi tío, a mi primo… Todos los Roig. Y luego yo. Ha sido algo muy importante en mi vida. Yo siempre le estaba diciendo a mi padre que quería ayudar, y con ocho años, cuando la famosa riada de octubre del 57, mi padre estaba restaurando las rocas del Corpus —unos escenarios móviles que sostenían los entremeses de la procesión del Corpus— y me puse pesada a su lado suplicándole que me dejara echar una mano». Su padre le contestaba pacientemente que no podía ser, que solo tenía ocho años. Pero no pudo con sus ganas y, al final, cedió y dejó a esa niña que se encargara del pelo de una figura de Eva y que fuera quitándole el barro con mucho cuidado. Pilar era feliz dentro del taller. Le gustaba todo lo que veía, incluido el olor de los productos que impregnaba hasta el último rincón. «Ellos hicieron mucha obra de retablos por toda la Comunitat Valenciana tras la Guerra Civil», comenta.

EL ÚLTIMO TRABAJO DE LUIS ROIG, PADRE DE PILAR, FUE LA CAPILLA DE LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS JUANES, DEL SIGLO XVII, Y TIENE PINTURAS AL FRESCO DE JOSÉ VERGARA

Los padres de Pilar se conocieron durante la carrera. Los dos estudiaron Bellas Artes, y la madre, Pilar Picazo, era una de las dos únicas alumnas. «Ella tiró más hacia la pintura de detalle, más pequeña, y mi padre hacia lo monumental, tanto en pintura como en escultura. Luego ya se metió de lleno en el mundo de la restauración. Él trabajaba en el taller del abuelo para ayudar, porque era una saga muy unida, pero, al contrario que mi tío, quería estudiar y labrarse un futuro e investigar. Y por las noches, gracias a mi abuelita Pepita, consiguió estudiar y luego hizo Bellas Artes. Mi padre se convirtió, en 1949, el mismo en que nací yo, en el primer catedrático de restauración que hubo en España. Mi abuelita, que murió antes de que yo naciera, era una mujer muy culta y estaba muy interesada en que su hijo estudiara».

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