VALÈNCIA. Cada vez que el Valencia visita el Ramón Sánchez Pizjuán me vienen a la mente los recuerdos de un inolvidable 9 de mayo de 2004. Han pasado 15 años y parece que fue ayer cuando a las 05.30 horas de la madrugada me subía a un coche con tres amigos y ponía rumbo hacia Sevilla. El equipo de Rafa Benítez podía volver a ganar una Liga dos años después y no quería perdérmelo. No teníamos entrada y no sabíamos si la encontraríamos. Era nuestra particular aventura. Y la verdad es que todo salió a pedir de boca. Conseguimos nuestra localidad en la grada visitante y disfrutamos de una tarde para la historia. Fue la sexta y última Liga de la entidad de Mestalla. Y puedo decir con orgullo que estuve allí, que me emocioné como nunca tras el 0-2 de Baraja y que rompí a llorar como un niño tras el pitido final. Aquello es historia. Por desgracia el presente, poco o nada tiene que ver con mis tiempos de estudiante.
Porque la realidad de hoy pasa por la eliminación del combinado blanquinegro de la competición que, por las cosas del COVID, todavía es el vigente campeón. No por esperado, el adiós a la Copa deja de ser doloroso. En un torneo tan corto en el que la fortuna en los sorteos dictamina su final, los de Javi Gracia no tuvieron suerte en la eliminatoria de octavos de final. Jugártela a noventa minutos frente al Sevilla no era plato de buen gusto para nadie. Tampoco para el míster. Hasta el punto de demostrarlo con unas exageradas rotaciones que invitaban a pensar que la misión pasaba de ser difícil a convertirse en imposible. Imposible y, por momentos, sonrojante para el valencianismo. Los hispalenses pueden ganar a cualquiera, pero durante la primera mitad no solo se impusieron, más bien se pasearon. El golazo de Rakitic fue la guinda del pastel. De un pastel demasiado amargo. La segunda parte, sobró. Con las caras de tristeza en los jugadores naranjas a la salida de los vestuarios tras el descanso fue más que suficiente.
Y aunque suene a tópico, no queda otra que pasar página, olvidarse de la Copa y centrar los esfuerzos en sumar cuánto antes los malditos 42 puntos que -parece- te garantizarían la permanencia por una temporada más en la Primera División. Suena duro, pero tras la imagen de anoche y con 20 puntos en 20 jornadas es la cruda realidad. Y para que lo sea un poco menos cruda, el sábado solo vale la victoria. Ante el Elche no hay excusas. Ganar o hundirse en un abismo que asusta al más pintado. Los ilicitanos no ganan en Liga desde que lo hicieran el 23 de octubre en el Martínez Valero…precisamente ante los che. Es un partido de su liga. La que nos está tocando vivir... y sufrir.
Y o mucho cambian las cosas o será un nuevo partido sin Guedes. Gonçalo no está y el míster se ha cansado de esperar. Me duele. No que Gracia haya dicho basta, sino que el portugués no quiera estar. O al menos eso parece desde la distancia. Al extremo le he visto cosas que me dejaron con la boca abierta. Sin palabras. Con un talento, un desequilibrio y una velocidad difícil de igualar. Pero fue hace mucho. Demasiado. Desde su lesión ante el Barça tras su fichaje definitivo por el Valencia no ha vuelto a ser el mismo. Ni parecido. O Guedes despierta o la mejor solución para todos, también para él, será su salida. La suya o la de Gracia. Pero da la sensación de que los dos no van a convivir mucho más tiempo.