Si en algún momento alguien osa a recriminar al Club dicha tardanza basta con remitirse a la lentitud de la burocracia y mirar para otro lado. Si, de verdad, hubiera intención de acabar el Estadio, el Club hubiera hecho algo más que un videoclip de colorines...
VALÈNCIA. Ese donut de hormigón ‘dejado caer’ en la Avenida de las Cortes constituye, sin lugar a dudas, una de las fotografías más infames de la maravillosa ciudad en la que habitamos y, a la vez, la imagen misma de un fracaso del tamaño de la obra abandonada. Una obra faraónica que esconde muchos errores de concepción achacables a quienes pretendieron atar perros con longanizas navegando en la cresta de la burbuja pero que, de manera recurrente, han utilizado todos sus sucesores -cada vez que ‘pintaban bastos’- para excitar la ilusión del aficionado que espera sentarse algún día en una butaca del Nuevo Estadio y que abomina el vergonzante mamotreto inacabado. Diez años viendo pasar la vida de los valencianos desde un silencio de hierro y cemento parecen más que suficientes como pare que, de una vez por todas, alguien sea capaz de cumplir sus compromisos y empezar a mover grúas en lugar de papeles y videoclips de colorines.
Y, siendo importante, no me parece especialmente trascendente si la traducción del contrato de compra del Valencia CF arroja un dictamen rotundo acerca del compromiso porque el compromiso adquiere carta de naturaleza en el instante en el que un Presidente, en este caso Presidenta se dirige a una Junta de accionistas y se compromete a ponerlo en marcha. Lo hizo Dña. Layhoon hace más de dos años, concretamente en Noviembre de 2016…: “Podemos presentar el diseño en unos seis o nueve meses. Primero tenemos que tener el diseño de detalle y después los permisos de construcción y se podrán empezar las obras". Pero la realidad es implacable: los seis meses se han convertido en dos años y el ‘papeleo’ se ha convertido en coartada perfecta para que nada se mueva.
Cuando, con mayor o menor acierto pero con determinación, el Valencia emprendió esta aventura, el Club contrató los servicios a precio de caviar de dos profesionales: un urbanista y un abogado cuyo cometido consistió, entre otras cosas, en ‘empujar’ la burocracia para que más pronto que tarde aparecieran los permisos y las licencias oportunas con las que poner en marcha la obra y eso es , exactamente, lo que NO está sucediendo en la actualidad. Basta con indagar un poco en el Consistorio valenciano para colegir que se han pasado por allí para dejar un proyecto pero… nada más. Si en algún momento alguien osa a recriminar al Club dicha tardanza basta con remitirse a la lentitud de la burocracia y mirar para otro lado. Si, de verdad, hubiera intención de acabar el Estadio, el Club hubiera hecho algo más que un videoclip de colorines. El Club hubiera explicado a sus accionistas que tiene preparado un plan de financiación y, con él en la mano, podría presionar a las instituciones para que grúas y operarios reanudasen la construcción de la nueva casa de todos los valencianistas pero las hojas del calendario siguen cayendo y el mamotreto sigue languideciendo en su silencio.
Recuerdo que, siendo muy pequeño se hablaba ya en Valencia del Parque Central y mi padre siempre me decía que él nunca llegaría a verlo, y no se equivocaba. 40 años más tarde le cuento yo exactamente lo mismo a mi hija cada vez que transitamos por la Avenida de la Cortes Valencianas y ella me pregunta cuándo ‘esa cosa’ será un Estadio de verdad.
Es importantísimo arrancar un resultado positivo esta tarde en Sevilla, sí. Y el aficionado anda contento con motivos, pero eso no dispensa , a quien corresponda, de cumplir la palabra dada.