opinión politizada / OPINIÓN

Tres años y tres días

11/01/2023 - 

VALÈNCIA. Es el tiempo transcurrido entre la última vez que el Valencia disputó las semifinales de la Supercopa de España y el partido de este miércoles ante el Real Madrid. Tres años y tres días. Mismos equipos en liza, mismo país anfitrión, pero el contexto no podría ser más diferente.

Tengo un recuerdo vago de aquel encuentro en Arabia Saudí. Pocos días antes, y a pesar de haber mantenido una existencia más o menos saludable hasta la fecha, un tremendo susto me llevó a pasar la Nochevieja en urgencias y los quince días siguientes postrado en una cama de hospital. Como es evidente, el fútbol pasó a un segundo plano. Pese a ello, vi aquel inapelable 1-3 en la minúscula pantalla del móvil mientras recobraba fuerzas poco a poco. La metedura de pata de Jaume –y el acierto de Kroos- en el primer tanto, el Madrid jugando a placer, el segundo de Isco dentro del área sin oposición, las facilidades a Modric para marcar el tercero, la cara de Celades en la banda… Un despropósito total.

Tres años y tres días. Objetivamente, poco tiempo. Pero en el universo relativo en el que se mueve el Valencia de Meriton, toda una eternidad. Por aquel entonces, el grupo técnico y humano que había en el vestuario conservaba todavía algo de aquella fe granítica cultivada durante las dos temporadas de Marcelino. Sólo así se logró llegar, con más corazón y sacrificio que juego, a los octavos de la Champions.

La Supercopa 2020 fue un punto de inflexión en lo negativo. Celades no fue capaz de mantener la inercia de los meses anteriores tras el parón de Navidades, y el equipo primero se diluyó en enero –con goleada en Mallorca incluida- para, ya a mediados de febrero, romperse del todo con aquellas derrotas ante Granada en Copa y Getafe en Liga. Por encima de todo, la tumba de aquella temporada se cavó definitivamente con los cuatro goles encajados en San Siro ante la Atalanta en Champions.

Tres años y tres días. Como una condena implacable, el once que veremos ante el Madrid no se parecerá en nada al de Jeddah en 2020. Queda José Luis Gayà como clavo ardiendo al que agarrarse; eso sí, las caras que le rodearán no tendrán nada que ver con aquella alineación de los Garay, Soler, Coquelin, Kondogbia, Gameiro, Ferran Torres, Parejo…

Sólo el capitán resiste, con Paulista en el banquillo y Jaume como apoyo moral. El resto han ido desfilando poco a poco por la puerta de salida para reducir tanto, tantísimo el nivel del equipo que el gran público ya considera al Valencia el convidado de piedra de la cita en Riad, en lugar de un candidato solvente a luchar por el trofeo.

Descapitalización, desmotivación, desilusión, desesperación. Todas las palabras aplicables al Valencia en las últimas tres temporadas llevan prefijo negativo. Curiosamente, el ‘suflé’ siempre se deshincha por estas fechas por motivos que escapan, por regla general, a la responsabilidad de jugadores y cuerpo técnico. El bucle eterno.

Pasemos lista. ¿Diferencia brutal entre titulares y suplentes? ‘Check’. ¿Bajón del equipo con los cambios? Ajá. ¿Equipo golpeado por lesiones e infortunios? Elemental. ¿Entrenador cada vez más quemado ante la ausencia de fichajes y fumando en pipa? Tick, tick, tick; Gracia, Bordalás, ahora Gattuso. ¿Crisis de resultados? Sólo hay que echar un ojo a la clasificación liguera.

Tres años y tres días. Y en cada uno de ellos, más de lo mismo. El humo veraniego, la esperanza otoñal, las dificultades navideñas, el derrumbe a principios de año, la descomposición de primavera y vuelta a empezar. Sólo Bordalás y sus chavales, en un arreón de inconsciencia –“no sabían que era imposible, así que lo hicieron”- y con algo de fortuna en los cruces, fueron capaces de romper esa dinámica y plantarse en una final de Copa con una plantilla repleta de carencias pero también con testiculina para llenar varias veces La Cartuja.

Y gracias a eso el Valencia vuelve a estar a noventa minutos de plantarse en una final. Un hecho que jamás, nunca en la vida, puede ser baladí. En casi 104 años de vida las finales siempre han costado sangre, sudor y lágrimas. No está la cosa como para regalar alegremente a terceros el billete a la opción de tocar metal. Hay que dar la cara. Hay que pelearlo. Por mal que vayan las cosas, este equipo tiene una responsabilidad con esa gente que lleva más de tres años y tres días apoyando de manera irredenta y sin fisuras a sus muchachos mientras todo lo que les rodea era demolido sin contemplaciones por Peter Lim y sus adláteres.

Es la única ventana a la ilógica que puede regalarnos unos días de felicidad. Porque comparar presupuestos, plantillas, ambición institucional, gestión deportiva –el andamio coronesco del “no tenemos coja ninguna posición” se está viniendo abajo como un castillo de naipes- e incluso currículum en los banquillos con el Real Madrid parece una majadería, hoy por hoy. La brecha existente en 2020 se ha multiplicado exponencialmente.

Pero, ah amigo, cuando la pelota eche a rodar, serán once tíos de blanco frente a once tíos con la Senyera. Cosas más raras se han visto.

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