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Barrilete cósmico

16/10/2020 - 

En cierta ocasión, un buen amigo periodista me contó que él intentaba esquivar las necrológicas que le encargaba el medio de comunicación en el que trabajaba si no conocía bien al finado o si este le caía mal. “No se puede escribir bien de alguien que no conoces o que detestas, y menos si está muerto”, decía mi amigo, no exento de razón. Yo, que me he pasado media vida escribiendo sobre gente a la que no he visto en persona en mi vida (es lo que tiene dedicarse al periodismo cultural) pienso que se puede hablar de alguien por la sensación que te produce, por cómo lo percibes desde tu posición, desde tu mirada.

Yo, por ejemplo, no conocí personalmente a Bernardo España 'Españeta', desaparecido esta semana. No tengo fotos con él ni he vivido ninguna de las anécdotas que cuentan las decenas de periodistas que han inundado las redes sociales con recuerdos de su relación con el utillero valencianista. Mi relación con Españeta no ha distado mucho de la que mantenían miles de aficionados del Valencia, que lo veían cada quince días en Mestalla y podían deducir, de sus gestos, de su comportamiento, cuál era el talante de aquel personaje tan cercano, y tan lejano a la vez, a los futbolistas.

Creo que fue en los primeros años 70 cuando vi por primera vez a Españeta desde la localidad que ocupaba, junto a mi padre, en Mestalla. De hecho, fue mi progenitor el que me advirtió de la presencia de aquel “señor bajito” que recogía los balones con los que los futbolistas calentaban y que tenía una especial habilidad para hacer malabarismos con ellos. Con mi inocencia infantil, me preguntaba por qué aquel señor que era tan hábil o más que los futbolistas con el balón en los pies no podía alinearse en el equipo. La respuesta era obvia: solo había que fijarse en el peculiar físico de Españeta, con su barriga prominente y su ligera cojera, para darse cuenta de que, por muchos toques que le diera al balón sin tocar el suelo, no podía correr como Valdez ni chutar a puerta como Claramunt.

Pasaron los años y Españeta seguía ahí. Yo me hacía mayor, aprendía más o menos de qué iba la vida, encadenaba alegrías y decepciones, pequeños triunfos y grandes fracasos, y él seguía ahí, con sus malabarismos balompédicos, sus bromas con los futbolistas y su inevitable barriga. Mientras en la grada pasaban los años y envejecíamos todos, él parecía ajeno al paso del tiempo, como un Dorian Gray del utillaje valencianista, porque parecía estar siempre igual. Supongo que a aquel “señor bajito” le ocurría lo contrario: veía pasar por sus narices futbolistas siempre de la misma edad mientras él se iba haciendo cada vez mayor, como le ocurre a los profesores con sus alumnos a lo largo de su carrera profesional.

Luego supe que el “señor bajito” se llamaba Españeta, conocí de su amistad con muchos jugadores y algunas historias impagables que habrán leído estos días sobre su figura. Cómo desplumaba a Kempes con apuestas relacionadas con el fútbol, lo que habla muy bien de la generosidad del 'Matador' (y de cómo en un fútbol dominado por Cruyff, tacaño irredento, Kempes era un personaje anacrónico), de su amistad, casi familiar, con Ricardo Arias, o de su cuidado por preservar la vena hortera y ostentosa de Mijatovic a través de su Rolex.

Hace 34 años, cuando Españeta cuidaba de una generación de futbolistas imberbes que tenía la misión de devolver al Valencia al lugar que merecía su historia, a muchos kilómetros de Valencia, Víctor Hugo Morales inventó un apodo que, aunque no estaba destinado a él, le iba como anillo al dedo al eterno utillero del Valencia. Ese “barrilete cósmico” con el que Morales definió a Maradona tras su segundo gol contra Inglaterra en el Mundial de México sirve para definir a un tipo que, desde el teórico anonimato de un trabajo mecánico, hizo historia en un club cada vez más falto de referentes con los que sobrevivir al materialismo que lo ha invadido.

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