VALÈNCIA. Como bien sabrán (y si no… ¡deberían!), desde hace más de cuatro años ando inmerso en la elaboración de un puzle infinito llamado ‘Veus Fé-Cé’ (cada viernes, nuevo episodio en Plaza Podcast) en el que hacemos cultura de club, hablamos con gente guay en clave valencianista y, de paso, buceamos en la historia del Valencia en busca de vivencias, testimonios y anécdotas que muchas veces ayudan a entender por qué estamos como estamos.
En episodios recientes tuve oportunidad de recorrer, por enésima ocasión, los tortuosos años ochenta y noventa de la mano de Eloy Olaya, un delantero menudo en estatura pero gigante en espíritu bregador y olfato de gol. Charlando con él surgió de nuevo la figura de Arturo Tuzón, a la que el tiempo no hace más que dar lustre y grandeza. Y, echando un vistazo a los archivos audiovisuales de la extinta Canal Nou, un resumen televisivo bastante esclarecedor tras un triste Valencia – Real Madrid (0-3) en noviembre de 1993:
“Después del primer gol del Madrid, se registraron las primeras muestras de disconformidad dirigidas al palco presidencial donde Arturo Tuzón estaba acompañado del vicepresidente del Real Madrid, Lorenzo Sanz. En la reanudación, Fernando Hierro hacía el 0-2; Zamorano, el 0-3; y Mestalla BRAMABA. Los gritos aumentaban de tono cuando Marín López señalaba el final del partido y Tuzón abandonaba rápidamente el palco. Ya fuera de Mestalla, en la Avenida de Suecia, un numeroso grupo de aficionados se resistía a irse a casa sin exteriorizar el sentimiento de frustración que embarga a una afición fiel, pero necesitada de títulos. Fue el momento de desenterrar las tradicionales frases de guerra alusivas a Romario, a los ‘duros’ del presidente del consejo de administración del Valencia, o a los órganos de los jugadores que riman con ‘millones’.”
Comparas aquello con lo de ahora y parece que vivamos en otra ciudad.
Treinta años no son nada, y tal. Lo son. El proceso de división, fragmentación y finalmente atomización de la masa social lo inicio Amadeo Salvo en 2014 para poder vender a Peter Lim con mayor facilidad; posteriormente fue expandido por el propio Lim, cuando se percató de que los plebeyos valencianos osaban criticarle; y ya fue definitivamente sublimado por Anil Kumar Murthy en su Quinquenio de la Infamia, mientras se ganaba adhesiones locales a golpe de filtraciones, entrevistas, bajos esquineros, entradas, y botes de cerveza.
Y ese proceso podemos verlo hoy en la grada de Mestalla, en los ambientes previos en la Avenida de Suecia, en ese nido de toxicidad anteriormente conocido como redes sociales e incluso en discusiones y zarandeos verbales entre aficionados que han pasado de ser amigos a mantener diferencias irreconciliables.
Mientras nosotros nos peleamos, ellos mantienen la existencia plácida de aquellos dirigentes que nunca han padecido ‘de verdad’ en sus carnes el rigor real y genuino del Mestalla que yo conocí de niño.
En aquel Mestalla noventero de las verjas de metal y de la gradas de color gris depresión, el suelo temblaba en las noches grandes y el ambiente era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. En esas veladas, alguna vez volaron las almohadillas. Y de vez en cuando acababan en monumentales ‘pañoladas’ que teñían de blanco el graderío y proporcionaban a mi mente infantil un impacto sensorial brutal.
“Exigencia” era la palabra clave.
Tras la travesía por el desierto de la Segunda División, la estabilidad económica, deportiva y social que Tuzón trajo de su mano tampoco le sirvió como salvoconducto eterno. La grada era ambiciosa, la grada quería más, la grada quería un equipo competitivo.
Como decía antes, comparas aquello con lo de ahora y parece que vivamos en otra ciudad. A Tuzón se le invitó a coger la puerta y marcharse un 24 de noviembre de 1993. Apenas un mes antes, el Valencia era el puñetero líder de Primera División tras meterle tres al Celta. ¡Líder! Karlsruhe, Sporting de Gijón, Real Madrid y la filtración de un informe interno acabaron de un plumazo con Hiddink en la calle y con su presidente dimitiendo un par de semanas después. De la campaña de acoso y derribo durante todo el año 1993 contra el dirigente hablaremos otro día.
Ahora vivimos un parón de mes y medio con el equipo en mitad de tabla… y no pasa nada. Una ATE caducada… y no pasa nada. Un nuevo estadio con las obras aún paradas… y no pasa nada. Un convenio con el ayuntamiento que no acaba de llegar… y no pasa nada. Un consejo de administración desaparecido… y no pasa nada. Una Junta de Accionistas blindada sin pequeños accionistas ni acceso a la prensa… y no pasa nada.
Por resumir: a Tuzón, un dirigente notable en todas las áreas, se le ‘apretó’ hasta extremos inhumanos y acabó doblando la rodilla; a Peter Lim y colaboradores, unos dirigentes pésimos, se les han consentido innumerables desplantes hacia el escudo que abochornan simplemente con recordarlos. Y no pasa nada.
Eso fue Valencia en su día, y esto es Valencia ahora. Y ocurre porque nos dividieron en 2014. Pasen por la ventanilla correspondiente a dar las gracias a los responsables.
Miren, vamos a ser claros: no es necesario recurrir al extremismo para ser exigente. Se puede encontrar un punto de equilibrio entre algunas actitudes violentas inadmisibles de aquellos años (los noventa no fueron perfectos) y el estado vegetativo que vive buena parte del valencianismo para con sus dirigentes.
La última ‘pañolada’ deportiva que recuerdo con nitidez fue a principios de diciembre de 2018, al Valencia de Marcelino tras el enésimo empate en Mestalla y con Mateu Alemany viviéndolo en el palco. La grada exigía porque era su obligación: pedir más a quien sabes que te puede dar más. Y se ganó una Copa. Un año después, en septiembre de 2019 y ya con las dos figuras que mantenían esa exigencia –entrenador y director general- de patitas en la calle, Mestalla volvió a bramar como en los noventa, esta vez contra Peter Lim y Anil Murthy. Aquel día LaLiga había repartido gorritas blancas para combatir las altas temperaturas, así que técnicamente Anil no sufrió una ‘pañolada’ sino una ‘gorritada’. Pero bueno, la intención es lo que cuenta.
De aquello han pasado tres años, fíjense ustedes. Por el camino, apenas un reducto de inconformistas con carteles amarillos y muchas horas de trabajo buscando despertar a una afición todavía bastante dormida. Pero son ya tres años sin pañuelos. Tres años infumables en su mayoría, por cierto. Y los pañuelos, símbolos de aquel Mestalla que fue y ya no es, siguen acumulando polvo en el cajón.