VALÈNCIA. Si alguien osa cuestionar a Javi Gracia, concluiremos que está blanqueando al comité de festejos de Peter Lim. Usando a Gracia de trampantojo de las culpas en lugar de enfocar a los únicos e intransferibles responsables de la desfeta. Esto, como consecuencia, lleva a la imposibilidad de criticar sus planteamientos, sus cambios, su estilo, su temperamento táctico… No vaya usted a levantar la voz porque una mísera duda sobre Gracia será entendida como un gesto de apoyo a los mariachis del Singapur.
Si no hay, en cambio, duda alguna sobre Javi Gracia, si a pesar de una temporada bien sombría, no hay un mínimo cuestionamiento, podría creerse que practicamos la condescendencia sin fronteras, que todo vale porque hay una razón maligna superior que lo justifica.
Qué bucle, eh. Dónde está la salida. La distorsión se acrecienta gracias a la original posición que Gracia se inventó este verano: la de víctima de un proyecto para el cual decidió, sin embargo, ser corresponsable. Ah, que lo engañaron, que pensaba que venía a un club dirigido por Peris y Colina...
A ver cómo explicarse. Javi Gracia merece ser medido por lo que depende de él, no acarrear el peso subsidiario de una institución agujereada por el desacato. Pedirle a un entrenador que construya rápido y desde cero un proyecto donde todo es nuevo y peor que antes, no parece ser una postura muy cuerda. Los hay que incluso tañen las campanas del Doblete para recordar que si con cuatro retales se pudo… Si beben, no hagan tweet. La gran debilidad de este proyecto no es solo el nivel de los futbolistas (que un poco también), sino el popurrí de jugadores dispuesto sin coherencia ni rumbo. La propuesta global. El resultado, Terrassa.
Ahora, no pedirle nada a Gracia tampoco parece justo. No tanto por sus deméritos, sino por la ausencia de méritos. Está logrando que el grupo no se derrumbe, que no colapse por su bajo rendimiento, que pueda mostrar al límite resistencia y brega. Pero… dónde está su sello, dónde su territorio como técnico, qué quiere para este equipo, con qué vigor, qué soluciones.
La aparente sensación de que todos nos hemos conformado con decirnos la verdad: que la cosa está muy mal, que el club necesita un rescate, que el equipo da para lo que da. Y que, por tanto, no hay nada que se pueda hacer. Ni, como resultado, nada que cuestionar más allá de una enmienda a la totalidad de la propiedad. Pero, en los márgenes de esa totalidad, cabe la vida.
Cuestionar no es blanquear.