VALÈNCIA. Una de las consecuencias esenciales de que el valencianismo no pueda llamar a la puerta de la propiedad a pedir cuentas, es que la manera de abordar la oposición al holding se llena de quiebros. No hay nadie detrás de la puerta a quien pedir cuentas, no hay ni tan siquiera puerta. Los clubes desubicados sufren la letalidad de la desubicación.
Las voluntades opositoras se resquebrajan. Se unieron por un diagnóstico común (la certeza de que este modelo impide la sostenibilidad del Valencia), pero se descomponen al ritmo del azucarillo en el café. Sin posibilidad de alcanzar una estrategia compartida con la que plantear alternativas.
Puede resultar desalentador, pero es lógico: por primera vez en la historia del club se trata de hacer una oposición ante alguien y algo que no se materializa, una figura líquida que no está en ninguna parte, beneficiada por una alianza de relaciones lo suficientemente poderosa como para sostener el club a base de préstamos y capas de pintura (un homenaje a una leyenda por aquí, un 'speech' en valencià por allá).
La diatriba entre la judicialización y la protesta ciudadana se da de bruces con la desmovilización que provoca la aparente ausencia de alternativa. La gran victoria del holding Meriton es haber convencido a la sociedad que su presencia es inevitable. Una condena con la que hay que transigir de la manera más digestiva posible.
La oposición a Lim me temo que solo comenzará a ser transformadora cuando permita imaginar una posibilidad de futuro distinta para el Valencia. Que todo su relato circule en contraposición a las acciones del holding, acaba provocando que sea el holding quien marque el ritmo. Un metrónomo preciso emplazado solo en Singapur.
Los tiempos necesitan ser marcados por personas solventes, rodeadas de equipos solventes y atrevidas, capaces de plantear una sostenibilidad para el Valencia que no pase por la caridad de Lim.