VALÈNCIA. Hace varias semanas, gracias a una invitación de la jefa de prensa de Teika tras leer un artículo mío sobre el deporte femenino y los medios de comunicación, volví a la Fonteta después de muchos meses para ver un partido del Valencia Basket femenino. El regalo fue que me sentaron al lado -que en estos tiempos es a tres o cuatro butacas de distancia- de Anna Montañana. Anna fue una muy buena ala-pívot con una visión de juego magnífica. Pero además de eso es muy buena gente y sabe mucho de basket. Una mujer con carácter y pasión por el juego.
Yo, en mi línea, le iba preguntando por todas las chorradas que me venían a la cabeza. Que si Rebecca Allen me parece muy buena, que no había visto que Puma había metido la cabeza en el basket, que muchas veces me acordaba de una final que cubrí en la que el Ros Casares se enfrentó al Perfumerías Avenida en Salamanca con un ambiente encendido. Anna me iba contestando educadamente pero cuando le pregunté por una tercera jugadora, me cortó y me soltó: “Mira, Fernando, el alma de este equipo es Cristina Ouviña”.
Ouviña, aunque su apellido diga lo contrario, es de Zaragoza. Y sí, es el alma de este equipo fabuloso que alcanzó la final de la Copa de la Reina y que este fin de semana va a disputar la Final Four de la Eurocup en Hungría. Este equipo está en València, pero si estuviera en Ciudad Real o Lugo, la prensa de toda España hablaría del milagro de que cada año haya subido un peldaño hasta alcanzar la élite nacional y continental. Porque este equipo estaba hace nada en la Liga Nacional, luego, siempre bien guiado por Rubén Burgos, subió a la segunda división, después llegó a la máxima categoría y hoy es uno de los mejores equipos de Europa.
Cuando jugaron la Copa, alguien me preguntó si la reciente muerte de Miki Vukovic serviría de estímulo para este conjunto. Le contesté que me encantaría, pero que pensaba que más de la mitad de la plantilla no debía saber ni quién era el Maestro.
Ouviña sí sabe quién es Elisa Aguilar y muy probablemente quién fue Ana Belén Álvaro. Ellas dos, junto con Ana Junyer, fueron las bases de los equipos valencianos que dominaron en Europa. Fueron bases puras, como la aragonesa, y a mí me encantan las bases puras.
No la conozco, pero me da la impresión de que Ouviña es de esas personas que, como los Javis, se rigen por el ‘lo hacemos y ya vemos’. Por eso, como le contó en una entrevista a Fernando Romay, un día fue y se compró una guitarra. “Me dijeron que me iba a dar ‘flow’, pero no la he tocado nunca”, le explicó entre risas. O aquel verano que se apuntó al descenso del Sella. Y algo así, ‘pensat i fet’, que diríamos por aquí, da la sensación de que fue lo que la impulsó a pasarse una década fuera de España: cuatro años en Polonia, uno en Rusia muerta de frío en el equipo de mi admirado Roberto Íñiguez, dos en Francia y uno en Praga.
Hace poco más de un año, la llamaron una mañana del club y le dijeron que no fuera al entrenamiento de tiro, que un miembro del cuerpo técnico estaba enfermo y querían comprobar si era covid. Después suspendieron el partido. Al día siguiente, Trump anunció que iba a cerrar las fronteras y las americanas del equipo salieron pitando. Y ella, visto como estaba el asunto en España, no tardó tampoco en irse. Aunque se fue con la idea de que en unas semanas, en cuanto pasara la chorrada esa del coronavirus -recuerden aquello que circulaba de que era menos que una gripe común-, volvería a Praga.
Dicen que lo pasó mal, que fue duro ver que los Juegos, los que iban a ser sus primeros Juegos, se esfumaban, y quién sabe si eso fue determinante para que decidiera volver a España y fichar por el Valencia Basket sin conocer siquiera quiénes iban a ser sus nuevas compañeras. Sí sabía que estaba a tres horas de casa, de sus padres, y no a 18, como cuando jugó en el Nadezhda Orenburg -al sur de Rusia y casi en la frontera con Asia-.
Aquella apuesta ciega la ha recompensado. Ouviña, que dicen que ha perdido peso durante esta pandemia dichosa, acaba de ser elegida MVP nacional y es el alma de un equipo que jugó la final de Copa -fue superada en el pulso de bases por su admirada Laia Palau- y que aspira a proclamarse campeón de la Eurocup este fin de semana. Tambien disputará en junio el Europeo en València y, si los dioses no lo impiden, después debe llegar su estreno olímpico.
La niña precoz que debutó en el Mann Filter de Zaragoza con 16 años, que fue campeona de Europa sub 16 y subcampeona del mundo y europea sub 19, se ha convertido en una gran base. Ha pasado de ser la típica jugadora de banquillo que sale a revolucionar el partido a convertirse en una gran directora de juego, defensora excelente y muy competitiva. Tiene un físico muy bueno para su posición y, ya lo dice Anna Montañana, es el alma de este equipo.
A Ouviña le queda un año de contrato y se comenta que está feliz en València, que está buscando piso y que se ha propuesto -lo hacemos y ya vemos- aprender a cocinar la paella. La base tiene 30 años y está en ese punto de madurez en el que el físico y la mente confluyen. Así que esperemos que le queden muchos años, que la siguiente final de Copa sea ella la que domine y que en Europa lo que juegue sea al fin la Euroliga. Ella lidera un grupo con muy buenas jugadoras pero sin una gran estrella, con lo que todas se sienten importantes.