VALÈNCIA. Peter Lim es el propietario del Valencia. Es una aclaración que, en ocasiones, hay que hacerse porque si no uno puede levantarse por las mañanas creyendo que, qué se yo, es un señor en remoto que se dedica a ejercer de prestamista. Que su actividad es salvarle el culo a una entidad lejana a la que le va muy mal por méritos propios. Lim, de quien descubrimos en su última entrevista a Financial Times por qué nunca da entrevistas, otra vez acudiendo al rescate debido a la colección de dislates que acumulan aquellos aborígenes mediterráneos que no consiguen abastecerse por sí mismos. Sí: de vez en cuando hay que recordarse que Peter Lim es el propietario del Valencia.
Permite atar mejor los cabos para concluir que no es que Lim acuda al rescate del club. Acude al rescate de sí mismo. Tan solo maniobra cuando no queda más remedio para salvaguardar el calor de su inversión. Es el mismo procedimiento de cuando, en la ruleta de los entrenadores, el dedo indultador del propietario escoge por criterios viciados hasta que, sin más margen de error, acude a opciones de rendimiento más probable.
Un negocio durmiente que da igual si está gestionado en recto, pero que no puede irse demasiado a pique porque pondría en peligro ventanas de oportunidad en paralelo. Ese caminar tan errático señala lo que ya hemos podido comprobar centenares de veces: el criterio principal para administrar el Valencia no reside en el beneficio del propio Valencia.
Todo se cuenta en el fútbol europeo a partir del caso del club en flor en 2004 que, apenas 15 años más tarde, acaba encontrándose a la cola del gasto permitido por salarios, por detrás del Rayo, por detrás del Cádiz, ¡por detrás del Levante! La explicación oficialista encontraría motivos tan extrovertidos como que toda la culpa es de la prensa, que en lugar de remar se dedica al complot fácil (menos mal que el acuerdo con la CEU UCH reconducirá las cosas); de los aficionados que, cuando más lo necesitaba el equipo, en pleno momento pandémico, dejaron de ir al campo; de los entrenadores, un casta profesional que pocas veces sabe ajustarse a los mandatos de los dirigentes; o, ya ni te digo, de los políticos valencianos que permitieron que la COVID se abriera paso con libertad, lastrando el negocio del Valencia.
Se explica mejor, sin embargo, con el estado letárgico con el que se encontró el club en mitad de la reconversión más brutal que ha tenido lugar en la industria del fútbol. Cuando más y mejor debía aprovechar su pujanza, el club fue carne de subastas oportunistas y se le impuso la camisa de fuerza de una gestión que de tanto mirar a lo lejos se olvidó del suelo que pisaba… hasta provocar que ese mismo suelo estuviera situado a miles de kilómetros, en un ejemplo paradigmático de cómo seguir haciendo como que todo está en el mismo sitio, aunque ya nada quede cerca. De 2004 a 2014; de 2014… a 2024.
Por eso está bien recordar que Peter Lim es el propietario del club de la Liga con el límite salarial más bajo de la competición. Facilitará no olvidar que lo suyo no será un rescate, no será una solución; sino un enjuague con el que seguir huyendo de su propia gestión. El hombre que, en lugar de aportar soluciones, solo incrementó los problemas.