VALÈNCIA. El entrenador. Desde la marcha de Ernesto Valverde, el Valencia ha sido una máquina de picar carne en lo que al banquillo se refiere. Con diferentes perfiles de técnicos que no se parecían en nada, que obtuvieron diferentes resultados y acabaron teniendo poca aceptación, a caballo entre entrenadores de emergencia y personajes extravagantes, el Valencia tardó años en encontrar un inquilino ideal para su banquillo, convertido en silla eléctrica. Ya lo tiene. Marcelino lidera y el grupo le sigue. El asturiano ha confeccionado un equipo de autor, le ha metido dos veces en Champions y le ha dado su primer título tras una sequía de once años. Recibió un moribundo y devolvió un campeón. Ahora, con el deber cumplido, necesita más proyecto, más herramientas y más armas para hacer de este equipo una alternativa de poder a los dos de siempre. Es la hora del club. Con Marcelino, se puede.
El vestuario. Durante muchos años la afición del Valencia reclamó un equipo a la altura de las exigencias de un gigante dormido que ha despertado Marcelino. Y por fin, ya tiene ese equipo. No se trata de ganar siempre, ni de tener los mejores futbolistas que el dinero pueda pagar, porque ese nunca fue el deseo de Mestalla. Se trataba de ahormar un grupo unido, comprometido, capaz de pelear en la adversidad y de no seguir arrastrando el escudo por esos campos de Dios, como en temporadas pretéritas. Mestalla, por fin, tiene lo que pedía. Parejo, tantas veces discutido – con y sin razón-, ha conquistado para siempre al público por su fútbol y por su liderazgo; Gayà, Garay, Paulista, Soler, Gameiro o Rodrigo han dado un paso al frente. No por haber sido cuartos, ni por ganar un título, sino por descifrar lo que necesitaba el equipo, por empujar por conseguir lo que anhelaba el club y por dar la cara, a riesgo de que se la partieran, por su entrenador. De diez.
La afición. Si hay algo que ha quedado de manifiesto esta temporada es el grado de madurez del público de Mestalla. En el momento más delicado y después de un pasado trufado de sinsabores, el aficionado ha sabido interpretar la situación, ha tenido paciencia cuando el equipo se veía forzado a hacer equilibrios y ha respaldado siempre a su equipo hasta el último aliento. Sin duda, ese ha sido el gran activo para alcanzar el éxito. La afición del Valencia, siempre maltratada y acusada de ser tan impaciente como caprichosa, ha dado una lección de saber estar. Nada es eterno, pero que dure. Aquel clima revanchista, cainita y cruel, de un club fragmentado en diferentes reinos de Taifas, hizo mucho daño al valencianismo. Hoy existe una comunión entre público, jugadores, banquillo y club.
La gestión. Dos ejercicios seguidos en Champions contribuyen a sanear las cuentas del club, que no atravesaban un momento boyante. Partidas que van a potenciar los ingresos extraordinarios. Eso, en manos de Mateu Alemany, con tenido libertad y plenos poderes para gestionar, es oro molido. El verano será largo, habrá que tomar decisiones y dentro de ese paquete de medidas habrá alguna impopular. Pero como el éxito es el mejor escenario para renovarse, Mateu proveerá. Trazará un plan, se ceñirá a su hoja de ruta y buscará el equilibrio. Que nadie pierda la cabeza: el club tiene obligaciones que atender, no vive una época de bonanza y para poder seguir siendo competitivo, tendrá que moverse en un mercado inflacionado con mucha puntería: sin miedo a vender y con pulso firme para comprar. El entrenador lo necesita y el grupo, que es bueno, puede ser mejor.
La propiedad. Desde que compró el 70% de las acciones, este es el momento más dulce para la propiedad. Después de cometer todos los errores que se pueden cometer, Lim ya tiene su primer título. Su proyecto, por fin, tiene una base sólida. Si en el pasado hubo dos Valencias, uno en Singapur y otro en la Avenida Suecia, ahora ambos puntos geográficos se han alineado en la misma dirección. La receta ha sido simple: aplicar sentido común que, en fútbol, es el menos común de los sentidos. Lim ha sabido delegar, no ha sido intervencionista y su hoja de ruta ha funcionado: un gestor con manos libres para tomar decisiones, un entrenador al que se ha sabido aguantar cuando venían mal dadas y una plantilla comprometida, que ha sabido estar a la altura de la exigencia de la afición. Ahora hay que seguir dando pasos para potenciar la política social del club, tanto fuera como dentro del país, porque sin gente del Valencia, no hay Valencia.
El futuro. El fútbol presume de no tener memoria. El pasado no existe y sólo se vive del presente. No son opiniones, son hechos. Ahora bien, el club tiene que tener clara su hoja de ruta para edificar un futuro aún más brillante. Construir un equipo que alcance objetivos y conquiste un título es difícil, pero consolidarse en la elite para instalarse allí de manera definitiva es clava. Llegar es difícil, mantenerse es determinante. Hará falta otro esfuerzo para equilibrar la plantilla, seguir manteniendo la coherencia en el banquillo y saber interpretar el mercado. Tras dos años en Champions y con un título bajo el brazo, Marcelino no tendrá que ir por ahí convenciendo a los futbolistas de turno. El cuento ha cambiado: ahora el Valencia es un destino apetecible y tiene un equipo ganador. Hace dos veranos no quería venir nadie. Este verano querrán venir casi todos. Un pequeño paso para el mercado, pero uno gigantesco para el Valencia.