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análisis | la cantina

Peleteiro salta con su familia a cuestas

2/07/2021 - 

VALÈNCIA. Ana Peleteiro es única. Y por eso la gente se reparte entre quienes la admiran y la detestan. La atleta, saltadora de triple, lo sabe, pero se la ve cómoda reñida con la indiferencia. Sale a la pista con el disfraz de ‘malota’, monta su espectáculo y se va. A veces, como el pasado domingo en Getafe, en el Campeonato de España, es capaz incluso de girarse hacia el locutor desde el saltadero, llevarse el dedo índice a los labios y ordenarle callar. Una vez lo ha conseguido, mira al frente y pide palmas antes de emprender la carrera hacia la tabla.

Siempre tuvo carácter. En mis recuerdos del atletismo español del siglo XXI, ocupa un puesto muy elevado su portentosa actuación en la final del Mundial júnior, cuando se llevó el oro, siendo aún juvenil, con un salto de 14,17. Ese día corroboró que era muy buena, pero también que era una ganadora.

Luego la conocí en un acto que organizó la candidatura de Madrid 2020, qué cosas, en la sede del COE. Ese día me encontré a una niña educada y muy tímida, nada que ver con la chica dura que ahora se pasea por las pistas. 

Y después vino la oscuridad. Peleteiro dejó su pueblo, Ribeira, y a su entrenador, Lardo Moure, para crecer en Madrid de la mano de Juan Carlos Álvarez, todo un gurú de los saltos horizontales, como demostró en Getafe, donde sus atletas ganaron la longitud -Leticia Gil y Eusebio Cáceres- y el triple masculino -Pablo Torrijos-, y solo se le escapó el triple femenino por culpa de… Peleteiro.

Madrid deslumbró a esta figura emergente y a la jovencísima saltadora empezó a gustarle más la alfombra roja que el tartán. Y eso, además de malos resultados, trajo frustración. Durante esos malos años, aparecieron los enterradores, cuando era evidente, por su físico y su extraordinario carácter competitivo -quién sabe si no es la mejor competidora del atletismo español-, que en cuanto encontrara la paz, volvería a emerger.

Peleteiro encontró su sitio en Guadalajara, junto a Iván Pedroso, una leyenda del atletismo y también el entrenador de la excepcional Yulimar Rojas, la venezolana que está acechando el récord del mundo de triple. “Es como estar al lado de Godzilla, o de King Kong. Y yo, a su lado, me siento como si fuera una diésel, pero hago como las fondistas que se pegan detrás para intentar seguirla”, bromeaba el domingo la gallega.

Allí, en Guadalajara, se reencontró. Entrenar, comer y dormir. Entrenar, comer y dormir. Nada más. Así, poco a poco, todo fue volviendo al sitio. Y, con todo en orden, volvieron los éxitos. Ana Peleteiro, que solo tiene 25 años, ya es campeona de Europa y plusmarquista española. Pero quiere más y en Getafe ya explicó que le da completamente igual si llega a Tokio novena del ranking mundial o primera, que eso no vale para nada, que lo que cuenta es lo que salte allí cada una.

Mientras contaba eso me fijé en su mano derecha, la que tenía más cerca. Y vi que en su epidermis había varias palabras tatuadas: ‘saudade’, ‘vive’ y ‘why not’. Seguí escuchando y escudriñándola. Que si una luna detrás de la oreja, que si un par de anillos en los dedos, una cadena con un colgante… Mil estímulos para un enfermo de los detalles como yo.

La cadena, con una medallita de su bautizo, es de su abuela materna. Se la quedó cuando murió. Aunque era tan larga, que le dio una cacho a su prima para que se hiciera una pulsera. De su abuela admiraba su capacidad de lucha. Cómo fue capaz de sacar adelante a sus tres hijas cuando su marido, un pescador que pasaba largas temporadas echando la red en Terranova, enfermó. Con una pensión miserable y sin hablar castellano fue capaz de sacar a flote a la familia y, después, dos de sus hijas se sacrificaron para que al menos una de las hermanas, la madre de Ana, pudiera estudiar.

Peleteiro es mulata y adoptada. Nació en Galicia y su madre biológica, a quien no conoce, es gallega. Su padre biológico no tiene ni idea de quién es. Tampoco le importa. Está muy unida a su familia y tiene muy presente que sus raíces se hunden en las tierras que las mujeres labraban tirando de un arado en Ribeira.

Ella carga la herencia de esas mujeres fuertes en cada salto, como si todas se fundieran en ella. Y allá va en cada salto con la cadena de su abuela materna en el pecho y las alianzas fundidas de sus abuelos paternos en el dedo anular. “Es mi conexión con ellos”, me explicó al acabar de atender a los medios en Getafe. Luego empezó a hablar de los tatuajes que habían llamado mi atención. Asegura que lleva muchos y que todos tienen un significado, un porqué.

Como la C y la J, las iniciales de los nombres de sus padres. “Las llevo porque son esenciales en mi vida; todo lo que tengo es gracias a ellos”. Luego extiende la mano y muestra las palabras que manchan su piel. “Llevo tres palabras. Una es ‘saudade’, que es una palabra muy intensa. No es morriña, es cuando echas en falta algo que nunca más vas a tener. Como la voz de alguien que ya no está. Porque la voz es lo primero que se olvida de las personas. Es una palabra que conocí cuando empecé con mi pareja -el portugués, y también saltador, Nelson Evora- y me gustó. ‘Vive’ es porque yo soy una vividora nata. Me encanta vivir la vida y disfrutarla. Y ‘why not’ es por qué no, ¿sabes? Si tú quieres, por qué no los vas a conseguir”.

Y así, a unas semanas de los Juegos de Tokio, viendo que está en un gran momento de forma y que tiene un carácter irreductible, a mí se me ocurre pensar por qué no va a conseguir Ana Peleteiro una medalla en Tokio. Necesitará mejorar su récord de España cerca de veinte centímetros. Pero… Why not? 

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